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Todo un hombre

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Sábado por la tarde. Hora de la siesta. Visitas en casa. Yo con doce años recién cumplidos. Estoy en el baño cuando de repente descubro que en las partes nobles, muy cerca de la “colita” –como decían en la Escuela- tengo un minúsculo, diminuto e insignificante vello. Días antes había leído en Selecciones del Reader's Digest –que no podía faltar en cualquier familia respetable de mi pueblo – sobre pelos y tumores horribles, de esos que con solo verlos lo matan a uno. Contengo la respiración, el corazón me palpita con intensidad y empiezo a sudar frío. De repente grito: “Mamaaaaaá”, como corresponde ante cualquier situación de pánico, y de inmediato con los pantalones en la rodilla me planto en el salón a esperar el diagnóstico de mi vieja enfrente de mis hermanas, de la asistenta y de los invitados. Mi acongojada madre se pone las gafas y analiza detenidamente mientras el estimable público –menos mis queridas hermanas, claro está - se hace el “desentendido” mirando por ejemplo, l

Trato hecho

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A los 8 años Douglas, mi mejor amigo en Escuela, tenía una letra impecable, a mil años luz de la mía, y yo tenía una madre “francamente guapa” como él lo subrayaba cada vez que me contaba que la suya se había ido a trabajar a Estados Unidos y que solo la veía una vez al año, “pero me trae muchos juguetes” aclaraba por si existiera alguna duda de que el sacrificio valiera la pena. Un día durante el recreo tras reflexionar seriamente sobre los poderes de los superhéroes y las desigualdades de la vida hicimos un trato: él me transcribiría todas las tareas de la Escuela, y yo a cambio le “prestaría” a mi madre para que en todas las actividades extraescolares en las que se necesitara una mamá — las maestras se pasaban el día entero pidiendo ver a nuestras progenitoras, “como si en el mundo no hubiesen también papás”, decía mi compañero con tristeza — ella lo representara. Aquello funcionó a la perfección: de la noche a la mañana mi letra mejoró “milagrosamente” y mi vieja cuando conoció a

Adiós princesa

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En memoria de Elizabeth Méndez 1941-2010 A Elizabeth le encantaba leer el Hola. Podía pasar horas completas enterándose de la vida y milagros de la realeza europea. Al nacer, sus padres le habían puesto nombre de princesa, pero ella a los pocos años descubrió que lo suyo no eran las coronas ni las cenas de gala, sino la escoba, la fregona y la monótona existencia de quien debe dedicarse a cuidar de los demás. Tuvo que resignarse a ver en fotos cómo otros se la pasaban en grande y vivían la vida, una vida que para ella siempre tuvo algo de amargura. Lentamente, para que le rindiera ese mundo de sueños, Elizabeth leía y repasaba las crónicas de sociedad y veía en las páginas de la revista el ir y venir de las princesas, mientras su vida seguía igual. Grace Kelly, la reina Sofía, Carolina de Mónaco, Lady D y Letizia exhibían sus penas y alegrías mientras Elizabeth, ama de casa y madre soltera, preparaba la comida, cuidaba a los padres enfermos, se curaba de desamores y en sus escasos rato

Nostalgia

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Lo confieso. Cada vez que paso una temporada en mi pueblo al regreso, tras pasar el control de pasaportes, siempre tengo la tentación de devolverme, así como quien no quiere la cosa, lanzarme a los brazos de mis padres y decirles que por esta vez, me quedo. Me pasa todos los años y no hay forma que enfrente las despedidas en forma civilizada, sin que un nudito en la garganta se le atraviese a uno mientras se despide de la familia en plan drama de película italiana de serie B. Siempre tengo la tentación pero al final cumplo las exigencias del guión y me marcho evitando hacer pucheros mientras subo al avión para no asustar a la azafata y sintiendo un poco de envidia por los clientes de ese bar que se ve desde la ventanilla y en el que todos mis amigos se han corrido sus buenas juergas mientras esperan la llegada de esposas, maridos, hijos, padres y amigos. Pienso en lo bueno que sería cambiar de papeles y estar sentado en ese mismo momento en una de sus mesas, viendo los aviones despega

Olores de mi infancia

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Cuando uno viene de un lugar en el que llueve, y torrencialmente, al menos ocho meses al año la lluvia siempre convoca nostalgias y recuerdos. A mí por ejemplo, el olor de la tierra mojada tras un aguacero siempre me transporta hasta mi niñez cuando tras esperar a que escampara salía a la puerta de casa y la tierra olía a nueva, a “recién hecha”. Aspiraba con fuerza ese mágico olor y me sentía inmensamente feliz, como Noé tras el diluvio universal y el arco iris en el cielo. El olor a tierra mojada era la señal de que la vida continuaba y de que yo podía seguir correteando por las calles de mi barrio. Las uvas y a manzanas también me traen muchos recuerdos, como en un clima tropical el colmo del exotismo eran esas frutas, siempre se reservaban para ocasiones especiales. Cuando en el frutero de casa desaparecían los plátanos y naranjas para dar paso a esos manjares de los dioses —los dioses importados, los nacionales se alimentaban del maíz de toda la vida—, habían dos posibilidades:

A propósito del Año Nuevo

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La verdad es que no suelo hacerme propósitos al comienzo de año, sé que es una mala costumbre pero la culpa de todo la tiene la maestra de la escuela que cada cierto tiempo nos llamaba a la pizarra para escribir el propósito del día y como yo tenía muy mala letra, y la tengo, al final siempre decía: “Usted no, Méndez, que nadie entiende lo que escribe” y yo venga a sentarme y a resignarme. Supongo que por eso soy incapaz de marcarme un propósito para el día, la semana, el mes o el año y menos para darle seguimiento. Sin embargo en 2010 he decidido hacer una excepción y señalarme un propósito: tener un propósito en la vida. Da igual lo que sea, coleccionar búhos de cerámica, ahorrar más, adelgazar, ser el más guapo del barrio…con la edad he comprendido que no se puede ir por la vida al tan tan, que hay que tener claro el rumbo, “saber dónde se va y lo que se quiere”, como dicen los slogans publicitarios, "ser un hombre del sigloXXI que no teme a las decisiones". Y como de sol

Expendiente X

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Como a estas alturas el comandante en jefe del universo debe estar ansioso y fijo debe llevar noches enteras sin dormir por conocer la opinión de este ser humano, paso a responder a la enigmática pregunta que me hicieron un día de estos sobre lo que pensaba del Creador. ¡No pienso nada! Por épocas he sido bastante religioso, casi al extremo. De vez en cuando me sorprendo rezando, y he pasado media vida tratando de encontrar señales de su existencia, atando cabos que me permitan descifrar los enigmas de mi existencia, pero siempre pasa lo mismo: ‘Tatica’–como le dicen los campesinos en mi pueblo, que es un mote cariñoso para decir llamar al padre– sigue siendo ese gran desconocido. Mi gran consuelo es lo que suelen decir algunos rabinos, que no es uno quien busca al Eterno, sino es Él quien lo busca a uno, lo cual explica bastante las cosas porque eso quiere decir que ninguna de las dos partes nos estamos quietas y que probablemente cuando ha tocado a la puerta de mi casa, yo andaba en