La madre suicida
A los ocho años,
Juanito, mi compañero de Escuela ya no daba más de sí, todos los lunes llegaba
a la Escuela tristón, pensativo y ojeroso. Durante meses yo pensaba que mi
amigo estaba aquejado de una terrible enfermedad y le tenía toda la
consideración y estima que se le tiene a quienes van a dejar este mundo en
breve hasta que un día me confesó que su madre padecía de depresiones y a
menudo intentaba suicidarse. Al parecer no escatimaba esfuerzos en todos sus intentos, y fin de semana de por
medio se tomaba un cóctel de pastillas, intentaba ahorcarse, se cortaba las
venas y hacía lo imposible por poner fin a su vida.
A mi en lo
personal, como amigo de Juanito, me importaba un comino que la señora cayera
fulminada por un rayo pero me parecía injusto que el pobre chico viviera un eterna
pesadilla, en una constante zozobra y más me enfadaba que los compañeros se
burlaran de él porque lloraba por cualquier cosa, en el fondo yo sabía que mi
amigo era más valiente que ninguno porque a su tierna edad, mientras su
progenitora estaba en el hospital o sedada en casa, él tenía que apañárselas
para prepararse la comida, planchar el uniforme y luchar por tener una vida
normal como si nada pasara.
Juanito, que era
una eminencia en muchas cosas, era un fan de la película "El Mago de
Oz". Podía pasarse horas de horas hablando de la historia y de cómo
Dorothy era una tonta de cuidado porque pudiendo quedarse en la Ciudad
Esmeralda siendo feliz con sus amigos había escogido regresar a su casa en
Kansas. "¿Quien la entiende?" me se decía mirándome detrás de esas
gafotas, "yo ni loco vuelvo".
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