Cuarenta años

 

El otro día me encontré en el armario la camisa del último uniforme de colegio que usé, estaba firmada por un montón de compañeros del Liceo. Más de cuarenta años la camisa sigue ahí, inpoluta, ajena al paso de los años con un un montón de mensajes de mis amigos de entonces, a casi todos les pude poner cara y recordar la mini historia que teníamos en común, las bromas que nos hacíamos y la complicidad que nos unía. Como la mayoría de mensajes estaban dirigidos a Pepo, mi apodo familiar que suelo usar cuando me siento muy en confianza, mi conclusión fue que durante aquellos años había sido, como decía Mario Benedetti, inadvertidamente feliz.

Tres años antes había llegado a ese Liceo huyendo del bulling del otro. Gracias al cielo mis padres habían tomando muy en serio mi amenaza de no volver a clases en el nuevo curso lectivo sino me cambiaban de colegio. Bendita decisión porque aquel cambio fue como abrir la ventana en una habitación cerrada y oscura para que entrara el sol a raudales. Llegué a un sitio donde me sentía libre, querido por todos y dónde era yo mismo sin ningún temor. De la noche a la mañana me hice popular todos sabían mi nombre o más bien mi apodo y me costaba trabajo llegar a clase porque de camino siempre me quedaba conversando con alguien. 

Mi popularidad alcanzó hasta los “delincuentes” del instituto, las ovejas negras a los que los profesores tenían entre ojos por su mala conducta. Me di a querer entre ellos porque si los encontraba fumando en el baño no decía nada, si me tocaba cuidar exámenes -porque me había eximido- los dejaba copiar pero sobre todo porque como era el coordinador del club de teatro si necesitaban mejorar su nota don Fermín, el orientador, siempre los mandaba a hablar conmigo para que los pusiera a hacer algo en la próxima obra y así ganar por los pelos el trimestre. 

No volví a ver a ninguno de ellos pero cuarenta años después pude volver a escuchar sus risas…

Comentarios

Entradas populares de este blog

Manos entrelazadas

La última aventura de Ruth y Arik

Coartada perfecta