Me contó un pajarito

Lo confieso. De niño llegué a tenerle verdadera manía a los pajaritos. Lo sé todo el mundo debe amar a las aves "que con sus nobles trinos alegran nuestro vivir" - como rezaba un poema que nos obligaban a repetir una y otra vez en la Escuela - pero a mi esos angelicales bichos no me inspiraban las más mínima confianza porque cada vez que hacía alguna fechoría como tirar piedras al vecino que me caía mal o esconderle las cosas a mis hermanas, siempre había algún "pajarito" que se lo contaba a mis padres, a la maestra o alguna amiga de mi madre. Así que el prólogo de todos mis castigos se iniciaban con "Me contó un pajarito que no paras de hablar en clase", "Me contó un pajarito que hiciste un berrinche en casa de la abuela", "Me contó un pajarito que no compartes la merienda con tus compañeritos". Pasé toda mi infancia tratando de averiguar como se las arreglaba ese "dichoso" pajarraco para ser tan inoportuno y estar ahí justo en el momento preciso para pillarme con las manos en la masa. Daba igual que antes de hacer alguna maldad me cerciorara que no había ningún ave a la vista, tarde o temprano "algún pajarito" se lo contaba a mis padres y yo acababa castigado sin  bicicleta por una semana. Lo que más me reventaba  era que el muy miserable nunca aparecía cuando me portaba bien, cuando hacía mis deberes a tiempo, cuando pasaba un día sin decir ninguna mala palabra o cuando hacía mis oraciones antes de dormir, estaba visto que solo le interesaba el chismorreo. Llevo toda mi vida buscando al pajarito ese, cuando lo vea ya se va a enterar quien soy yo.

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