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domingo, 18 de julio de 2010

Mi ojo derecho

A sus 43 años mi ojo derecho no se ha entrado que es un ojo. Él se siente oreja, codo, rodilla cualquier cosa menos ojo. De niño tenía la intriga más grande por saber que se sentía mirar con los dos ojos y pasaba horas tratando de imaginarme cuán grande sería el mundo visto de izquierda a derecha pero al mismo tiempo, y no por partes como solía (y suelo) hacer. De adulto esa intriga se ha convertido en una especie de alivio, supongo que al ver con los dos ojos me daría cuenta de lo mal que están las cosas y me volvería un amargado de cuidado. Así que mejor la vida con un solo ojo, además resulta práctico: en fiestas, cenas y actividades en las que hay gente que no me apetece ver, simplemente trato que siempre estén a mi derecha para no verlos en toda la noche, digamos que es mi manera de dar la espalda con elegancia. Ellos cándidos en la inopia total y yo más contento que ninguno. Otra de las ventajas, y más ahora que está de moda, es que uno se evita las películas en 3D. A la vista está –nunca mejor dicho- que el tema de la tridimensión no funciona muy bien en casos casos como el mío, de eso me percaté la primera vez que vi una película de ese tipo, hace unos 15 años. Como iba de tiburones, dinosaurios y bichos destinados a causar infartos la gente en el cine gritaba, se revolvía en sus asientos mientras yo impávido miraba tan solo una pantalla borrosa, sin lugar a dudas una película horrible. Gracias a mi ojo derecho salí “ileso” de la función.

sábado, 20 de septiembre de 2008

¿Sobran las palabras?

Casi siempre. Algo imposible de comprender en las culturas latinas, donde hablar, cuanto más alto mejor, es parte fundamental de la vida social. No se entiende una reunión de más de dos personas sin que haya una buena cháchara de por medio, y quien es muy callado es mal visto, etiquetado como una ‘persona sosa’.

En otras culturas la cosa cambia, y se considera que el grado de confianza supremo entre dos personas es la capacidad de permanecer en silencio sin sentirse incómodo: una persona callada es bien considerada e incluso vista como sabia. Es decir, que en esa mundo yo sería un genio porque aquí, tengo la impresión que me consideran un muermo, porque hablo más bien poco sobre todo cuando estoy en grupos grandes y la gente cuenta historias apasionantes tanto que temo interrumpir con mis historias cotidianas y prefiero escuchar.

No siempre fue así, en mis tiempos fui un dicharachero, pero fue pisar suelo español y quedarme sin palabras. Quizá fue la impresión de emigrar, la edad o la pereza de tener que repetir todo dos veces, porque con el acento que tenía –y que tengo– no hay quien se entere de lo que digo. Sea por lo que fuera, aprendí a estar en silencio y a disfrutarlo.

Adiós querida lectora

Comenzamos a saludarnos de tanto vernos en la noche madrileña.  A mí me llamaba la atención porque no cuadraba en nada con el estereotipo de...