Encontrar al padre

Cuenta mi amiga que un día de tantos se despertó con ganas de conocer a su padre. Durante mucho tiempo había estado posponiendo ese momento – a veces por miedo, otras por rencor y casi siempre por evitar un enfrentamiento con su madre con la que era un tema que simplemente no se podía tratar – pero de repente sintió que para completar el rompecabezas de su vida necesita precisamente esa pieza. Es lo que tiene llegar a los cuarenta, que de repente te entran ganas de hacer las paces con el mundo y poner un poco de orden dentro del caos cotidiano.

De niña y adolescente le gustaba observar con detenimiento a los señores mayores con los que se encontraba en la calle intentando encontrar algún parecido y siempre los veía alejarse con cierta tristeza “¿Y si ese era mi padre?” pensaba al tiempo que se imaginaba un final feliz yendo a casa con él de la mano y sintiendo que era la chica más afortunada del mundo por tener un papá “tan bueno y tan guapo”.

Hallar a su progenitor resultó menos difícil de lo que esperaba. Vivía a pocos kilómetros de su casa. El encuentro no fue tan emotivo como esperaba, no hubo el clásico abrazo de “perdona hija por haberme olvidado de ti”, tampoco ningún gesto que denotara la más mínima sorpresa por parte de él pero para mi amiga era el momento más importante de su vida, por fin le ponía rostro al gran ausente de su vida. Tras ese brevísimo encuentro decidieron seguir quedando de vez en cuando.

Al poco tiempo murió el padre, quizá en el fondo él también había estado esperando conocer a esa hija que abandonó siendo muy pequeña y  así terminar su ciclo en esta vida. Para mi amiga fue un duro golpe, nadie se resigna a encontrar algo por lo que ha luchado toda su existencia para perderlo de inmediato. El mundo nunca es justo.

Han pasado dos años desde entonces, hace poco me comentaba con una sonrisa que la vida da muchas vueltas porque gracias aquellos fugaces encuentros y a esa muerte repentina descubrió que tenía muchos hermanos y sobrinos que no estaban dispuestos a perderla de nuevo ni ella tampoco, “Toda mi vida creyendo que era hija única para descubrir que tenía un familión por parte de padre”. A sus 44 años mi amiga está más que encantada con sus nuevos "hermanitos”.

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