El niño cool

La persona más cool que he conocido en mi vida era Hernán, mi compañero de primaria. A los 7 años tenía todo el estilo del mundo y todo en él era glamur. Para comenzar no usaba el pelo cortísimo como la mayoría de nosotros sino que media melena, era rubio como los elotes que nos comíamos en la sopa de verduras patrocinada por Alianza para el Progreso que nos daban en el comedor escolar, usaba el mismo uniforme que todos pero de marca internacional y sus zapatillas no eran Bilsa (la marca nacional y oficial de nosotros los pobres) sino Adidas, algo impensable para la mayoría de nosotros.

Como si fuera poco usaba un Rolex reluciente que todos admiraban y que a mi me tocaba cuidar en las clases de Educación Física desde la banca en la que los asmáticos nos sentábamos, era uno de los momentos en que mi compañero se lucía como nadie porque era un gran portero y consumado judoka. Para colmo tenía padres igual de cool: ella rubísima con porte de modelo y siempre cargando libros porque era universitaria, él siempre vestido con Americana y camisa abierta al estilo de John Travolta, usando zapatos blancos, que para mi mente infantil era mucho con too much, el colmo de la elegancia, algo que solo usaban en Hollywood.

 A lo largo de estos años siempre me había imaginado a Hernán rodeado de rubias espectaculares, navegando en yates, bebiendo champaña en el desayuno y living la vida loca pero no: el otro día lo googlié y no encontré nada más que una vieja sentencia de un juicio en el que lo condenaban a él y a su madre a pagar 1000 dólares por un delito de estafa. ¡Qué poco glamur para mi héroe de infancia!

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