El Pintalabios

Cuenta mi madre que el día que se murió su cuñada, lo único que pensaba era que la pobre estaba ahí en la funeraria sin maquillar y eso la tenía más triste aún sobre todo porque durante toda su vida mi Tía había sido una coqueta de primera línea, su melena siempre impecable, vestida de domingo, perfumada y lista como si fuera a una recepción de esas que salían en las revistas del corazón -y a las que siempre soñó ir- para ir al supermercado a comprar el pan de la mañana. Educada para triunfar en sociedad, para ser la esposa perfecta y brillar en sociedad había cometido el "error" de ser madre soltera, imperdonable para una señorita de buena familia.

Mi madre se recriminaba haberse olvidado "precisamente ese día" de su carterita de maquillaje, por la mañana unas primas lejanas habían le habían llevado unas pinturas viejas que acabó tirando por la basura, imposible maquillar a Eli con pinturas desgastadas, rescatadas de la basura...los muertos tienen su dignidad y tienen que dejar este mundo con clase y más una chica que nunca dejó de creer en las historias de princesas. Menos mal que a media tarde apareció una de mis hermanas con un lápiz labial, "sí, ese color le gustaba mucho".

Y así lentamente, mientras le susurraba palabras de despedida, diciéndole que había sido un gran honor conocerla, mi vieja le pintó los labios a mi tía por última vez.

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