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Que la pobreza no se note

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Hasta sus últimos días mi abuela siempre decía que una de las cosas de las que más orgullosa se sentía era que sus hijos siempre habían usado zapatos. Un sentimiento que cuesta entender sino uno no se traslada a esos años en los que casi todos eran pobres de solemnidad y andar con zapatos eran un privilegio de los "ricachones", que con sus zapatitos lustrosos cada día salían a conquistar al mundo mientras la mayoría de los mortales andaba por la vida con los pies desnudos. Contaba mi abuela que desde que jovencísima se convirtió en madre decidió que aunque la criticaran por querer aspirar a algo más -"me decían que qué me creía- y el dinero no alcanzara, sus hijos llevarían siempre zapatos porque que la vida calzado se disfrutaba más. Detrás de ese gesto, a lo mejor banal para una madre de 8 hijos, que tenía que hacer equilibrios para llegar a fin de mes, se escondía el deseo de mi abuela de mantener siempre la dignidad, de demostrar que por más mal que se estuvier

Silvia, la reina

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Que fuera guapa, simpática y que sobre todo, apuntada. Fueron los tres requisitos que me dieron para buscar una reina para la Escuela de Ciencias de la Comunicación Colectiva, estábamos en la Asociación de Estudiantes y ese año queríamos lucirnos como nadie. De inmediato pensé en Silvia, que de sobra reunía de sobra todas las condiciones y que por nada del mundo se perdería una oportunidad así porque si algo sabía ella era disfrutar el momento. -"Hmmm, y que hay que hacer? -Nada, solo ir montada en la carroza el día del desfile, saludar y tirar besos así (haciendo la mímica). -Hmm déjeme pensarlo (medio segundo después)...bueno sí, está bien. Usted si que es embarcador!!" Fue así como entre risas Silvia fue nuestra reina durante una semana y aguantó estoicamente el desfile universitario, con un vestido hecho para la ocasión, saludando sin parar al público y sonriéndonos con complicidad  de vez en cuando porque por una vez más yo la había embaucado a hacer algo y ella no

Plan de Vida

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Lo confieso, mis planes nunca resultan y eso lo sé desde los cinco años cuando me fugaba a a casa de mi abuela. Siempre me "atrapaban" a medio camino y terminaba sentado en el comedor comiéndome un plato de cereales y pensando que mi vida era un completo desastre  que "no podía seguir así". Han pasado los años y sigo teniendo la misma sensación, que de nada vale planear porque la vida siempre se las apaña para ponerme en situaciones inesperadas, mi conclusión es que si mi vida fuera una serie de TV probablemente el guionista pasaría los días drogado o borracho. No, no me estoy quejando, que ya me acostumbré a este "sin vivir" y no podría tener un día a día en la que todo estuviera planificado, yo improviso y con eso basta. Siempre pensé que estas alturas de la vida tendría un trabajo ideal, una casa coqueta con vistas a un jardín, un pequeña fortuna que me permitiera vacaciones cinco estrellas una vez al año y cenas en  restaurantes fashion de la ciudad,

Otro Mundo

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El año pasado estuve viviendo en Ramle, un pueblo a 17 kms de distancia que estaba destinado a ser grande y nunca lo fue. Dicen que el profeta Samuel nació en él y que un Sultán quiso convertirlo en capital de su reino pero vino un terremoto y arrasó con todo lo que él había construido, Napoleón en su camino a Jerusalem instaló sus tropas y se fue para nunca regresar, y aunque fue escenario de grandes batallas en la Guerra de Independencia por su posición estratégica la gente sigue teniendo la sensación que en Ramle nunca pasa nada sobre todo porque árabes y judíos conviven en paz en un letargo sin fin...quizá fue por eso que en el gimnasio siempre me recibían como si fuera una estrella, apenas llegaba el monitor ponía "Despacito" a todo volumen, de vez en cuando me tomaba fotos y la gente se acercaba para saludarme o para hacerme preguntas sobre palabras en español y hasta había un señor árabe que pasaba dándome la tabarra para que lo dejara llevarme a la casa porque er

Y sin embargo la vida

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Tras perder el trabajo de mi vida, finalizar una relación de más de 14 años, un infarto y dos angioplastias (una fallida) solo quería morirme cuanto antes. En el hospital pasaba los días enteros pensando en eso y en casa de mis padres intentando dejar todo lo más acomodado posible y haciendo una lista mental de lo que tenía que poner en orden antes de partir. Acabado, con el corazón partido y remendado en el sentido más literal del término, solo me quedaba esperar la hora. Sin embargo la vida comenzó a hacer de las suyas, a sacar sus mejores encantos, a seducirme con una familia que no tenía ninguna duda que saldría adelante y mi viejo que estaba encantado de acompañarme a rehabilitación tres veces por semana para poder contarme anécdotas de camino, con amigos que me llamaban para ver el atardecer y si había que llevarme en brazos no importaba nada, con médicos que se reían a carcajadas con mis preguntas, con entrenadores personales que creían más en mi que yo mismo, con gente que me

El taladro

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Por una puerta salía mi abuelo a trabajar a un pueblo para regresar hasta el fin de semana y por otro salía mi abuela a empeñar el taladro eléctrico, la "joya" del taller de mi abuelo. Por aquellos días tener que alimentar a ocho chiquillos no era tarea sencilla y el escaso salario que mi abuelo cobraba como electricista de la Compañía Nacional de Fuerza y Luz alcanzaba para lo justo. Si había que comprar uniformes, zapatos o medicinas había que echar mano del ingenio y del bendito taladro eléctrico cuya utilidad insospechada e inconfesada -mi abuelo murió si saber que aquella herramienta pasaba la mitad del tiempo en el Monte de Piedad-sacó a la familia de más de un apuro. Eso, y la tienda de un tío que en secreto daba de "fiado" cuanto fuera necesario para alimentar a la a toda la tribu y convidar algún vecino que estuviera pasando necesidad. Mi abuela,  que pasó su vida haciendo piruetas para que la pobreza "no se notara", haciendo equilibrios para ll

Y así lo resolví...

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Aparte del horóscopo, que los redactores de aquella revista inventábamos cada semana -según me cayera alguna persona del signo zodiacal así le irían las cosas- teníamos que escribir la columna "del corazón" en la que los supuestos lectores nos contaban problemas personales y cómo los habían superado. Como en aquella época yo no tenía ninguna pena -no entendía como la gente a los veinte años podía tener la vida tan complicada- mi fuente de inspiración siempre eran mis amigos, que por cosas de la vida siempre me tenían por un excelente confidente y me contaban sus secretos. Y lo era, porque no decía "ni mu" a los conocidos pero si a todo el país que sufría tremendamente con las penalidades y sufrimientos de mis amigos "Me enamoré de mi profesor de matemática pero es renco", "Me gusta mi vecina pero ella está casada con el verdulero", "Mi exnovio es un patán pero lo adoro"...las historias iban y venían, por un lado vino en mano y en plan