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Avestruces

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Tras dos derrotas electorales consecutivas lo normal es que se cuestione la autoridad del líder, que las bases, a menos que sean masoquistas, empiecen a estar un poco mosqueadas de ir de derrota en derrota — en política la resignación cristiana pasó de moda— y que otros jefazos “desinteresadamente” pidan la jubilación anticipada del perdedor. Es lo más natural del mundo, es el juego de la democracia y los partidos políticos son organizaciones vivas, formadas por personas que al menos en teoría, tienen el legítimo derecho de cuestionar a sus líderes. Por eso llama la atención que la existencia de divisiones internas en el PP se haya convertido en el “notición del siglo” -como si las discrepancias dentro de un partido político no fueran tan cotidianas como la vida misma- y que sus dirigentes sigan empeñados en presentar a su organización como un bloque monolítico orgánico aglutinado en torno a un único caudillo como si estuviéramos en una época y galaxia muy lejana. Uno no entien

Recordar para olvidar

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Mientras aquí el PP se pasó toda la campaña electoral acusando al presidente de Gobierno de dedicar demasiado tiempo a temas como la memoria histórica que no interesan a "la gente” —esa masa misteriosa que siempre se invoca para justificar posiciones injustificables —viene ahora el poeta argentino Juan Gelman, ganador del Cervantes de este año, a decirnos precisamente lo contrario, que hay que recordar, que “ya no vivimos en la Grecia del siglo V antes de Cristo en que los ciudadanos eran obligados a olvidar por decreto” como lo han pretendido muchos sectores en su austral país y en esta España nuestra, tan moderna y tan anclada a su pasado aunque no lo quiera. "Hay recuerdos que no necesitan ser llamados y siempre están ahí y muestran su rostro sin descanso. Es el rostro de los seres amados que las dictaduras militares desaparecieron". Una vez más la voz de poeta nos convoca y nos da ese tirón de orejas que de vez en cuando necesitamos para seguir siendo humanos y sab

Cotillas

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En estos días he pensado mucho en Socorro. Doña Soco, una entrañable vecina de mi barrio que aparte de su afán por servir a los demás se distinguía por ser una cotilla o vina (como dicen en mi pueblo) de vocación: no había acontecimiento alrededor de su casa o a varias manzanas de ella (o a kilómetros a la redonda como decían las malas lenguas) que no se le escapara, donde estaba la noticia ella aparecía “por casualidad” con la compra a cuestas (teníamos la sospecha que su carrito era de utilería y estaba vacío), dispuesta a recabar toda la información posible en tiempo récord. Si por alguna razón las cosas no quedaban claras no tenía inconveniente alguno en hacer una visita a los protagonistas con la excusa de llevarles un caldito o unas galletitas hechas por ella misma y así poder confirmar el notición del siglo y contarlo al resto de los mortales que, dicho de paso, también se morían de ganas por saber lo que había ocurrido. Como vivíamos enfrente de ella en casa nos acostumbram

Bombero de los de antes

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Mi padre siempre se muere de risa cada vez que le cuento que desde unos años para acá los bomberos se han transformado en objeto erótico y que exhiben sus carnes en revistas y calendarios. Lógico, él fue bombero voluntario durante más veinticinco años y jamás sospechó que esa profesión de típico “pringado” en aquella época tuviera el más mínimo glamour, estaban lejos de ser los superatletas de hoy, se consideraba un trabajo como cualquier otro en el que solo había que ser un poco más valiente que el resto de los mortales para lanzarse a las llamas. “Valiente y un poco loco” explica mi madre que nunca estuvo muy convencida que mi padre dedicara su tiempo libre a un pasatiempo tan peligroso mientras que los maridos se sus amigas dedicaban el tiempo libre a ver la tele, a lavar el coche o hacer bricolaje. Era ilógico pero acabó por acostumbrarse a ver a mi padre saliendo a horas intempestivas, a las largas esperas y las llegadas felices con el traje oliendo a humo, el casco chamuscado y

Sky Wonder

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El famoso barco se ha convertido en el terror de miles de cientos de turistas que en menos de dos semanas han visto como sus vacaciones se convertían en una pesadilla por culpa de clima, negligencia del capitán, mala gestión de la compañía o simplemente por razones “desconocidas” que a estas alturas es de suponer poco importan a pasajeros que con ilusión habían invertido sus ahorros en el crucero de sus sueños. El final será previsible: la compañía hará el “mea culpa” achacando el problema a fuerzas ajenas —que es como decir que todo fue por voluntad de Dios— y se comprometerá a compensar a los viajeros en un futuro y galaxia muy lejana. Gana la casa, pierde el viajero. La historia se repite, con más frecuencia de la que pensamos, y cada vez que ocurre me trae a la memoria otra maravilla de los cielos: Air Madrid, famosa en todo el mundo por haber dejado en tierra a más de 60 mil viajeros, incluido este servidor, sin que a la fecha haya devuelto un solo duro a los pasajeros. Mi cuent

"Corasón"

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Es inútil. Llevo años en España y no he podido perder mi acento de centraca. Mucha gente sin ninguna mala intención me lo ha recomendado una y mil veces como la única forma de integrarme completamente a la sociedad española, incluso han llegado a sugerirme que contrate los servicios de un foniatra para que en cuestión de días borre de un plumazo este acento que arrastro desde que nací en Costa Rica, cuando no se me pasaba por la cabeza emigrar y no tenía idea de que en mi pueblo se hablara distinto al resto del mundo. Por cabezonería, mal oído o nostalgia nunca he podido expresarme como “español de toda la vida” aunque eso no significa que por épocas no haya tratado de diferenciar la “c” de la “z” o de la “s” pero al final siempre desisto porque hay palabras que dichas a la española me suenan raro y hasta me parece que pierden todo su significado. Por ejemplo: no es lo mismo decir “corasón” que “corazón”, el primero me suena a bolero romántico de esos que llegan al alma y el segun

Los malos de la película

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Si algo ha dejado claro esta campaña electoral es que el PP no está nada convencido de la llegada de tanto inmigrante a España y que desde sus filas se les asocia con la mayoría de los grandes problemas que desde su perspectiva azotan el país. Da igual si se habla de crisis de las hipotecas, del paro y el caos en la atención médica de la Seguridad Social, tarde o temprano siempre aparece esa “quinta columna”, esos inmigrantes que han llegado a España a colapsar a este país. La historia se repite: a falta de un enemigo frente al cual aglutinar fuerzas y conseguir apoyos nada más fácil que demonizar a un sector de la población, al más vulnerable…una lección de propaganda política que a Goebbel, el célebre ministro de la Alemania nazi, le dio grandes y magníficos resultados. Pareciera que desde la visión precaria de la realidad que tanto le gusta a un sector de la sociedad española, los derechos humanos son como los recursos naturales no renovables: cuanto más se usan más se gastan, vi