Los muchachos
En ese año esos muchachos prometieron ser amigos para
siempre, mantener el contacto y, pasara lo que pasara, verse al menos una vez
al año para celebrar que habían tenido la gran suerte de conocerse. Cumplieron
su palabra, nunca se separaron y jamás dejaron de pasarla en grande cuando se
veían como atestiguan las fotos de esos encuentros que registran cada uno de
esos momentos, cada vez más canosos y barrigones pero siempre felices de verse.
En el 2008 celebraron a lo grande los cincuenta años de
graduación, la fiesta de los “Sobrevivientes” como la llamaron, según mi padre fue
el fiestón de la vida: comilona, traguitos y hasta entrega de diplomas y
trofeos; no todos los días se celebran cinco décadas de haberse graduado del
colegio y mucho menos de ser amigos que nunca dejaron de compartir sus vidas.
Poco a poco aquellos muchachos empezaron a despedirse de este
mundo, cada vez eran menos en las reuniones o los que participaban en las
tertulias vía email. Desconozco si queda alguien que siga enviando emails semanales
contando las últimas novedades de esos muchachos pero lo que sé es que fueron grandes,
fueron felices…como testigo de esa época dorada en la que la vida era promesa e ilusión queda ese trofeo que mi padre
colocó en lugar de honor en su oficina.
Sigue donde mi viejo lo dejó, como
recuerdo de esa amistad que sobrevivió a todo, como homenaje a la vida.
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