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miércoles, 18 de marzo de 2020

Enemigos íntimos

Ni le hablaba. Como estaba seguro que le caía remal al tipo ése no perdía mi tiempo. En el trabajo lo saludaba de mala manera, con un ligero movimiento de cabeza, evitando a toda costa compartir los mismos sitios. En el fondo no podía entender cómo alguien tan "buena" persona como podía tener un enemigo tan cruel. Lo consideraba mi enemigo "number one" desde tiempos de la Facultad, no solo porque se había negado a apoyarme en unas elecciones estudiantiles sino porque además, en una fiesta había hecho un brindis por mi contrincante estando yo en frente, absolutamente imperdonable. Todo cambió abruptamente la vez que le conté mis historia a una amiga en común. Resultó que mi enemigo íntimo lleva años hablando maravillas mías y frente a los jefes, en más de una ocasión, había defendido mi trabajo, "dice que sos una de las mejores personas que ha conocido". Mi mundo se derrumbó: había desperdiciado años pensando en que tenía un archienemigo, hurdiendo planes para vengarme de él y resultaba que no, que tenía un gran amigo.

miércoles, 12 de junio de 2019

La última vez

Hubo una vez que fue la última vez que jugamos con nuestros amigos de infancia. Como de costumbre fueron a buscarnos a casa y salimos más que felices a recorrer el barrio buscando mil aventuras o a sentarnos tranquilamente en el parque para hablar de nuestros temas, para discutir si Superman era más fuerte que el Increíble Hulk. Como todos los días la madre de uno de nuestros amigos nos llamó a merendar y aquellas galletas y refresco nos supieron a gloria, nos sentimos afortunados por tener los mejores amigos del mundo. Como siempre nos dijimos con desgano un "Hasta Mañana" mientras nuestros hermanos desde la puerta nos avisaban que la cena estaba servida y que había que apurarse para acostarse. Esa noche nos dormimos deseando que llegara el verano pronto el verano para pasarnos el día en la calle, para jugar sin parar hasta cansarnos, para no bajarnos de la bicicleta tan solo para comer pero ese verano nunca llegó: los padres de alguien se divorciaron y tuvieron que dejar el barrio, alguien tenía que aprobar el curso y no lo dejaron salir en meses, alguien creció y decidió que era demasiado mayor para jugar. Y así sin saberlo ni pensarlo jugamos por última vez con nuestros amigos de infancia.

lunes, 20 de mayo de 2019

Huellas

Esa amiga de infancia con la jugábamos tardes enteras, ese compañero de Instituto que "daba" la vida por nosotros, esa colega de trabajo que tanto nos hacía reír y que nos sacó de un apuro más de una vez, ese amigo del que fuimos inseparables en nuestra adolescencia y con el que escuchábamos rock, esa amiga que fue confidente a la que le contábamos todo, ese grupo de amigos con los que nos íbamos de juerga como si no existiera mañana y con los que nos encantaba estar, ese primer amor...a medida que nos vamos haciendo mayores uno se da cuenta de la gran cantidad de gente maravillosa que hemos dejado por el camino, no por nada especial, sino porque las mismas circunstancias de la vida nos fueron separando sin nosotros darnos cuenta, un día dejamos de verlos y se perdieron en la vorágine del tiempo siempre tan implacable. Ya nos los vemos más pero llevamos impregnados todo esos recuerdos, los abrazos, los brindis y esa infinita ternura con la que nos abrieron su alma.

lunes, 6 de mayo de 2019

Nada y todo

A mis cincuenta años no tengo una gran carrera profesional, casa con vistas al mar, coche del año, dinero suficiente en mi cuenta bancaria, pareja que me abrace cuando llego a casa, perro, ropa de marca, vacaciones planeadas en Tahití, un futuro prometedor pero tengo unos padres y hermanas que me siguen enviando besos cada vez que hablamos por teléfono, unos tíos que se enfadan si no tienen noticias mías y amigos maravillosos en tres continentes que siempre me reciben con los brazos abiertos.
Es decir que no tengo nada pero lo tengo todo.

viernes, 12 de abril de 2019

Mala compañía

Como nunca me gustó el fútbol y no me importaba en absoluto decirlo frente a mis compañeros de escuela y de colegio siempre me tomaron por un bicho raro. En mis tiempos la prueba absoluta de masculinidad de cualquiera "alfa macho" de 8 o 15 años era que te gustara el fútbol, que supieras "mejenguear" y que los lunes pudieras comentar los partidos del domingo hasta la saciedad. Como me repantinflaba el era incapaz de decir el nombre de cualquier jugador y mucho menos de patear un balón. Así que mis años de estudiante se limitaron a estar en clase de Educación Física perennemente en la banca, cuidando las mochilas de los compañeros, hablando con el que ese día había amanecido enfermo y el resto del día aguantando las indirectas de algunos de mis compañeros sobre lo raro que era yo.

