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¡Bailando se entiende la gente!

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Si se parte del hecho de que en el Caribe se baila antes de aprender a andar, lo más lógico y normal del mundo es que allá de donde vengo se ligue bailando. Bolero, cumbia, salsa, vallenato, cualquier ritmo puede convertirse en un arma de seducción masiva si se baila con pasión y con ganas. Grandes amores han nacido en una pista de baile y muchas relaciones se han derrumbado porque alguien ya no arrimaba la pelvis como antes o era incapaz de seguir el ritmo de su pareja. Como quien es buen bailarín suele ser buen amante, y no viceversa, para desgracia de muchos, en el baile se pone todo el empeño para no defraudar, y cada movimiento se transforma en una metáfora del amor: primero, un intercambio de miradas para saber hasta dónde podemos llegar; luego, un lento acercamiento hasta sentir los latidos del corazón del otro; después, el vaivén de los cuerpos, y finalmente, si se tiene suerte, el inicio de algo tan imprevisto como la historia del mundo. En mi pueblo decimos que para ser fel

Cuando me enamoro...

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Fiebre, escalofríos y ganas de vomitar. En las mil y una veces que me he enamorado, estos síntomas siempre se han repetido; hasta al punto de pensar que más que un tierno angelito que anda tirando sus flechas aquí y allá, Cupido es una especie de bicho infeccioso que impide diferenciar entre una gripe y el enamoramiento agudo. Es ver al objeto de deseo y empezar a sentirme mal, a ser incapaz de articular palabra. Me pongo pálido, sudo y, aunque trato de sonreír graciosamente, me sale una mueca espantosa. Al final quedo como la niña de ‘El exorcista’ y mi alma gemela huye despavorida sin que pueda explicarle que cuando no esté enamorado seré divertido, conversón y hasta guapo. Después de situaciones así, me quedo con mal cuerpo y un poco decepcionado porque, como si no bastara, cuando me enamoro nunca escucho violines, sino los desafinados acordes de una orquesta de verbena, una fanfarria que perpetra los boleros de siempre, ésos que hablan de lo bien que se lo pasan los enamorados, re

Las terrazas atacan de nuevo

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Como vivo en ese parque temático de las terrazas que es el barrio de La Latina, en Madrid, cuando llega el buen tiempo me da un estrés que no veas, porque significa que llega la época en la que para entrar en casa tengo que esquivar mesas, sillas, camareros, músicos callejeros perpetrando éxitos de siempre, tragafuegos, saltimbanquis, turistas del interior y del exterior, borrachos, ‘yuppies’, ‘hippies’ y hasta monjas que han decidido tomarse una caña a las puertas de mi humilde casa. No es que uno sea un "amargao", pero resulta un poco incómodo hacer cola para llegar a la puerta de tu vivienda o tener que ponerte algo ‘fashion’ cada vez que bajas a tirar la basura, por no saber con quién te puedes encontrar. Sin ir más lejos, un día, en una de esas mesas que han tenido la cortesía de colocar en mi portal, estaba el elenco completo de una famosa serie de televisión. Fue abrir la puerta y ellos ahí sentados,desprendiendo ‘glamour’ a raudales, y yo en chándal del Rastro, con do

Abuela y cómplice

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No era estrella del deporte ni cantante de rock, no hacía grandes proezas de las que salen por la tele, pero sí milagros cotidianos, ésos que nunca aparecen en las noticias pero cambian la vida de la gente: mi heroína de infancia fue mi abuela. Tendría un montón de años, pero cuando estaba a su lado me sentía invencible, nada ni nadie podía dañarme si estaba su cálido regazo esperándome al volver de la calle. Como el resto de los adultos andaban muy liados, siempre acudía a ella para las preguntas realmente importantes, como por qué brilla el sol o por qué nacemos y morimos. Si tenía que dormir en su casa, me ponía loco de alegría, porque eso significaba que podríamos charlar hasta altas horas de la noche y que, probablemente, mientras me dormía me contaría alguna de sus historias de cuando el mundo "olía a nuevo", del abuelo que tuvo la osadía de morirse antes de conocer a la mayoría de sus nietos, o de su niñez cuando podía correr por el campo y subirse a los árboles. Solí

Mis maletas y el low cost

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La era del low cost y mis 35 años, marcaron un antes y un después en la historia de mi equipaje. Como antaño consideraba que el avión era una experiencia muy fashion – por lo menos eso le parecía a este paleto que poco había salido al extranjero – cada vez que viajaba me preparaba para disfrutar al máximo de esos momentos de glamour así es que lo primero que echaba en mi equipaje de mano eran mis libros de poesía de Mario Benedetti, de Fernando Pessoa, mi walkman y una “pequeña” selección de treinta cintas como banda sonora para cada momento del viaje. Cumplí 35 años, la edad y el boom low cost cayeron como un tsunami sobre mi equipaje llevándose cintas, libros y cualquier vestigio de una época dorada. Viajar dejó de ser esa experiencia inolvidable para convertirse en algo tedioso e incómodo, así que ahora la consigna es minimizar las molestias del vuelo, salir airoso de los numerosos controles a los que te someten antes de embarcar y sobrevivir a la “experiencia” de viajar. Así las c

Vida después de la vida

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Decir que creo en la otra vida es quedarse corto porque, si de algo soy militante, es de la otra vida. Como decimos en Centroamérica, creo a lo bestia, tanto o más que los mayas, los egipcios y que algunas culturas orientales que enterraban a sus muertos con concubinas incluidas, por si acaso en la otra vida al pobre muerto le entraba un apretón y no encontraba ninguna alma caritativa que estuviera dispuesta a entregarse a los placeres terrenales. Digamos que para mí la otra vida es un paraíso en el que todos tienen cabida y en el que cada uno vive, o mejor dicho ‘muere’, como le venga en gana, sin atavismos de ningún tipo y donde todos están divinamente. De eso tengo constancia porque como «en ocasiones veo muertos», los difuntitos de mi familiase me aparecen cada cierto tiempo en sueños para charlar y entretenerme un poco. Para estar muertos se les ve fenomenal. Bronceados y con colorida ropa veraniega, tienen toda la pinta de estar de vacacaciones en cualquier hotel cinco estrellas

Inmune a la fama

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¿Que haría si fuera famoso? Tendría que hablar de lo que hice cuando fui famoso, porque yo también tuve mis cinco minutos de gloria, cuando mi careto salió en las páginas del suplemento dominical de un conocido diario. Una semana antes, la periodista que me había entrevistado me llamó para anunciarme la fecha de publicación del reportaje y advertirme de que mi foto saldría en página completa. Me quedé en estado catatónico: sería famoso. Pasé noches enteras pensando en qué cosas preocupan a los futuros famosos, del tipo cómo firmar autógrafos (y si hay que firmarlos todos), qué hacer cuando te reconocen, qué decir en los homenajes y cómo saludar por las calles. En este último punto estaba indeciso entre saludar a las multitudes moviendo graciosamente la mano, como Doña Sofía, o hacerlo como los boxeadores, levantando los brazos en rotundo gesto de victoria. Por fin llegó tan ansiado día, salió mi foto, me felicitaron mis amigos y pasé días esperando a que alguien me reconociera por la