Tranvía
El otro día iba en el tranvía al lado de la puerta trasera cuando de repente empecé a ver dos adolescentes que colgados desde la pasarela de afuera no paraban de reírse mientras otro amigo adentro los jaleaba entre aplausos y risas, celebrando la hazaña de haberse colado sin pagar un centavo y sobre todo, de haber logrado subir una de las cuestas más empinadas de la ciudad. El señor amargado de 56 años que soy ahora estaba a punto de decirle al conductor que parara, que era un riesgo para la seguridad de los chicos y una falta de consideración para los que habíamos pagado el billete sin embargo, el alocado joven de veinte años que fui me paró en seco. Si a los quince años, viviendo en una ciudad con tranvía no se hace eso, ¿cuándo? A esa edad hay que desparramar y punto. Recordé cómo durante mi adolescencia más de una vez me tocó viajar en la puerta de un autobús atestado de gente mientras el chofer me decía, “Maecillo agárrase duro, no se me vaya a caer porque es una torta...