Durante muchos años aguanté el estigma de ser el diferente del grupo hasta que en segundo año de colegio apareció Arnoldo, al que todos hacían a un lado porque era mayor, había repetido el curso, llegaba tarde todos los días, a sus 16 años fumaba, no tenía una novia sino dos, respondía con insolencia a cualquiera y, lo que más me gustaba, trataba a todos los compañeros como pringados,era oficialmente el chico malo al que todos evitaban -había toda clase de leyendas sobre él: que si se había escapado del reformatorio, que si lo habían echado de tres colegios, que si fumaba mariguana- menos yo porque me parecía el único normal de la clase y como se sentaba a mi lado terminamos por hacernos amigos. Aquello fue "mano de santo", los días de bulling se esfumaron, como era amigo del mafioso, los compañeros comenzaron a pensar que yo no era tan ingenuo ni tan afable, ni tan pijo y que más valía tenerme respeto,era peligroso. La mala compañía me salvó.

miércoles, 13 de febrero de 2019

Carlitos


Desde los cinco años tenía claro que tenía que no podía darse el lujo de jugar como los otros niños. Como era "pobre", como el mismo decía, no tenía más remedio que acompañar a su madre mientras limpiaba casas a limpiar casas ajenas. Mientras su vieja fregaba suelos, él se dedicaba a sacudir, a limpiar vidrios o hacer cualquier trabajito para que le dieran unas monedas demás. Así fue como conocí a Carlitos, acompañando y asistiendo a su vieja mientras limpiaba la casa de mis padres y correteando conmigo por el barrio.

La verdad que era un chiquillo rubio encantador y divertido, con esa voz de soprano que mantuvo hasta los 15 años y de la que él era el primero en reírse -"¡Qué vocecita la mía!"- era el alma de la fiesta, siempre feliz y encantado de estar con nosotros al punto que siempre decía que si algún día se sacaba la lotería lo primero que haría sería comprarle una casota "Madrina", mi madre, y otra más pequeñita para él, "¿Se imagina que bonito?", decía con un brillo en sus ojos traviesos.

Durante muchos años nos visitó religiosamente cada semana pero fue crecer para comenzar a espaciar más y más las visitas. Lo único que sabíamos por referencias era que no paraba de trabajar en restaurantes, fábricas y en cuanta cosa hiciera falta y que "llevaba una mala vida", según su madre. Nosotros en cada visita lo veíamos más serio,  ya no se reía con esa risa cristalina, ni decía ocurrencias, tenía ese aire melancólico de quienes han sufrido más de la cuenta y según decía no paraba de enfermarse.

Fue así como por vez primera escuchamos hablar del HIV, entonces una enfermedad mortal casi desconocida y de la que se tenía muy poca información. Ante la pregunta nuestra de cómo había que tratarlo porque no sabíamos nada de nada, mi madre fue contundente: "¡Pues con más cariño que de costumbre! ¿que otra cosa va a ser?" 

Siguió visitándonos hasta que no tuvo fuerzas para levantarse. El último recuerdo que tengo es la sonrisa que nos dedicó cuando entramos a la habitación en la casa de la señora que lo cuidaba y las palabras con las que nos recibió mientras nos cogía de la mano: "¡Ay pero que bonito, si son mis hermanitos!". Carlitos murió poco tiempo después...y yo lo lloré como suelo llorar mis pérdidas, de a poquitos pero durante mucho tiempo pensando en que pocas veces -o nunca- sabemos lo que realmente significamos en la vida de otra gente, para ese chiquillo rubio de la voz de soprano no éramos unos conocidos más o los patrones de su madre, siempre fuimos su familia.



