El último verano

 

Ese verano mi hermana anunció que había reservado una habitación de hotel y que nos iríamos a recorrer las playas del litoral Pacífico de Costa Rica. Mis viejos estaban pletóricos porque tenían mucho de no salir y porque yo los acompañaría, tenían dos años de no verme que en una época en la que las videollamadas eran ciencia ficción significaba toda una eternidad. 

En aquel viaje mi madre pasó cantándome la canción “Corazón contento” mientras emocionada me tomaba de la mano porque decía que era un sueño volver a verme, hacía dos años me había ido a estudiar a España y ella desde el primer momento supo que no volvería nunca más, ese viaje sorpresivo le había cambiado la vida. Estaba tan encantada que a la primera parada se compró un sombrero rosa solo para celebrar.

Por última vez volvimos a dormir los cinco en una habitación cómo cuando éramos niños, volvimos con las discusiones eternas de quien se dejaba la cama mejor situada o quien sería el primero en ducharse tras un día en la playa. Volvimos a ser los de antes.

Fue la última vez que vi a mi padre nadar. Era el mejor nadador del mundo, se zambullía en medio de las olas para aparecer unos minutos después mar adentro, saludándonos. De pequeño cada vez que él hacía eso yo solía pararme a verlo, a esperar que apareciera y cuando lo hacía yo respiraba tranquilo y volvía a mis castillos de arena. Por última vez lo vi nadar.

Miramos juntos la puesta de sol, por última vez.

Cuando pienso en esos momentos y que mis viejos ya no están, siento que como homenaje debería comprometerme a vivir más el aquí y el ahora porque la vida se nos escurre como arena en las manos. El pasado ya está lejos, el futuro es incierto, lo único que tenemos es este momento presente, esta familia, estos amigos, este lugar, esta cotidianidad…muchas de las que que estamos viviendo, las estamos viviendo por última vez

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