Historia de un amor
Las grandes historias de amor suelen ser tan cotidianas e imperceptibles que a veces los mismos protagonistas las viven sin darse cuenta de lo que han construido con el paso del tiempo, de lo que han logrado a base de persistencia y de apostar contra viento y marea por el otro. Una de esas monumentales historia fue la de mis viejos: ninguno de los dos se dio cuenta de lo que vivieron a lo largo de sesenta años, del camino de luces y sombras que transitaron y del que me siento agradecido por haber vivido en primera línea al punto que a estas alturas de mi vida creo sin lugar a dudas que el AMOR EXISTE y que es capaz de transformar vidas.
Los ví treinteañeros, cómplices, intentando educar tres hijos de la mejor manera, viviendo el trajín de lo que era ser jóvenes padres sin opacar lo que sentían el uno por el otro. Los vi darse besos furtivos, abrazarse mientras corrían para que llegáramos temprano a la Escuela. Los vi ya cuarentones en plena crisis matrimonial, mi padre entre lágrimas pidiéndole perdón a mi vieja y ella dolida, sin saber cómo reaccionar en un inicio para meses después decirnos “que qué le iba hacer, que lo amaba profundamente y que no podía dejarlo cuando él más la necesitaba”.
Durante algún tiempo los vi distantes pero juntos, mirándose sin mirarse, queriéndose sin querer, sintener idea de cómo reconstruir su relación pero convencidos que juntos sumaban y podían enfrentar los embates de la vida. Los vi casi con cincuenta años un día como por arte de magia volver a abrazarse, a caminar con las manos entrelazadas y no dudar nunca más. Los vi ya jubilados inseparables, viviendo el día a día a cuatro manos como decía Bendetti, vivir el prodigio de llegar juntos a viejos y decirse a menudo lo mucho que se amaban.
La vi a ella cuidarlo con cariño a él durante sus últimos meses de su vida, aguantar malas noches y decirle siempre antes de domir que cerrara sus ojos, que ella siempre iba a estar a su lado y que mañana sería otro día. La ví a ella llorar desconsolada tras su muerte decir que no era justo que su gran amor se olvidara de ella en el más allá y que “sentía celos de la eternidad porqué él estaba ahí”. La ví irse poco tiempo después tras él, de puntillas, sin hacer mucho ruido, posiblemente aliviada de poder seguir en la eternidad amándose por siempre.
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