martes, 3 de julio de 2018

Silvia, la reina

Que fuera guapa, simpática y que sobre todo, apuntada. Fueron los tres requisitos que me dieron para buscar una reina para la Escuela de Ciencias de la Comunicación Colectiva, estábamos en la Asociación de Estudiantes y ese año queríamos lucirnos como nadie. De inmediato pensé en Silvia, que de sobra reunía de sobra todas las condiciones y que por nada del mundo se perdería una oportunidad así porque si algo sabía ella era disfrutar el momento.
-"Hmmm, y que hay que hacer?
-Nada, solo ir montada en la carroza el día del desfile, saludar y tirar besos así (haciendo la mímica).
-Hmm déjeme pensarlo (medio segundo después)...bueno sí, está bien. Usted si que es embarcador!!"
Fue así como entre risas Silvia fue nuestra reina durante una semana y aguantó estoicamente el desfile universitario, con un vestido hecho para la ocasión, saludando sin parar al público y sonriéndonos con complicidad  de vez en cuando porque por una vez más yo la había embaucado a hacer algo y ella no había defraudado.
Creo que ese momento selló nuestra amistad para siempre y se convirtió en esa anécdota histórica que provoca la risa entre amigos hasta las lágrimas cada vez que se encuentran -"Más respeto, acuérdese que fui reina de la Escuela!"-  y alivia las penas del alma, como ahora que sé que nunca más nos volveremos a ver.

En memoria de Silvia Cabezas Bolaños

jueves, 14 de junio de 2018

Y sin embargo la vida

Tras perder el trabajo de mi vida, finalizar una relación de más de 14 años, un infarto y dos angioplastias (una fallida) solo quería morirme cuanto antes. En el hospital pasaba los días enteros pensando en eso y en casa de mis padres intentando dejar todo lo más acomodado posible y haciendo una lista mental de lo que tenía que poner en orden antes de partir. Acabado, con el corazón partido y remendado en el sentido más literal del término, solo me quedaba esperar la hora. Sin embargo la vida comenzó a hacer de las suyas, a sacar sus mejores encantos, a seducirme con una familia que no tenía ninguna duda que saldría adelante y mi viejo que estaba encantado de acompañarme a rehabilitación tres veces por semana para poder contarme anécdotas de camino, con amigos que me llamaban para ver el atardecer y si había que llevarme en brazos no importaba nada, con médicos que se reían a carcajadas con mis preguntas, con entrenadores personales que creían más en mi que yo mismo, con gente que me llamaba de Madrid, Estados Unidos o Israel para hacer planes conmigo. Nunca fue la vida más bella y más seductora, se suponía que iba a ser la peor época de mi vida y fue simplemente maravillosa.

miércoles, 6 de junio de 2018

Y así lo resolví...

Aparte del horóscopo, que los redactores de aquella revista inventábamos cada semana -según me cayera alguna persona del signo zodiacal así le irían las cosas- teníamos que escribir la columna "del corazón" en la que los supuestos lectores nos contaban problemas personales y cómo los habían superado. Como en aquella época yo no tenía ninguna pena -no entendía como la gente a los veinte años podía tener la vida tan complicada- mi fuente de inspiración siempre eran mis amigos, que por cosas de la vida siempre me tenían por un excelente confidente y me contaban sus secretos. Y lo era, porque no decía "ni mu" a los conocidos pero si a todo el país que sufría tremendamente con las penalidades y sufrimientos de mis amigos "Me enamoré de mi profesor de matemática pero es renco", "Me gusta mi vecina pero ella está casada con el verdulero", "Mi exnovio es un patán pero lo adoro"...las historias iban y venían, por un lado vino en mano y en plan íntimo mis amigos me contaban lo que les estaba pasando y yo al día siguiente frente al ordenador escribía sus historias, punto a punto eso si con nombres distintos por aquello de no ser más indiscreto. Durante meses la fórmula funcionó a la perfección hasta que empezaron a sospechar, era demasiado raro que la historia que habían leído en una peluquería o en el dentista fuera como la suya, en la vida hay muchas coincidencias pero no estando yo de por medio, eran lo que decían. Así poco a poco dejaron de contarme sus problemas y dejé de ser el amigo de las grandes confidencias. Afortunadamente la vida se encargó de resolver mi primer dilema de joven adulto cuando me ofrecieron trabajar en la sección política de un diario. Mis amigos estaban a salvo.

