Cine forum
En casa solían celebrarse los cine fórum como deberían hacerse en todo el mundo mundial: en pijama. Por lo general las sesiones tenían lugar los domingos por la mañana, poco después del desayuno, cuando los dos únicos críticos oficiales de la casa, mi padre y mi madre, decidían contarnos la película que habían visto la noche anterior sin escatimar ningún detalle, incluyendo cómo terminaban, que lo de no contar el final fue una invención moderna de los críticos de los periódicos.
Mi padre era el experto en películas de guerra y para ser más concretos de la II Guerra Mundial. Consideraba que eran las únicas que merecía la pena ver aunque el final siempre era previsible, al menos para mí: pasara lo que pasara siempre ganaban los aliados. Sus películas preferidas eran El puente sobre el río Kwai, cuya banda sonora la pasaba silbando a todas horas; El día más largo y, por supuesto, Los cañones de Navarone, una peli que tuvieron que ver en dos partes porque durante el estreno la función se suspendió tras un temblor que sacudió la capital.
Desde la perspectiva de mi madre las mejores películas eran las comedias de Rock Hudson y Doris Day, de haber sido miembro de la Academia probablemente les habría dado el Oscar durante diez años seguidos. Sin embargo, la película que más le había gustado nunca era Nuestros años felices (Tal como éramos en España, The Way We Were en el resto del mundo), una película “muy recomendable” a pesar de tener el final más triste del mundo. Eso sí, a su juicio le resultaba poco creíble porque ninguna mujer en su sano juicio dejaría escapar a un tipo como Robert Redford.
Cuando crecí decidí seguir las recomendaciones cinematográficas y ver todas las pelis de las que me habían hablado mis padres durante años, pero sobra decir que mis propuestas nunca tuvieron demasiado éxito entre mis amigos del barrio porque todos esos clásicos eran películas para viejitos.
Mi padre era el experto en películas de guerra y para ser más concretos de la II Guerra Mundial. Consideraba que eran las únicas que merecía la pena ver aunque el final siempre era previsible, al menos para mí: pasara lo que pasara siempre ganaban los aliados. Sus películas preferidas eran El puente sobre el río Kwai, cuya banda sonora la pasaba silbando a todas horas; El día más largo y, por supuesto, Los cañones de Navarone, una peli que tuvieron que ver en dos partes porque durante el estreno la función se suspendió tras un temblor que sacudió la capital.
Desde la perspectiva de mi madre las mejores películas eran las comedias de Rock Hudson y Doris Day, de haber sido miembro de la Academia probablemente les habría dado el Oscar durante diez años seguidos. Sin embargo, la película que más le había gustado nunca era Nuestros años felices (Tal como éramos en España, The Way We Were en el resto del mundo), una película “muy recomendable” a pesar de tener el final más triste del mundo. Eso sí, a su juicio le resultaba poco creíble porque ninguna mujer en su sano juicio dejaría escapar a un tipo como Robert Redford.
Cuando crecí decidí seguir las recomendaciones cinematográficas y ver todas las pelis de las que me habían hablado mis padres durante años, pero sobra decir que mis propuestas nunca tuvieron demasiado éxito entre mis amigos del barrio porque todos esos clásicos eran películas para viejitos.
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