Abuela y cómplice

No era estrella del deporte ni cantante de rock, no hacía grandes proezas de las que salen por la tele, pero sí milagros cotidianos, ésos que nunca aparecen en las noticias pero cambian la vida de la gente: mi heroína de infancia fue mi abuela. Tendría un montón de años, pero cuando estaba a su lado me sentía invencible, nada ni nadie podía dañarme si estaba su cálido regazo esperándome al volver de la calle.

Como el resto de los adultos andaban muy liados, siempre acudía a ella para las preguntas realmente importantes, como por qué brilla el sol o por qué nacemos y morimos. Si tenía que dormir en su casa, me ponía loco de alegría, porque eso significaba que podríamos charlar hasta altas horas de la noche y que, probablemente, mientras me dormía me contaría alguna de sus historias de cuando el mundo "olía a nuevo", del abuelo que tuvo la osadía de morirse antes de conocer a la mayoría de sus nietos, o de su niñez cuando podía correr por el campo y subirse a los árboles. Solía decir que se dio cuenta que se estaba haciendo mayor el día en el que no pudo trepar más por los árboles, "¡Fue una pena porque era lo que más me gustaba del mundo!", se lamentaba.

Era mi pieza clave en el rompecabezas de la vida. Abuela y cómplice, cuando me vine a España no derramó una sola lágrima, me abrazó con fuerza y me dio un único consejo: «No mires atrás. Si las cosas te van bien allá, quédate: uno siempre debe estar donde mejor brille el sol"

Publicado en "Sí se puede"

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