miércoles, 10 de enero de 2018

La última vez

Hasta los treinta uno vive con la idea que hay más tiempo que vida y que siempre habrá una segunda oportunidad para decirle a alguien "te quiero", para pasársela bien con la familia o amigos, para triunfar...pasados los cincuenta la ecuación cambia, uno se da cuenta que el tiempo se va agotando y que hoy puede ser la última de vez que brindamos con nuestros amigos, que visitamos nuestro lugar favorito, que comemos ese plato que nos vuelve loco o que abrazamos a quienes amamos.
Hoy puede ser nuestra última vez...

viernes, 18 de septiembre de 2015

Bienvenido


Bienvenido vivía en el Bronx y lo conocí de casualidad cuando llegué a su casa para dejarle un libro de inglés a Marcelo, su compañero de piso. Me recibió en la puerta  vestido con una bata china y sin preguntarme mucho me dejó pasar, "está dormido, pero así conversamos un ratico" me dijo en plan de absoluta familiaridad mientras me ofrecía algo de tomar. La pulcritud de su casa contrastaba con el estado ruinoso del edificio, lleno de graffitis por las paredes, mal iluminado y un poco maloliente. "Espero no te hayas asustado chico, aquí vive gente buena".  La casa de Bienvenido era amplia, decorada con muchas fotografías y alguna imagen de la Virgen de Regla, en un pasadizo había improvisado una peluquería. "Soy peluquero, le corto el pelo a todas las vecinas del edificio, me adoran".

Me contó que era un "Marielito" -Chico ¿sabes que eso? sino te lo explico"- que llevaba muchos años en Estados Unidos pero nunca había aprendido inglés "lo entiendo todo pero a la hora de hablar nada de nada, por eso me ha costado más todo" si embargo no se podía quejar, las cosas le habían salido más o menos bien "¿Ves ese muchacho guapo de la foto? Fue mi gran amor, vivimos juntos 10 años, una década de felicidad,  hasta que murió en mis brazos, un 31 de diciembre. ¡Imagínate chico! ", coge una de las fotos, sonríe,  la mira con ternura. En eso aparece Marcelo bostezando por la puerta, un médico cubano de unos 35 años que trabaja como camarero en un hotel y duerme en una "habitación" que Bienvenido ha improvisado en la cocina "estaba pasando una mala época, no tenía dinero yo le dije que se viniera para acá, que los amigos están pa eso".De inmediato le pide a su amigo que ponga un poco de música. "¿Te gusta la Lupe?¿ Es buena verdad?"

Como veo que se hace tarde hago una ademán para despedirme pero Bienvenido me regaña "De eso ni hablar, te quedas a cenar que tenemos pollo con papa, arroz con habichuelas y un montón de licor porque ayer tuvimos una fiesta aquí" . Cuando me doy cuenta estoy sentado en la mesa brindando con dos desconocidos que me trata como si fuera un viejo amigo. Durante la cena Bienvenido cuenta que a pesar de su enfermedad, tiene cáncer,  está pasando por un buen momento en su vida porque desde hace un par de años tiene novio y está muy enamorado, "claro el problema es que está en la cárcel desde hace seis meses, por tráfico de drogas. Pero bueno, yo lo visito cada semana y cuando salga aquí estaré", dice mientras se disculpa por tener que retirarse, dice que se siente muy cansado y que el licor se le ha subido "Papi, tú estás en tu casa, ven cuando quieras y si necesitas un corte de pelo te hago precio especial".

Me quedo conversando un rato más con Marcelo y luego regreso a casa pensando en la mala buena suerte de Bienvenido.

miércoles, 26 de agosto de 2015

Lugares comunes

Mis amigos me suelen decir que siempre voy a los mismos sitios. Y la verdad que tienen razón porque soy un poco gato y siempre acabo por encariñarme con los lugares que frecuento. No entiendo la manía de esta generación de estar siempre en busca de nuevos sitios, nuevas tendencias  y nuevas experiencias, huir eternamente de cualquier zona de confort. Se pasan el tiempo conociendo gente, viajando a lugares exóticos, cambiando de bares, de amigos y de parejas, es como si todo a su alrededor tuviera fecha de caducidad. A mi por el contrario todo ese frenesí me aturde porque me encanta la magia de lo cotidiano, de esos lugares de siempre. Ya sea el bar donde el camarero no te deja ir sin invitarte a una más, el restaurante chino de toda la vida en el que la dueña te regaña si dejas de ir mucho tiempo o  el supermercado  del barrio en el que la cajera te recomienda productos bajos en colesterol, para mi todos esos sitios cotidianos son parte de mi historia  y me recuerdan que vaya donde vaya, siempre voy a encontrar un lugar en el que sentirme como en casa.

