Parques anti-persona
Hace algunos meses un arquitecto de vanguardia se jactaba de haber diseñado en Madrid un parque revolucionario que recuperaría “espacios” para el ciudadano y ahuyentaría a los sin techo y demás pandillas urbanas que solían pasar las horas muertas en la antigua plaza. La clave, según el profesional, estaba en pocos árboles o ninguno, espacios abiertos, hormigón en vez de césped, una miniárea de juego para niños y la joya de la corona, unos bancos tan incómodos en los que nadie en su sano juicio osaría pasar la noche. Eran bancos “antipersona”. Hace más de un año que la plaza o parque se reinauguró, como por arte de magia desaparecieron los mendigos que solían pernoctar ahí y demás lumpen que el arquitecto se había propuesto eliminar con elegancia. Los abuelos, desahogados por la desaparición de escenas de miseria, siguen sin saber cómo sentarse en esas bancas a leer los periódicos, mientras que los más jóvenes han optado por sentarse en las jardineras a la sombra de los pocos árboles plantados. Los niños se pelean por los pocos columpios que hay y los que se dan por vencidos corren en medio de un maremágnum de terrazas y camareros. A fin de cuentas es lo que tienen los parques antipersona, que tanta incomodidad solo beneficia a unos cuantos, a los dueños de los bares y a los que pueden pagar para disfrutar de la sombra en un tórrido día de verano.
Comentarios
Tal vez por eso, por esto, Rufián y yo aún no hemos encontrado nuestro lugar (sólo un poco a nosostros mismos) y queremos recorrer el mundo...
Un saludo y un lametón,
Rufián y Nacho