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Carlitos

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Desde los cinco años tenía claro que tenía que no podía darse el lujo de jugar como los otros niños. Como era "pobre", como el mismo decía, no tenía más remedio que acompañar a su madre mientras limpiaba casas a limpiar casas ajenas. Mientras su vieja fregaba suelos, él se dedicaba a sacudir, a limpiar vidrios o hacer cualquier trabajito para que le dieran unas monedas demás. Así fue como conocí a Carlitos, acompañando y asistiendo a su vieja mientras limpiaba la casa de mis padres y correteando conmigo por el barrio. La verdad que era un chiquillo rubio encantador y divertido, con esa voz de soprano que mantuvo hasta los 15 años y de la que él era el primero en reírse -" ¡ Qué vocecita la mía!"- era el alma de la fiesta, siempre feliz y encantado de estar con nosotros al punto que siempre decía que si algún día se sacaba la lotería lo primero que haría sería comprarle una casota "Madrina", mi madre, y otra más pequeñita para él, "¿Se imagina

Nunca me olvides

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Fue en el Supermercado, un día cualquiera, cuando él la miró fijamente preguntándole quien era. En un primer momento ella creyó que se trataba de una broma, a lo largo de 40 años de matrimonio  su marido a menudo le gastaba alguna broma para hacerla sonreír -"es que estás más guapa cuando te enfadas"-sin embargo esta vez fue diferente, había algo en su mirada y en su voz completamente distinto, no rompió en una carcajada ni le dio un abrazo travieso, caminó desorientado por el pasillo mientras ella lo perseguía, "Cariño, ¿a donde vas? Soy tu esposa", mientras él repetía con insistencia en que había perdido el camino a casa. Aquello fue tan solo el principio de una cadena de despistes a los que el médico, dos semanas después , puso nombre: "su marido tiene Alzheimer". A ella le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo, a los 75 años se es demasiado joven para olvidar una vida y sobre todo una historia de amor. El primer beso, la luna sobre el mar en la

Una canción para mi abuela

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Daba igual lo que estuviera haciendo o que estuviese en mitad de una conversación, cuando mi abuela escuchaba Anillo de Compromiso el mundo parecía detenerse y ella parecía perderse en sus recuerdos. Sonreía y movía la cabeza con una ternura infinita como quien acaricia recuerdos   y revive por un segundo un pasado lejano. Mi abuelo, como mucha gente de su época, fue un pobre de solemnidad que hasta el último día de su vida aseguró que había conocido a Anita, mi abuela, en un sueño...fue ver a esa chica guapa paseando por el Parque Central para saber que era ella, el gran amor de su vida. Y como mi abuelo era de los que creía que cuando el destino decide a los mortales no nos toca más que obedecer, a los tres meses la boda se celebró. Aquello fue el inicio de una historia de idas y venidas, de ocho retoños, de pobrezas y riquezas, de un porvenir dibujado un mantel de cocina y de muchos veranos entre árboles de mango y de guayaba y la certeza de tenerse el uno al otro para siempre

La madre suicida

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A los ocho años, Juanito, mi compañero de Escuela ya no daba más de sí, todos los lunes llegaba a la Escuela tristón, pensativo y ojeroso. Durante meses yo pensaba que mi amigo estaba aquejado de una terrible enfermedad y le tenía toda la consideración y estima que se le tiene a quienes van a dejar este mundo en breve hasta que un día me confesó que su madre padecía de depresiones y a menudo intentaba suicidarse.   Al parecer no escatimaba esfuerzos en todos sus intentos, y fin de semana de por medio se tomaba un cóctel de pastillas, intentaba ahorcarse, se cortaba las venas y hacía lo imposible por poner fin a su vida. A mi en lo personal, como amigo de Juanito, me importaba un comino que la señora cayera fulminada por un rayo pero me parecía injusto que el pobre chico viviera un eterna pesadilla, en una constante zozobra y más me enfadaba que los compañeros se burlaran de él porque lloraba por cualquier cosa, en el fondo yo sabía que mi amigo era más valiente que ninguno porq

Que la pobreza no se note

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Hasta sus últimos días mi abuela siempre decía que una de las cosas de las que más orgullosa se sentía era que sus hijos siempre habían usado zapatos. Un sentimiento que cuesta entender sino uno no se traslada a esos años en los que casi todos eran pobres de solemnidad y andar con zapatos eran un privilegio de los "ricachones", que con sus zapatitos lustrosos cada día salían a conquistar al mundo mientras la mayoría de los mortales andaba por la vida con los pies desnudos. Contaba mi abuela que desde que jovencísima se convirtió en madre decidió que aunque la criticaran por querer aspirar a algo más -"me decían que qué me creía- y el dinero no alcanzara, sus hijos llevarían siempre zapatos porque que la vida calzado se disfrutaba más. Detrás de ese gesto, a lo mejor banal para una madre de 8 hijos, que tenía que hacer equilibrios para llegar a fin de mes, se escondía el deseo de mi abuela de mantener siempre la dignidad, de demostrar que por más mal que se estuvier

Silvia, la reina

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Que fuera guapa, simpática y que sobre todo, apuntada. Fueron los tres requisitos que me dieron para buscar una reina para la Escuela de Ciencias de la Comunicación Colectiva, estábamos en la Asociación de Estudiantes y ese año queríamos lucirnos como nadie. De inmediato pensé en Silvia, que de sobra reunía de sobra todas las condiciones y que por nada del mundo se perdería una oportunidad así porque si algo sabía ella era disfrutar el momento. -"Hmmm, y que hay que hacer? -Nada, solo ir montada en la carroza el día del desfile, saludar y tirar besos así (haciendo la mímica). -Hmm déjeme pensarlo (medio segundo después)...bueno sí, está bien. Usted si que es embarcador!!" Fue así como entre risas Silvia fue nuestra reina durante una semana y aguantó estoicamente el desfile universitario, con un vestido hecho para la ocasión, saludando sin parar al público y sonriéndonos con complicidad  de vez en cuando porque por una vez más yo la había embaucado a hacer algo y ella no

Plan de Vida

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Lo confieso, mis planes nunca resultan y eso lo sé desde los cinco años cuando me fugaba a a casa de mi abuela. Siempre me "atrapaban" a medio camino y terminaba sentado en el comedor comiéndome un plato de cereales y pensando que mi vida era un completo desastre  que "no podía seguir así". Han pasado los años y sigo teniendo la misma sensación, que de nada vale planear porque la vida siempre se las apaña para ponerme en situaciones inesperadas, mi conclusión es que si mi vida fuera una serie de TV probablemente el guionista pasaría los días drogado o borracho. No, no me estoy quejando, que ya me acostumbré a este "sin vivir" y no podría tener un día a día en la que todo estuviera planificado, yo improviso y con eso basta. Siempre pensé que estas alturas de la vida tendría un trabajo ideal, una casa coqueta con vistas a un jardín, un pequeña fortuna que me permitiera vacaciones cinco estrellas una vez al año y cenas en  restaurantes fashion de la ciudad,