jueves, 13 de agosto de 2015

Perseidas

Treinta o setenta años ¿Qué mas da?. Al final el tiempo vuela y nuestra vida pasa en un abrir y cerrar de ojos. Eso lo decía mi abuela poco antes de morir, que sentía que su vida había sido tan pero tan breve que se quedaba con ganas de pasar un tiempo más con sus hijos. Siempre es demasiado breve, todo fluye y se nos escapa de la mano. Amamos a alguien durante uno o diez años y al final tenemos la impresión que estuvimos con esa persona tan solo cinco minutos, que nos faltó tiempo para amarnos más. Tenemos hijos, los vemos crecer, creemos que es una eternidad pero un día de tantos los vemos partir. A lo mejor pasaron 25 años pero para nosotros fueron unos instantes. Nuestros padres nos acompañan por el camino, 20 o 50 años, un día de tantos nos dejan. Nos parecía toda una vida pero en realidad tan solo los tuvimos unos momentos. Todo pasa con excesiva rapidez, el tiempo se esfuma en nuestras manos y la gente pasa a nuestro alrededor con una vertiginosa velocidad, como cometas. Los vemos por unos segundos y luego tan solo queda una estela en el firmamento. Brevísima pero hermosa, como la vida misma.

martes, 11 de agosto de 2015

Amigos de bares

Tienen la peor fama del mundo y a menudo son los malos de las películas, los causantes de cualquier divorcio o los culpables de que la gente ande por mal camino. Decir que has quedado con tus amigos de bar es muy mal visto, prueba inequívoca de que has tocado fondo: de ahí a dormir en banco en el parque abrazado a un tetrabrick de don Simón solo hay un paso. Queda mejor decir que vas a ver a tus colegas de oficina -aunque te aburras como una ostra- o  a tus compañeros yoga -aunque no tengas tema de conversación- tienen mejor fama y a juicio del público, son garantía absoluta que vas en la dirección correcta. Yo como soy bohemio por vocación y noctámbulo de toda la vida reivindico a mis amigos de bares, esos seres mitológicos que ves de vez en cuando, de los que desconoces casi todos los aspectos de su vida y con los que brindas en incontables ocasiones. A lo largo de mi vida he tenido grandes amigos de bares gente "banal y superficial" a la que les he tomado verdadero cariño y con los que he llegado a tener conversaciones que han cambiado mi existencia y a los que he extrañado horrores cuando han desaparecido de mi vida. Me han ayudado a descubrir mundos nuevos pero sobre todo a amar a las personas. Así que:  ¡Salud! Brindo por ustedes mis queridos amigos de bares!

lunes, 27 de julio de 2015

Las cosas que nunca te dije

Al final la gente viene y se va y queda uno con la impresión que quedaron muchas cosas por decirse. Vivimos en un mundo de sobreentendidos, partimos del supuesto que el otro en todo momento sabe perfectamente nuestros sentimientos, que nuestros padres saben que los amamos, que nuestros hijos tienen la certeza que daríamos la vida por ellos o que nuestra pareja sabe que sin ella nuestra vida no tendría sentido. Damos por sobreentendido las cosas más grandes y más pequeñas pero lo cierto del caso es que no siempre las cosas quedan claras y que la gente desaparece de nuestras vidas para siempre sin que todo esté dicho y lo que es peor, con la impresión que nunca las amamos lo suficiente. En mi caso es una de las cosas que más me preocupa:  he tenido la suerte de tener unos abuelos maravillosos que alegraron mi niñez, unos tíos que me consintieron como nadie y que un día se fueron, grandes amigos que marcharon lejos para no volver  y parejas a las que he querido muchísimo y que ya no están a mi lado y no sé si todos ellos supieron lo que significaron para mi y como mi vida cambió por su presencia. Sin su ternura, sin su sonrisa, sin ese abrazo que me dieron en momentos de derrota o alegría mi vida habría sido completamente distinta. Muchos de ellos me acompañaron durante bastantes años, otros tan solo unos meses pero todos dejaron su huella en mi. Así que mis queridos ausentes allá donde estén, no les quepa la menor duda ni por un segundo que siempre los amé.

