jueves, 23 de octubre de 2025

Reporteros

 

En mi época de reportero en Costa Rica –por lo general los periodistas nos cansamos de esa época pero de una forma u otra siempre la añoramos y sobre todo si somos mayorcitos porque sentimos nostalgia del olor de la tinta del taller, de tener en las manos recién impreso el periódico y la emoción de ver tu nombre impreso en una nota- tuve la suerte de coincidir en un periódico con una compañera de universidad con la que me reía mucho (y me río), no podíamos estar juntos sin que nos diera mal  de risa: básicamente nos reíamos de todo y de todos. 

Además, teníamos una especie de alianza estratégica: Sin avisar a los jefes nos intercambiábamos conferencias de prensa (“Vas vos pero firmo yo la nota para que no me reclamen”), entrevistados, eventos y los Viernes en la noche como yo a las 6pm me desconectaba –los Viernes mi cerebro desde siempre se me va desenchufando poco a poco- y me escapaba por el taller  corriendo a la casa para alistarme e irme de fiesta, más de una vez se quedaba terminando mis notas bajo promesa que le pagara  el próximo almuerzo en “Le vomitage”, el comedor del Periódico.

De vez en cuando el director nos asignaba reportajes conjuntos y la verdad nos coordinábamos a la perfección, hacíamos un esquema del reportaje, nos repartíamos entrevistados, la investigación en la hemeroteca, el cotejo de datos y siempre coincidíamos en las conclusiones. El problema llegaba cuando en plena hora de cierre, nos sentábamos a escribir el reportaje porque no parábamos de reírnos comentando las cosas que nos habían contado los entrevistados -y CÓMO las habían contado (eso siempre va a ser lo más importante en la vida: cómo la gente cuenta las cosas)- y por supuesto viendo las fotos:

-“Ay vea cómo estaba vestida la Primera Dama, con el mismo estampado de las cortinas del despacho”.

-“¿A quien se le parece el Ministro? Fíjese bien: al Dr. Chapatín pero joven y más feo”.

En esos momentos el subdirector se acercaba, nos volvía  a ver de arriba abajo y a gritos decía- tenía  muy mal carácter- “¿A qué premio nobel se le ocurrió poner a trabajar juntos a estos dos si siempre están en lo mismo. En media hora quiero ese reportaje en mi escritorio o sino aquí amanecemos todos”. 

Y al final lo de siempre, hacíamos lo que hacían los demás pero no divertíamos más. 


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