lunes, 8 de septiembre de 2025

Día de la Independencia

Aquel 15 de septiembre de 1977, Día de la Independencia de Costa Rica, Perera llegó hecho un pincel a la Escuela, una completa monada con su trajecito típico de campesino de gala: pantaloncito blanco, camisita de manga larga, pañuelito rojo atado al cuello, fajón a la cintura color rojo satinado, chonetito de manta y hasta un machete, de feria como tenía pelo negro azabache parecía un muñeco de souvenir de esos que venden en cualquier tienda del Mercado Central, una preciosidad. 

Yo por el contrario, como de costumbre, llegué malamente vestido de campesino con unos vaqueros viejos, la camisa blanca del uniforme, un pañuelo rojo atado al cuello que le cogí a mi vieja del tocador y que olía a laca, un sombrero de paja que ni me quedaba por jupón –nunca me han entrado los sombreros- y un bigote que me pintó Tere “La Negra”, la muchacha que nos ayudaba en casa, a último momento con su rimmel. Por cosas de la vida ese día de la independencia solo dos alumnos en toda la Escuela atendimos la sugerencia de ir vestidos de campesinos en honor a la Patria, el resto como si no fuera con ellos el tema de la independencia y eso que la víspera el Director había anunciado un premio al mejor traje.

Después del solemne Acto Cívico en el que entonamos todos los himnos patrióticos habidos y por haber, don Alberto, el director, nos llamó a Perera y a mí al escenario para el veredicto final. Era bastante obvio que Perera me ganaba por goleada, si yo por aquella época hubiese tenido algo de dignidad no me habría subido para hacer el ridículo delante ese montón de pre-adolescentes pero lo hice sin pensarlo dos veces.

Para hacerlo más democrático -y de seguro para evitarme el trauma a mí que era el claro perdedor- se decidió que se haría democráticamente por aplausos. A Perera lo aplaudieron bastante pero no tantos como a mí que hasta “vivas” recibí para mi sorpresa. Se me había olvidado por completo que meses atrás había actuado en una obra de teatro escolar en la que mi personaje había hecho mucha gracia y mis compañeros no habían parado de reír, ahí aprendí que el público a veces –cuando les da la gana- es agradecido.

Cuando me declararon ganador Perera enfureció por completo y casi entre lágrimas me dijo que no era justo, que era una vergüenza. Yo me hice el sordo como suelo hacer siempre que alguien me dice algo desagradable y orgulloso recogí mi premio, una flamante bola de basquetbol con la que nunca super qué hacer y a la que le dieron buen fin mis primos y los niños del barrio que la usaron para jugar al futbol, beisbol, voleibol pero nunca para el basquetbol. 

La bendita bola duró años hasta que unos cinco años después me la encontré estallada en el patio.

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Reporteros

  En mi época de reportero en Costa Rica –por lo general los periodistas nos cansamos de esa época pero de una forma u otra siempre la añora...