martes, 30 de abril de 2013

Panegírico

Yo lo tengo claro. Cuando muera no quiero flores en mi tumba, ni largos discursos intentando ensalzar lo que se pueda y quede de mi figura. Tampoco quiero que besen mi cadáver ni siquiera que lo lloren. No es que me vaya a poner exigente con este mundo justo cuando lo dejo pero la verdad es que preferiría que todos los piropos, flores, besos y abrazos me los dieran en esta vida, cuando los puedo sentir, disfrutar y agradecer, no en el ignoto más allá. Conforme se acumulan calendarios en el alma uno va teniendo la sensación que en este mundo las cosas importantes casi nunca se dicen. Los amigos vienen y van, los amores aparecen y desaparecen cuando menos te lo esperas, los que amas dejan esta vida y seguimos guardándonos las palabras, esperando el momento propicio para soltar un "te amo", "un perdóname " o para hacer ese gesto definitivo de agradecimiento y al final lo de siempre, ese instante no llega y nuestros muertos, y nosotros mismos, dejamos tristes esta vida con terrible la sensación de que nadie se percató que habíamos estado aquí. Así que más vale ahorrarse en panegíricos y flores sobre las tumbas y abrazarse en la clara certidumbre del aquí y el ahora.

martes, 13 de marzo de 2012

Lugares benditos

Hay decenas de lugares en Madrid en los que pondría placas conmemorativas al estilo de esas que recuerdan a los héroes de las grandes guerras solo que las mías más bien rendirían homenaje a pequeñas batallas cotidianas, a esos instantes de felicidad
que he disfrutado en esos bares, cafés, plazas y restaurantes. El primer beso, el “último” vino, la cálida bienvenida, la enésima despedida, la confesión inesperada, la cena romántica del fin de semana, la juerga del sábado, el abrazo dominguero con una caña en la mano...todos esos lugares han sido escenario de gestos cotidianos que han marcado y siguen marcando mi día a día. Las placas tendrían leyendas intrascendentes como "Aquí el suscrito probó junto a sus amigos de siempre el mejor vino", "Aquí descubrió la mirada más dulce", "Aqui aprendió que no es buena idea mezclar licores", "Aqui sentado al sol supo que por fin, la primavera estaba llegando" .Por eso suelo decir que más que ir a los lugares de siempre, voy de peregrinación para reencontrarme y ser reencontrado en esos lugares benditos de mi vida.

jueves, 10 de noviembre de 2011

El Guiño

Como bizqueo un poco del ojo derecho –sobre todo cuando estoy cansado o nervioso–, hace ya muchos años me inventé un truco para disimularlo: guiñar el ojo. Una solución ideal y divertida si uno se pasara toda la vida en un bar, porque las camareras te invitan a una ronda, ligas mogollón aunque no lo quieras – “Perdona, he visto que querías coquetear conmigo porque me guiñabas el ojo. ¿Qué plan tienes para esta noche?”–, los amigos ríen tus bromas y te devuelven el guiño por aquello de crear una atmósfera de complicidad, el pinchadiscos te complace con grandes éxitos de los 80 porque le has guiñado el ojo en plan colegueo. En fin, la alegría de la huerta.

Sin embargo, la cosa cambia en otras circunstancias, por ejemplo en una entrevista de trabajo. En la última que tuve, mientras explicaba con detalle y profusión mis funciones como editor web en mi empresa anterior, al decir con orgullo que también le hacía otros trabajitos a los jefes –para dejar claro que era un empleado más que entregado a la causa– guiñé el ojo. De inmediato las dos entrevistadoras intercambiaron miradas, sonrieron maliciosamente y dieron por concluida la entrevista recordándome que su organización se regía por un estricto código ético. Fue ahí donde me percaté del malentendido, pero ya era demasiado tarde: por más que les expliqué que por otros trabajitos me refería a cosas como maquetación de documentos, presentaciones en Powerpoint, análisis estadísticos y una largo etcétera, fue inútil. “Ya lo llamaremos”.

