Cotillas

En estos días he pensado mucho en Socorro. Doña Soco, una entrañable vecina de mi barrio que aparte de su afán por servir a los demás se distinguía por ser una cotilla o vina (como dicen en mi pueblo) de vocación: no había acontecimiento alrededor de su casa o a varias manzanas de ella (o a kilómetros a la redonda como decían las malas lenguas) que no se le escapara, donde estaba la noticia ella aparecía “por casualidad” con la compra a cuestas (teníamos la sospecha que su carrito era de utilería y estaba vacío), dispuesta a recabar toda la información posible en tiempo récord. Si por alguna razón las cosas no quedaban claras no tenía inconveniente alguno en hacer una visita a los protagonistas con la excusa de llevarles un caldito o unas galletitas hechas por ella misma y así poder confirmar el notición del siglo y contarlo al resto de los mortales que, dicho de paso, también se morían de ganas por saber lo que había ocurrido.

Como vivíamos enfrente de ella en casa nos acostumbramos a que ante cualquier movimiento “sospechoso” nuestro como meter maletas en el coche, traer un sofá nuevo o la llegada de una visita, la cortina de su salón se movía ligeramente y por una esquina de la ventana aparecían sus ojillos inquisidores, según Soco nadie se daba cuenta pero todos sabíamos que estaba ahí ejerciendo su “derecho a la información” pero no nos importaba, estábamos resignados a vivir en una especie de "Gran Hermano" perpetuo emitido en exclusiva para disfrute de nuestra adorable cotilla.

He pensado mucho en esa vecina porque con la llegada de las redes sociales como My Space, Hi5, los más variopintos blogs y un kilométrico etcétera de plataformas de internet, me he convertido en una especie de versión cibernética de doña Socorro solo que menos generosa y más egoísta: porque todo lo que averiguo no lo comparto con nadie (lo cual atenta contra el principio sagrado del cotilleo: "hay más placer en contar un chisme que en averiguarlo"). Por lo visto la gente se ha vuelto muy confiada y hoy en día cuenta con lujo de detalles aspectos privados de su vida que ni muertos revelarían en persona pero si en el “anonimato” de Internet con un Nick o nombre falso pero siempre acompañados de decenas de fotografías de viajes, fiestas y celebraciones…todo un festín para nosotros los cotillas de la red.

Lo que a Socorro le habría llevado años y arduo trabajo averiguar hoy se puede saber con un simple click en el sitio indicado. Por ejemplo, navegando por la red he descubierto por “casualidad” que la pareja ideal de la facultad, los tortolitos eternos, al final se separó como consta en el perfil de mi ex compañera, que mi vecino que va de duro por la vida lee poesía en sus ratos libres y que busca novia – “a ser posible entre 25 y 30 años”-, que la chica de la farmacia los fines de semana canta jazz, que el instructor de gimnasio colecciona búhos, y que yo desde 1990 debo no sé cuantas pelas a una asociación de estudiantes que tuvo la cortesía de colgar la lista de morosos en su blog.

Así cada vez que visito todos esos maravillosos sitios virtuales en la que la gente lo cuenta todo de todo, pienso en lo inmensamente feliz que sería mi vecina si a sus 75 años decidiera aprender a usar Internet ¡Pobre doña Socorro, no sabe lo que se está perdiendo!

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