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viernes, 17 de septiembre de 2010

El caribeño

Mi jefe estaba desesperado. No sabía que hacer conmigo. Me había contratado para ser la alegría de la redacción, ejercer de “caribeño” cachondo en suelo español y había resultado un muermo de inmigrante. No vestía con colores chillones, no hablaba con ese acento cantarín de los cubanos y dominicanos -sino con uno “indefinido latinoamericano”- encima no me gustaba la salsa. “A decir verdad de aburrido pareces inglés”. Era un buen tipo, se notaba que me apreciaba y la verdad que me daba pena ser causa de su tristeza. Fue inútil que le explicara los mil acentos que existen en América Latina, que le dijera que lo mío era un defecto de fábrica pero que si buscaba bien, tarde o temprano, encontraría al caribeño de sus sueños. El hombre estaba acabado y yo más porque no había estado a la altura de los estereotipos, algo inaceptable aquí y en medio mundo. Así que días después para evitar que me despidieran por falta de vocación “sudaca”, y de paso alegrar al pobre hombre que bastante tenía con lo mal que iba el programa, decidí cantar un Calypso en vivo y directo en el programa.

El ranking de ese día cayó en picado pero mi jefe no paraba de reír…y nunca más me volvió a pedir que sacar al caribeño que hay en mí.

sábado, 3 de octubre de 2009

Nada amarga más que el buen humor

Nada amarga más que el buen humor. Y eso lo comprobé empíricamente, como debe hacerse con todas las cosas de la vida para hablar con la autoridad que solo confiere la experiencia. Y dicho esto paso a confesar mi “traumática” experiencia: durante dos años trabajé en un programa de humor y eso no es ningún chiste. Se trataba de una fórmula en lo que lo básico era transmitir al público ese “buen rollito” tan necesario para enfrentar los baches de la vida, como reza la publicidad de los libros de autoayuda, esos que también dicen que hay que “pensar positivamente y sonreír con amabilidad” aunque estén a punto de fusilarnos.

“¡Divertidísimo! ¡Hilarante! ¡Disparatado!” No, no se referían a una comedia de Mel Brooks, eran algunas de las cosas que la gente me soltaba cuando contaba a lo que me dedicaba, sin lugar a dudas tenía el trabajo más feliz de España y el resto del mundo pero no me sentía ni lejanamente feliz. Tanto buen humor, tanta felicidad, tanto buen rollito tanto de tanto que al final yo, optimista contumaz y hombre de risa fácil terminé con el alma en pena, totalmente deprimido como chico de pompas fúnebres. Ahí descubrí que el buen humor no solo amarga sino que enferma porque al poco tiempo acabé en el hospital. Los médicos me sometieron a mil pruebas y ninguno pudo diagnosticar nunca el origen de mis males pero yo sí…exceso de felicidad.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Mi primera vez

Las primeras veces siempre son inolvidables. Yo por ejemplo a menudo recuerdo mi debut. Fue al final de la tarde un viernes de 1993, al cierre de edición de un periódico en el que trabajaba, estaba tratando de terminar un reportaje sobre Clinton cuando una maquetadora se acercó y con gran sigilo me dijo “creo te puedo dar lo que necesitas”. De inmediato me levanté y corrí hasta el departamento de diseño. Ahí con el más absoluto misterio advirtió “si los jefes nos pillan estamos despedidos”, mientras me contaba que era su primera vez y que se trataba tan solo de una excepción, “hasta el momento solo lo ha probado el director”.

Dicho esto y en medio del mayor misterio nos sentamos frente al ordenador, digitó una clave y el primitivo módem comenzó a emitir unos extraños ruidos. “Nos estamos conectando” y se puso a explicarme lo que estábamos haciendo: “Vía teléfono vamos a acceder a los archivos de la biblioteca del Congreso de Estados Unidos para buscar la imagen que necesitamos”. Aquello me dejó atónito y empecé a preocuparme que estuviéramos haciendo algo ilegal, me parecía cosa de espías andar cotilleando por los archivos de instituciones sin ninguna autorización. Por fin, cuando yo ya empezaba a sudar a chorros del agobio que tenía apareció en pantalla un magnífico infográfico de la trayectoria política de Bill Clinton, justo lo que necesitaba. “Lo dejo descargando, mañana lo tendremos”, me dijo con aire triunfal al despedirse.

Llegué a casa perplejo. Con incredulidad mis padres escucharon mi historia con todo lujo de detalles y de cómo en cuestión de minutos habíamos “entrado” al Congreso de EE.UU. “Eso suena a delito, ¡mucho cuidado!” sentenció mi hermana la juez mientras cenábamos y me hacía prometerle que no volvería hacerlo nunca más.

Así fue mi primera experiencia con Internet.

domingo, 1 de febrero de 2009

¿Jefa o jefe?

Francamente me da igual. Si algo he tenido en la vida son jefes de todos los sexos, tamaños colores y nacionalidades por lo que puedo decir con la autoridad que me confiere mi larga experiencia empírica, conseguida gracias a decenas y decenas de contratos de temporales, que en este tema el sexo es lo de menos y que lo que me importa es que me traten con digna pero sobre todo que me caiga bien, en mi caso algo fundamental, porque tener que trabajar y encima que el jefe te caiga mal es el colmo de la mala suerte.

Esto me ha pasado en algunas ocasiones, he tenido jefes y jefas horribles, que espero estén leyendo esta columna, que con sus chillidos me hacían recordar a la niña del Exorcista o a Chucky el muñeco diabólico y que me hicieron pasar los peores días de mi vida. Sin embargo también he tenido la mejor suerte del mundo y he trabajado para jefas y jefes maravillosos de esos que dejan una huella profunda y por los que he estado apunto de solicitar el proceso de canonización exprés porque, todo hay que decirlo, aguantarme a mí como subalterno también tiene su mérito.

Columna publicada en Sí se puede,Madrid

¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...