Han pasado seis meses y sigo esperando la llamada

jueves, 2 de diciembre de 2010

Jamón Jamón

No falla. Siempre que en cualquier mesa de tragos comento que no como -y que no me gusta- el jamón pasa lo que pasa. Primero un silencio sepulcral, el típico de cuando alguien ha metido la pata y el público espera la rectificación inmediata, luego las miradas de espanto cuando se descubre que no se trata de una broma, a continuación el período de preguntas (“¿Qué dices? ¿Estás en tus cabales?) y finalmente el homenaje de cada uno de los comensales al mejor jamón que han probado, el de su pueblo claro está. Tengo amigos que en ese momento lloran de emoción al recordar todos los jamones de su vida, esos “que de tan buenos se deshacían en la boca”. Conclusión unánime: si alguien no come jamón es porque nunca ha probado un buen jamón y punto pelota.

La verdad que soy un poco temario porque criticar el jamón en este país no solo es muestra de ignorancia absoluta sino que es considerado un insulto: después de la selección española en la final de un Mundial no hay nada que una más a los españoles que el jamón. Ni la constitución del 78, ni la boda de los Príncipes de Asturias, ni la posibilidad remota de que Madrid sea algún día sede Olímpica, para eterno regocijo de Gallardón, generan un consenso tan abrumador y avasallador como el del jamón. Aquí el jamón es el rey.

El problema es que como soy republicano no me doy me enterado y sigo con manía absoluta al jamón sobre todo desde el día en que me regalaron uno en un antiguo trabajo, en plena huelga de transportes, y tuve que cargarlo dos kilómetros a sabiendas de que nunca le hincaría el diente, todo por no hacerle el feo a los jefazos que no entendieron mi cara de horror cuando me dieron aquella cosa. Durante dos años estuvo aquel jamón en casa, detrás de una puerta, a la espera de que algún valiente aceptara mi regalo y bajara cuatro pisos con ese “manjar” pero ni caso, mucho amante del jamón pero cero sacrificio. Al final aquel símbolo de concordia nacional terminó en un contenedor de basura. Lo dicho, no me regalen jamón.

viernes, 3 de septiembre de 2010

La Negra

La Negra le dijo a mi madre que de eso nada, que ella no se daba por despedida, que era parte de la familia, que hasta donde se sabía la familia estaba para las buenas y para las malas y que se quedaría junto a nosotros sin cobrar un duro, el tiempo que fuera necesario. Así fue como nuestra asistenta dio por zanjado el tema de su posible despedido. Días antes mis padres habían llegado a la conclusión que la economía familiar iba de mal en peor y que una asistenta era un lujo que ya no podíamos permitirnos, lo que no contaban era que La Negra – que en realidad era “color hormiga”, como ella solía decir – no se consideraba un lujo, sino parte de la familia.

Y la verdad que tenía razón. Desde que llegó a nuestra casa se ganó el corazón de todos, no era muy buena limpiando y la plancha tampoco era lo suyo – perpetraba el planchado, lo quemaba todo – pero era cariñosa a raudales sobre todo con los chiquillos de la casa y tenía una alegría contagiosa. Era fácil verla cantando boleros de Antonio Machín o bailando mientras limpiaba ventanas o barría. Si por la radio sonaba alguna de sus canciones preferidas no se aguantaba las ganas, se “tiraba a pista” y se ponía a bailar con la escoba o con quien estuviera pasando por ese momento por el salón, daba igual si era de la casa o se trataba de alguna visita.

Sin embargo la Negra también tenía mucho carácter sobre todo para pelear por Gerardo, su novio de toda la vida, eternamente pretendido por todo su círculo de amigas (a la fecha una incógnita para todos nosotros porque el chaval no era muy agraciado que digamos). Desde el día que llegó a casa con un ojo morado mi madre entendió que había tomado al pie de la letra su consejo de que había que luchar por los que uno ama. A menudo pillaba a su “dandy” abrazado a otra y ella optaba por resolver la situación de la forma más diplomática posible: de un solo golpe neutralizaba a Gerardo, y con tirones de pelo y carterazos se encargaba de la otra chica. A golpes entiende la gente, era su lema.

La Negra dejó de trabajar para nosotros en 1979 pero desde entonces no ha dejado de estar en contacto con nosotros. Siempre que pienso en ella, veo los rostros de todos esos familiares adoptivos que la vida me ha regalado y que se han convertido en parte de uno. Gracias a esos familiares que escogemos –o que nos escogen- nos sentimos menos solos y sin querer nos acercamos al misterio del amor.

Adiós querida lectora

Comenzamos a saludarnos de tanto vernos en la noche madrileña.  A mí me llamaba la atención porque no cuadraba en nada con el estereotipo de...