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lunes, 26 de agosto de 2019
La foto
Como siempre he bizqueado un poco con el ojo derecho quedar bien en cualquier foto que se me tome de frente es toda una odisea porque tiene que ser desde un ángulo exacto lo cual implica tomar decenas de fotos para terminar escogiendo la menos peor. Eso lo tengo claro desde mi tierna infancia y lo tuve muy presente el día en que el mejor y más célebre fotógrafo de Costa Rica nos tomó la foto de fin de curso de la primaria, pasamos toda la mañana posando una y otra vez, flanqueados por el director y una maestra a la que tenía atravesada porque me pasaba regañando el día entero. No sé cuantas veces el fotógrafo habrá pedido que "el de las gafas" mantuviera la compostura, que no hiciera muecas, que simplemente mirara fijamente la cámara pero me parece que fue inútil porque al final en la fotografía seleccionada salgo con la cabeza agachada, mirando al suelo. El enfado fue mayúsculo entre mis compañeros sobre todo entre los alumnos "alfa", los consentidos de la maestra, que querían tener un recuerdo perfecto de sus años escolares, el único que se rió a carcajadas fue Douglas, mi mejor amigo, que siempre sostuvo que lo había hecho a propósito para boicotear a los creídos de la clase, "qué bueno, les echaste a perder la foto".
martes, 5 de abril de 2011
Un tipo serio

viernes, 19 de marzo de 2010
Trato hecho

Un día durante el recreo tras reflexionar seriamente sobre los poderes de los superhéroes y las desigualdades de la vida hicimos un trato: él me transcribiría todas las tareas de la Escuela, y yo a cambio le “prestaría” a mi madre para que en todas las actividades extraescolares en las que se necesitara una mamá — las maestras se pasaban el día entero pidiendo ver a nuestras progenitoras, “como si en el mundo no hubiesen también papás”, decía mi compañero con tristeza — ella lo representara.
Aquello funcionó a la perfección: de la noche a la mañana mi letra mejoró “milagrosamente” y mi vieja cuando conoció a Douglas le tomó cariño y decidió — sin tener que mencionarle nuestro pacto — que aquel chiquillo encantador merecía que una madre lo defendiera y le aplaudiera en las asambleas escolares. Nunca me percaté de lo que había significado eso para mi amigo del alma hasta años después, cuando ya adolescentes me enseñó su álbum de fotos familiar. En muchas instantáneas de sus años escolares aparecía mi madre “francamente guapa” al lado de un sonriente y orgulloso Douglas. ¡Nuestro acuerdo había sido todo un éxito!
martes, 18 de agosto de 2009
Mi balón y yo

Yo para ser sincero le llevaba más ganas al premio de consolación, una caja de galletas de chocolate, pero quiso la vida que a los once años me ganara el juguete más exótico que he tenido para disgusto de Perera, eternamente gilipollas, cuya madre se había currado el traje en forma impecable con la esperanza de que su retoño como de costumbre se luciera. Menos mal que la “seño” decidió echarlo a suertes y el agraciado resultó ser este servidor que la víspera, el solito, se las había apañado para improvisar un traje.
Fue mi primera y única victoria frente a Perera pero me bastó con ver su cara y sus lágrimas de cocodrilo cuando me dieron el balón para sentirme el chaval más feliz de la tierra aunque no tuviera la mínima idea de cómo usar un balón y menos de jugar baloncesto. Aquel balón estuvo en mi vida durante más de cinco años, la mayoría en el armario porque, todo hay que decirlo, nunca supe qué hacer con él. Para mi la única utilidad que tenía era recordarme mi triunfo frente al “pesao” de la clase fuera de eso no lo encontraba ninguna utilidad a un balón (y de baloncesto).
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