Química y Física
Juanita. Así se llamaba y estoy seguro que todos los que estuvimos en el instituto nos acordamos de ella. Era la profesora de Química y el mito erótico en el alumnado: treinta y pocos, rubia platinada, cuerpo de escándalo, divorciada y una habilidad única para hablar de sexo en clase. Ella se las ingeniaba para, a propósito de la tabla periódica, hablar de la inexplicable atracción dos cuerpos, del intercambios de flujos y de lo importante era que “hacerlo bien, con ganas y responsablemente”. Cuando hablaba del tema los chicos nos poníamos rojos como un tomate, las chicas intercambian miradas reprobatorias y ella tan campante seguía con la clase: “Alguien puede decirme ¿cuál es el número atómico del Samario?” Silencio absoluto en clase, todo el mundo en otro planeta pero a ella no le importaba. Así era Juanita.
Como la vida es cruel después de Juanita tocaba la clase de Física con la profesora Lidiette que no era, para decirlo elegantemente, tan agraciada como su antecesora y el que sus clases se programaran después de las de química siempre nos pareció una broma macabra del director. Treinta y muchos aparentando cincuenta, morena, cabello cortísimo, delgada tirando a escuálida, hortera, eternamente amargada y fama de que en su curso nadie aprobaba. En su clase solo se hablaba de vectores, de las leyes de Newton, de la relatividad pero nunca de sexo. Las dos horas transcurrían entre el tedio, la monotonía y los suspiros de resignación de todos los que pensábamos que el mundo sería distinto poblado de Juanitas.
Como la vida es cruel después de Juanita tocaba la clase de Física con la profesora Lidiette que no era, para decirlo elegantemente, tan agraciada como su antecesora y el que sus clases se programaran después de las de química siempre nos pareció una broma macabra del director. Treinta y muchos aparentando cincuenta, morena, cabello cortísimo, delgada tirando a escuálida, hortera, eternamente amargada y fama de que en su curso nadie aprobaba. En su clase solo se hablaba de vectores, de las leyes de Newton, de la relatividad pero nunca de sexo. Las dos horas transcurrían entre el tedio, la monotonía y los suspiros de resignación de todos los que pensábamos que el mundo sería distinto poblado de Juanitas.
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