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Despedidas

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Se piensa que con los años uno se acostumbra a todo pero no es cierto. A mi cada vez más me resulta más difícil despedirme. Confieso que intento por todos los medios de evitarlo, de escabullirme como ladrón a mitad de la noche, sin que nadie se entere o sin tener que repetir la liturgia del adiós, la de las promesas del vernos "muy pronto", la de reprimir las lágrimas con una sonrisa forzada, la del abrazo triste con lágrimas en la mejilla. A lo mejor porque por experiencia sabes que detrás de cada despedida hay una ruta incierta, es imposible asegurar que las cosas van a seguir igual, que nosotros seguiremos siendo los mismos de siempre cuando nos volvamos a ver, a lo mejor porque con los años uno sabe que el tiempo es efímero y que la vida es una lucha a contratiempo con el adiós definitivo.

Des (Amor)

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El desamor transita por la misma ruta del enamoramiento pero a la inversa, es el camino de vuelta a casa. Cuando nos enamoramos de la noche a la mañana cambia todo a nuestro alrededor, esa persona que hasta hace poco no existía comienza a ser cada vez  más y más importante al punto que acabamos deseando compartir cada segundo con ella, y si estamos lejos pensamos con ternura en cada detalle de su rostro, su mirada de ángel o esa sonrisa que parece iluminarlo todo y nos hace enterrar miedos y tristezas y nos parece increíble que hayamos vivido tanto tiempo sin conocerla. Con el des-amor sucede algo parecido:  al principio pensamos en esa persona todo el día,  repasamos con nostalgia las viejas fotografías y nos parece mentira que ya no esté a nuestro lado. Lloramos, pensamos en los "Y si" una y otra vez para caer en cuenta que ya no sirve de nada.  Conforme pasa el tiempo el recuerdo se va haciendo más y más pequeño hasta que un día nos damos cuenta que ya no pensamos t

Nostalgia

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En la familia la llegada de mi tía de Estados Unidos significaba un torbellino de alegría. Ella para mí era una especie de Mary Poppins que siempre venía cargada de regalos y de divertidas anécdotas de la vida en Nueva York que me hacían soñar, lo mejor de todo era que durante el tiempo que durara su visita era más libre que nunca porque los horarios de la casa se trastocaban, mis padres estaban distraídos atendiendo a mi tía por lo que podía hacer lo que se me antojara, vivía en el paraíso. Fue en una de sus visitas que con seis años por primera vez conocí una extraña sensación que comenzó justo cuando nos acercábamos al aeropuerto para despedirla y ví a lo lejos el avión de la PanAm, de pronto sentí un nudo en el estómago, unas ganas incontenibles de retroceder en el tiempo y una tristeza profunda, mi madre lo diagnosticó de inmediato: eso se llama nostalgia. Lejos estaba de imaginar que esa sensación me acompañaría a lo largo de mi vida.

¡Salud!

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En una época en la que medio mundo a mi alrededor se ha vuelto abstemio por las razones que sea -por la edad, por salud, para mantener la línea, por religión o para tomar cosas más fuertes (que ahora hay mucha modernidad suelta por ahí)- yo sigo con mi humilde vocación de borracho. Vale, sé que es un poco demodé y socialmente está mal decirlo pero qué le voy hacer? Soy muy buen borracho: después de la primera copa de vino mis amigos son los más guapos del mundo y mi Madrid, es la mejor ciudad del universo. He tenido muchos compañeros de juergas, gente adorable con la que arreglé y desarreglé el mundo, con la que regresé a casa de madrugada cantando desafinado alguna ranchera. Muchos de ellos ya se fueron de la ciudad, se casaron y renunciaron a su vida bohemia, y a muchos otros con tanta vuelta que nos dio la vida los perdí de vista pero en cada noche de juerga siempre los recuerdo con nostalgia y al brindar pienso en ellos. La gente de bien suele decir que los buenos amigos solo s

A partir de los 50

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Uno de los grandes problemas es que cuando llegamos a los cincuenta seguimos con la percepción que tenemos 20 años y que nos queda mucho tiempo para ser felices y que lo que no hagamos hoy lo podremos hacer mañana, cuando la realidad es que tenemos los días contados, el tic tac resuena en nuestros oídos con más fuerza que nunca.  Por más que te digan lo contrario ya has vivido más de la mitad de tu vida. En el mejor de los casos -con muchísima suerte- te quedan menos años hábiles de los que quisieras para cumplir tus sueños. Da igual que te cuides mucho, que vayas al gym o que tengas una figura envidiable cuando menos lo pienses vendrá algún padecimiento y tu cuerpo y a lo mejor tu mente empezarán a dar muestras de cansancio y te darás cuenta que ya no eres el mismo.  Lejos de deprimirnos frente a un panorama como éste debería ser el mejor aliciente para disfrutar la vida, para hacer locuras ahora que podemos, amar intensamente y reírnos a carcajadas cuando nos dé la gana. A cu

Huellas

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Cuando llega a cierta edad y echa la vista atrás se da cuenta la cantidad de gente buena que ha conocido a lo largo de su vida, personas que han ocupado un papel primordial en una época y que durante mucho o poco tiempo nos enseñaron un mundo nuevo. Aquel colega de trabajo que nos hizo la vida más soportable, esa amiga de juventud que fue nuestra confidente, esos compañeros de Facultad con los que pasábamos estudiando o esos amigos de juerga con los que vivimos noche inolvidables y por supuesto ese primer amor que nos enseñó lo maravillosa que podía ser la vida a cuatro manos. Todos han dejado huellas imborrables y aunque la vida nos ha llevado por diferentes caminos, a veces a pesar de nosotros mismos, en un rincón del alma siempre están ahí y su recuerdo perdura en gestos que copiamos de ellos, en "filosofías" de vida que nos enseñaron o en esas manías que suelen contagiarse cuando pasas mucho tiempo con alguien. A toda esa gente que estuvo pero que ya no está, a todos es

Soledad

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Esos zapatitos detrás del paraguas pertenecen Soledad. Así llamo a la chica sin techo que duerme en mi calle. Hace unos seis meses apareció frente a la puerta del Burdel del lujo mi calle. Al principio creí que se trataba de la madre de una de las chicas guapas que trabajan en el local porque se pasaba horas enteras frente a la puerta del local esperando a alguien que nunca llegaba pero con el tiempo empecé a sospechar que más bien se trataba de una ex-trabajadora del sitio que un día cayó en desgracia y cambió las noches de pasión de moteles por la soledad de las aceras. Cuarenta y muchos o cincuenta y pocos. 1.68 de estatura, melena larga rubia , buena planta y siempre, siempre solitaria. Se pasa el día dormitando debajo del ventanal del restaurante chino enfrente de casa y de noche...de noche duerme donde puede. No suele pedir limosna salvo para cigarros. Coqueta y perpetuamente con ese maletín de ejecutiva en el que esconde su saco de dormir. Ayer por la noche, Soledad, la chica