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Huellas

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Cuando llega a cierta edad y echa la vista atrás se da cuenta la cantidad de gente buena que ha conocido a lo largo de su vida, personas que han ocupado un papel primordial en una época y que durante mucho o poco tiempo nos enseñaron un mundo nuevo. Aquel colega de trabajo que nos hizo la vida más soportable, esa amiga de juventud que fue nuestra confidente, esos compañeros de Facultad con los que pasábamos estudiando o esos amigos de juerga con los que vivimos noche inolvidables y por supuesto ese primer amor que nos enseñó lo maravillosa que podía ser la vida a cuatro manos. Todos han dejado huellas imborrables y aunque la vida nos ha llevado por diferentes caminos, a veces a pesar de nosotros mismos, en un rincón del alma siempre están ahí y su recuerdo perdura en gestos que copiamos de ellos, en "filosofías" de vida que nos enseñaron o en esas manías que suelen contagiarse cuando pasas mucho tiempo con alguien. A toda esa gente que estuvo pero que ya no está, a todos es

Soledad

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Esos zapatitos detrás del paraguas pertenecen Soledad. Así llamo a la chica sin techo que duerme en mi calle. Hace unos seis meses apareció frente a la puerta del Burdel del lujo mi calle. Al principio creí que se trataba de la madre de una de las chicas guapas que trabajan en el local porque se pasaba horas enteras frente a la puerta del local esperando a alguien que nunca llegaba pero con el tiempo empecé a sospechar que más bien se trataba de una ex-trabajadora del sitio que un día cayó en desgracia y cambió las noches de pasión de moteles por la soledad de las aceras. Cuarenta y muchos o cincuenta y pocos. 1.68 de estatura, melena larga rubia , buena planta y siempre, siempre solitaria. Se pasa el día dormitando debajo del ventanal del restaurante chino enfrente de casa y de noche...de noche duerme donde puede. No suele pedir limosna salvo para cigarros. Coqueta y perpetuamente con ese maletín de ejecutiva en el que esconde su saco de dormir. Ayer por la noche, Soledad, la chica

Mi primer móvil

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Dicen que los objetos tienen vida propia y más allá del uso cotidiano que le demos,  a veces llegan a tener una trascendencia impensable, un simple boli, un par de zapatos o una camiseta pueden transformarse en un poema de amor o de desamor. En mi caso fue mi primer móvil, un regalo de una persona a la que quise muchísimo por lo que, más que un aparato tecnológico,  en el fondo fue toda una declaración:  me lo daban porque querían tenerme cerca. En aquel entonces no era un teléfono de última generación pero para mi siempre fue el mejor del mundo porque me abría la puerta a una nueva vida, era importante para alguien. Aún recuerdo lo que me costó deshacerme de aquel "ladrillo" dos años después, y la pena que me dio entregarlo en la tienda a cambio de un modelo Nokia moderno que cabía en el bolsillo del pantalón.  La chica de la tienda nunca entendió la cara de tristeza que tenía.  Fue como dejar atrás una parte muy querida de mi vida.

Un ángel pasó

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No medía más de 1.65 pero siempre me pareció más alta, quizá era su desparpajo y energía para vivir que la hacía más grande pero diminuta y menuda.  Daba igual que fuese una reunión de trabajo o una fiesta familiar, ella llegaba se plantaba frente a todos para regañar o hacer una broma sin preocuparse por protocolos ni ninguna de esas "pendejadas" que siempre le daban pereza, lo blanco era blanco y lo negro negro. Quizá fue por eso que cuando el médico con cara de compungido le recomendó la quimioterapia Patricia le dijo que se ahorrara la tristeza, que un simple cáncer no la iba a derrotar, que lucharía por seguir al lado de su marido, mi tío, y de su hijo.  Y así fue. Durante mucho tiempo Patricia aguantó con valentía  las idas y venidas del hospital, los malos pronósticos, los continuos malestares y la certeza que estaba luchando contra algo superior a sus fuerzas. Curiosamente de esa época la recuerdo más guapa que nunca, coqueta, siempre con un pañuelo en la cabeza par

Y sin embargo aquí estamos...

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No sabemos cómo pero siempre llegamos a fin de mes, creíamos que no superaríamos un divorcio pero lo hicimos y reiniciamos una nueva vida, la enfermedad parecía cercarnos por todo lado y pensábamos que no viviríamos para contarlos pero aquí estamos, riéndonos y preguntándonos con incredulidad que cómo hicimos. Contra todo pronóstico acabamos una carrera, tuvimos hijos, encontramos el amor...siempre en las peores circunstancias sucedió un milagro. El mundo judío celebra en estos días Jánuca, la fiesta de las luces,  en recuerdo de esa vez en la que tras la reconquista del Templo una pequeña cantidad de aceite sirvió para iluminar el templo no solo un día sino una semana completa. De lo poco mucho, de la escasez abundancia, de la tristeza alegría, de la oscuridad mucha luz. Somos sobrevivientes, verdaderos héroes más que rendir homenaje a épocas pasadas nos reconocemos como vencedores de mil batallas y damos gracias por estar vivos.

Low cost people

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Tanta interconexión nos está volviendo anti sociales y eso no lo digo yo, lo dicen expertos que han concluido que ya no visitamos a nuestros amigos y no quedamos con tanta frecuencia como hace unos 10 años. A parecer con la explosión de las redes sociales y de todas las app habidas y por haber con la que podemos interactuar, comprar y ligar le estamos dando menos importancia a la gente de carne y hueso. Estamos dispersos porque tenemos un amplio catálogo de gente eternamente disponible, pasamos a la espera de alguien o algo mejor. Como antes era menos sencillo para quedar cuando te citabas con alguien para tomar café o para lo que fuera era El acontecimiento del día, quedabas, querías disfrutar cada segundo con la gente porque sabías lo complicado que podría resultar volver a verse, ahora como estamos tan hiperconectados no nos centramos porque sabemos que lo que no hablamos en persona ya lo hablaremos vía whastapp, lo importante es lo que suceda en el mundo cibernético. Así estamos

Bienvenido

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Bienvenido vivía en el Bronx y lo conocí de casualidad cuando llegué a su casa para dejarle un libro de inglés a Marcelo, su compañero de piso. Me recibió en la puerta  vestido con una bata china y sin preguntarme mucho me dejó pasar, "está dormido, pero así conversamos un ratico" me dijo en plan de absoluta familiaridad mientras me ofrecía algo de tomar. La pulcritud de su casa contrastaba con el estado ruinoso del edificio, lleno de graffitis por las paredes, mal iluminado y un poco maloliente. "Espero no te hayas asustado chico, aquí vive gente buena".  La casa de Bienvenido era amplia, decorada con muchas fotografías y alguna imagen de la Virgen de Regla, en un pasadizo había improvisado una peluquería. "Soy peluquero, le corto el pelo a todas las vecinas del edificio, me adoran". Me contó que era un "Marielito" -Chico ¿sabes que eso? sino te lo explico"- que llevaba muchos años en Estados Unidos pero nunca había aprendido inglés &q