Para vivir

Me iba a morir. Tras un infarto había tenido dos angioplastias, varias complicaciones y no terminaba de sentirme bien del todo. El panorama era bastante desalentador y poco ayudaba que mucha gente, con la mejor intención del mundo, me pasara hablando de gente que había muerto tras intervenciones como la mía y que me aconsejara vivir la vida como un "señor de ochenta años" evitando el ejercicio, lugares con música y llevando una dieta que por estricta y cara  resultaba imposible de llevar. La depresión no tardó en llegar y la única sensación que tenía era que hiciera lo que hiciera me iba a morir (para tranquilidad de los profetas de desgracias, que en épocas de crisis surgen por todo lado). Pasé meses bastante mal hasta que tomé cuatro decisiones:

1)Viviría cinco minutos a la vez y no me preocuparía por el siguiente paso (en ese momento el futuro era tan desalentador que prefería aferrarme al "mini" presente).
2)Me alejaría de los profetas de desgracias, de gente tóxica que parecía disfrutar prediciéndome futuras complicaciones.
3)No volvería a leer artículos médicos sobre cardiopatías, stents y temas conexos (poco aportaba a mi tranquilidad estar sobreinformado de todo).
4)Me centraría en mi proceso de recuperación yendo tres semanas a rehabilitación y luego proponiéndome pequeñas metas y celebrar sin las alcanzaba: caminar un día 30 minutos sin parar, volver a bailar (sí, estuve un año sin bailar), subir la cuesta más alta de Madrid sin detenerme en la mitad (el día que lo logré lloré de alegría en plena calle), ser capaz de hacer mi rutina completa del gimnasio.

Esas cuatro decisiones me sacaron de la depresión y en un abrir y cerrar de ojos -en realidad más de seis meses- volví a tener mi vida de siempre. En estos días he revivido muchas de esas sensaciones y he retomado mis cuatro decisiones de antaño. Me siento vulnerable, pequeño y en el comienzo de un largo camino, como no puedo ver el final me conformo con dar pequeños pasos e ir recogiendo las flores que por el sendero me encuentro.

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