Mi sueño olímpico


La culpa de todo la tienen mis nulas habilidades deportivas y un curso de protocolo que recibí hace años, cuyo tema era cómo organizar unas olimpiadas. Durante una semana, como quien descubre las claves del bricolaje, un afamado diplomático nos explicó todos los detallitos que teníamos que tomar en cuenta para hacer unos juegos olímpicos alucinantes.

Una maravilla si no fuera porque entre sus alumnos, además de los flamantes estudiantes europeos, estábamos los becados por el gobierno español, chavales que veníamos de Centroamérica, de África Central y de paisitos que ni siquiera están en el mapa, que estábamos flipados pensando en que, para organizar unas olimpiadas en nuestros pueblos, más que dinero harían falta milagros.

En mi caso, eché cuentas y descubrí, por ejemplo, que tendríamos que establecer turnos para inauguración y la clausura porque entre delegaciones, invitados, amigos y familiares nadie cabría en el estadio más grande de la capital, y las villas olímpicas tendrían que situarse en mitad de la selva a tan sólo cinco horas de la ciudad, aunque con el caos del tráfico de nuestras calles serían ocho. Aun así, confieso que mi sueño olímpico es organizar unas olimpiadas en mi pueblo.

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