Durante muchos años aguanté el estigma de ser el diferente del grupo hasta que en segundo año de colegio apareció Arnoldo, al que todos hacían a un lado porque era mayor, había repetido el curso, llegaba tarde todos los días, a sus 16 años fumaba, no tenía una novia sino dos, respondía con insolencia a cualquiera y, lo que más me gustaba, trataba a todos los compañeros como pringados,era oficialmente el chico malo al que todos evitaban -había toda clase de leyendas sobre él: que si se había escapado del reformatorio, que si lo habían echado de tres colegios, que si fumaba mariguana- menos yo porque me parecía el único normal de la clase y como se sentaba a mi lado terminamos por hacernos amigos. Aquello fue "mano de santo", los días de bulling se esfumaron, como era amigo del mafioso, los compañeros comenzaron a pensar que yo no era tan ingenuo ni tan afable, ni tan pijo y que más valía tenerme respeto,era peligroso. La mala compañía me salvó.
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viernes, 12 de abril de 2019
Mala compañía
Como nunca me gustó el fútbol y no me importaba en absoluto decirlo frente a mis compañeros de escuela y de colegio siempre me tomaron por un bicho raro. En mis tiempos la prueba absoluta de masculinidad de cualquiera "alfa macho" de 8 o 15 años era que te gustara el fútbol, que supieras "mejenguear" y que los lunes pudieras comentar los partidos del domingo hasta la saciedad. Como me repantinflaba el era incapaz de decir el nombre de cualquier jugador y mucho menos de patear un balón. Así que mis años de estudiante se limitaron a estar en clase de Educación Física perennemente en la banca, cuidando las mochilas de los compañeros, hablando con el que ese día había amanecido enfermo y el resto del día aguantando las indirectas de algunos de mis compañeros sobre lo raro que era yo.
Durante muchos años aguanté el estigma de ser el diferente del grupo hasta que en segundo año de colegio apareció Arnoldo, al que todos hacían a un lado porque era mayor, había repetido el curso, llegaba tarde todos los días, a sus 16 años fumaba, no tenía una novia sino dos, respondía con insolencia a cualquiera y, lo que más me gustaba, trataba a todos los compañeros como pringados,era oficialmente el chico malo al que todos evitaban -había toda clase de leyendas sobre él: que si se había escapado del reformatorio, que si lo habían echado de tres colegios, que si fumaba mariguana- menos yo porque me parecía el único normal de la clase y como se sentaba a mi lado terminamos por hacernos amigos. Aquello fue "mano de santo", los días de bulling se esfumaron, como era amigo del mafioso, los compañeros comenzaron a pensar que yo no era tan ingenuo ni tan afable, ni tan pijo y que más valía tenerme respeto,era peligroso. La mala compañía me salvó.
Durante muchos años aguanté el estigma de ser el diferente del grupo hasta que en segundo año de colegio apareció Arnoldo, al que todos hacían a un lado porque era mayor, había repetido el curso, llegaba tarde todos los días, a sus 16 años fumaba, no tenía una novia sino dos, respondía con insolencia a cualquiera y, lo que más me gustaba, trataba a todos los compañeros como pringados,era oficialmente el chico malo al que todos evitaban -había toda clase de leyendas sobre él: que si se había escapado del reformatorio, que si lo habían echado de tres colegios, que si fumaba mariguana- menos yo porque me parecía el único normal de la clase y como se sentaba a mi lado terminamos por hacernos amigos. Aquello fue "mano de santo", los días de bulling se esfumaron, como era amigo del mafioso, los compañeros comenzaron a pensar que yo no era tan ingenuo ni tan afable, ni tan pijo y que más valía tenerme respeto,era peligroso. La mala compañía me salvó.
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