La foto de Kennedy

A los cinco años tenía la mente hecha un lío. Cada vez que abría el álbum de fotos familiar en la primera página aparecía ese señor, vestido de traje y corbata, y eternamente sonriente. A simple vista parecía que en la vida le iba bastante bien aunque mi madre un día me contó que llevaba casi diez años muerto y que lo había matado un señor “muy pero que muy malo”. Posiblemente por envidia, pensaba yo, porque además de bien parecido el señor ese tenía cara de ser el más bueno del mundo mundial.

La verdad que la presencia de aquel señor me intrigaba profundamente sobre todo porque no siendo familia se había ganado el honor de estar al lado de mis abuelos, padres y de toda la manada de parientes que teníamos en ese entonces y que por fortuna seguimos teniendo. La confusión aumentaba cuando me decían que ese señor había sido presidente de Estados Unidos y que se llamaba John F. Kennedy. ¿Qué hacía un muerto, de un país lejano, con un apellido tan raro en la primera página del álbum, justo la que se reserva al patriarca familiar? Ni la menor idea, era todo un misterio.

Como si aquello no fuera suficiente mi madre cada vez que veía la foto entrecerraba los ojos, suspiraba y decía con voz queda, para que mi padre no la escuchara, “¡Qué hombre!”, algo que solo hacía cuando Tom Jones aparecía en la tele…bueno en honor a la verdad tendría que decir que al cantante le soltaba algunos piropos de más sobre todo cuando se ponía a bailar en el escenario. Pero como Tom Jones no estaba en el álbum de fotos, al lado de mis abuelos, no me importaba tanto.

Así no extraña que creciera con la sensación de que ese señor era una especie de tío gringo y que cada vez que alguien hablara de los Kennedy me sintiera directamente aludido y que siempre estuviera dispuesto a defenderlos a capa y a espada. Sin embargo el amor por “mi” familia famosa se acabó el día en el que en la Escuela empezamos a usar unos libros de matemática “financiados, patrocinados y promovidos bajo la generosidad de la Alianza para el Progreso, una iniciativa de la Administración Kennedy para todas las democracias del mundo” como se leía en la contratapa de los libros. Aquello me disgustó profundamente. No podía ser que un señor que estaba en el álbum de fotos de casa, que se suponía buena gente hubiese ayudado a editar esos libros que tanto me martirizaban. Nunca se lo perdoné.

Desde ese día intenté por todos los medios de arrancar la foto de ese señor pero aquello resultaba demasiado arriesgado, mis hermanas mayores cumplían cabalmente su papel de mini CIA doméstica, siempre vigilaban todos mis movimientos y al menor intento irían a contarle a mis padres que estaba cometiendo un magnicidio fotográfico. Además, como mi madre le tenía tanto cariño a esa foto me daba un poco de pena…es decir que John Kennedy sigue reinando en el álbum de fotos familiar, al lado de mis difuntos abuelos.

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