Que se mueran los guapos

No pienso poner un pie en ese restaurante. Dicen que colocan a sus clientes en las mesas según lo agraciados (o no) que sean. Guapos, cerca de las ventanas, normalitos al centro, y feos al sótano. Seguramente es tan leyenda urbana como la de los gatos bonsái o la del niño que quería recibir ocho millones de cartas antes de pasar a mejor vida, pero yo con la sensibilidad a flor de piel prefiero no correr riesgos, no sea que me dé un ataque cardiaco y me muera de felicidad si me sientan al lado de los enormes ventanales, o de tristeza si me colocan en el sótano, de espaldas a la pared y con una máscara encima, porque con los días que llevo fijo que me pasa. Así que para no confirmar mi fama de feo prefiero abstenerme de las delicias de este restaurante y dejar que participen en el casting los ingenuotes que los fines de semana hacen cola para entrar en él. Por mí, que se mueran los guapos.

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