Decía mi vieja que era precisamente en los días grises es cuando más hay que quererse uno mismo y estar mejor. Contaba que durante la época más complicada de su vida cuando mi padre perdió el trabajo y se juntaron varias complicaciones, con un juicio de por medio, ella tuvo que abandonar su cómoda vida de ama de casa y salir “corriendo” a trabajar. No la estaba pasando nada bien y económicamente la cosa andaba tan mal que tanto los pasajes del autobús como el almuerzo se los pagaba su hermano, mi tío que se la había llevado a trabajar como meritoria con la esperanza que la contraran como así fue. No tenía un cinco en la cartera, estaba muerta de miedo –con náuseas todo el tiempo- en esa nueva etapa de su vida pero siempre andaba impecable, esperando tiempos mejores.
La historia me la repetía una y otra vez cuando yo le decía que andaba volando bajo, siempre me decía “acuérdese de mí y de todo lo que pasé. De todo, absolutamente de todo, se sale” y me avisaba que esa misma mañana me iba a poner unos dólares por Western Union para que lo usara única y exclusivamente para comprarme un buen vino o champaña y algo especial para comer, “y le cuento un cuento, ya verá como se va a sentir mejor”.
Es por eso que ayer me fui corriendo al super a comprarme un buen cava y algún capricho para comer para sentirme mejor porque se cumplen cinco años desde que mi madre murió por Covid. Enfrentar la muerte de un ser querido siempre es duro pero cuando ha sido en medio de una pandemia, de restricciones extremas como la de no poder visitar al enfermo ni que nadie pueda ir a su funeral –el primer abrazo que recibí fuera de mi familia muy cercana lo recibí a los dos meses- es una tragedia de la que cuesta reponerse.
Así que para recordarla no con tristeza sino con la alegría que se merece mi vieja decidí que hoy me iba a querer mucho, mucho.
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