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Mostrando entradas de abril, 2011

La niña fantasma

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A los 7 años no podía entender cómo cuando todos los críos del barrio pasábamos las tardes enteras jugando en la calle, Elena siempre estaba encerrada en la cochera de su casa. Daba igual el tiempo que hiciera, si pasaba uno por su casa, uno siempre se la encontraba sola, sentada tras la verja con ese aire de tristeza que tienen las flores de otro mundo, como si esperase pacientemente a que alguien le abrirse el portón para echar a volar. “Tonto, no está castigada, es que es como Helen Keller, es ciega y sorda, por eso sus padres no la dejan salir, por miedo a que le pase algo”, explicó mi hermana mayor, que a los doce años era la sabihonda oficial de la familia y, como tal, se puso a recitar a la hora de la cena la biografía de la escritora sin perder detalle, mientras yo la seguía boquiabierto, tratando de imaginar cómo serían las cosas sin oír ni ver nada y si me las apañaría tan bien como Helen Keller. Ya había comprendido por qué Elena estaba tan triste. Desde ese día cada vez...

Un tipo serio

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Tres meses tardé en aprender la diferencia entre mote familiar (apodo, como dicen en mi pueblo) y nombre verdadero. A los siete años no lograba comprender cómo a uno le ponían un nombre para luego no usarlo jamás, y aún menos por qué tenía que mantener en secreto un mote que a mí me gustaba y del cual me sentía orgulloso. Encima, mi padre era el que había comenzado a llamarme así, con lo cual mi cabeza estaba “patas p'arriba”. Sin embargo, mis viejos estaban más que decididos a que la criatura iniciara su etapa escolar con toda la formalidad del caso, diciendo –y correctamente– sus dos nombres para dejar claro a todos los compañeritos de la escuela que yo era un tipo serio y de buena familia. Día y noche me hacían repetir mis nombres y ensayar la presentación que haría el primer día lectivo, y como por arte de magia nadie volvió a llamarme por mi apodo: el operativo había sido un éxito. Por fin llegó el primer día de clases, antes de presentarme respiré profundo, pensé en lo orgull...

Los días del Arco Iris

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Un arco iris es mucho más que un arco iris. Y esto lo sé, no porque me lo dijeron sino porque en todos los días de mis calendarios he visto aparecer esta alianza multicolor aún en los firmamentos más lúgubres.Primero el día se vuelve gris, las aves suspenden su canto y buscan refugio seguro, luego una momentánea orgía de agua baña la tierra, truenos, relámpagos, oscuridad total, ¡el día se viste de luto! De pronto algunos rayos de sol con rebeldía –haciendo caso omiso de cualquier advertencia– logran infiltrarse en esa melancólica bóveda aunque no con tanta fuerza para teñirla de azul y vencer la tormenta, pero si para arrancarle lentamente tenues líneas de color que acabarán formando un arco mientras la lluvia agoniza.   Por eso digo que un arco iris es mucho más que un arco iris. Porque al igual que esta tierra de sangre y fuego, mi vida y la de todos los hombres – que no somos más que un suspiro en la eternidad – recibe de vez en cuando los embates de la tormenta. Sin saberlo...