Autógrafos que matan

Las chicas se acercaron a pedirme un autógrafo. Como tenía solo 24 añitos y estaba exultante porque era mi primer viaje como corresponsal, y encima me habían encomendado la ‘difícil misión’ de cubrir un concurso de belleza, me pareció lo más normal del mundo que alguien quisiera que estampara mi nombre en una libreta, al lado del "jet set" latinoamericano. Tampoco me sorprendió que, desde la mañana, la gente del hotel estuviese extrañamente amable conmigo tratándome como un rey y no como el pringado periodista que era y sigo siendo.

Con la mayor naturalidad del mundo me puse a firmar autógrafos, hasta que una de ellas me espetó al ver mi nombre: «¿Pero tú no eras el que salía en la telenovela?». Aclarado el misterio: inexplicablemente me habían confundido con el galán de un culebrón venezolano. Si la cosa hubiera quedado ahí, habría sido el mayor piropo de mi vida, pero, furiosas, las chicas al decirles que se trataba de una confusión rompieron el papel al tiempo que una de ellas decía: «Ya decía yo que estaba demasiado acabado, feo y mal vestido para ser él». Ellas se marcharon indignadas y yo me quedé hundido en la miseria.

A los cinco minutos por el ascensor apareció mi "otredad mediática", el actor causante del malentendido. Y descubrí la crudad realidad: parecernos nos parecíamos pero era algo así como en los anuncios del antes y el después. En este caso no cabía la menor duda yo era el de después...me parecía al galán pero después de años de no hacer ejercicio, de noches enteras de farra, de haber sobrevivido a cinco accidentes nucleares...

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