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lunes, 16 de septiembre de 2019

Bonanza

Cuentan mis viejos que allá por los años 60 más de una vez caminaron no sé cuantos kilómetros para ir a ver televisión a casa de un tío "ricachón" de mi padre. Lo de ricachón no porque tuviera mucho dinero sino porque en esa época tener en casa una TV era un lujo que solo unos cuantos podían permitirse. En cuanto terminaban de cenar salían con toda prisa para llegar a tiempo para ver un episodio de Bonanza en compañía de familiares y vecinos, que se reunían en el salón de la casa de mi tío abuelo para mirar las aventuras de Ben Cartwright y sus hijos y de paso hacer un poco de tertulia sobre lo mal que estaba el mundo por aquella época mientras se tomaban un traguito y compartían lo que cada uno había llevado para comer. Al final de la noche mis padres veinteañeros hacían el camino de regreso pensando en que la vida sería maravillosa el día en que pudieran comprarse aunque fuera a plazos, como todo lo que había en casa, un aparato de ésos y ponerlo en el centro de la sala, y ver Bonanza y la Caldera del Diablo, en pijama como unos señores de postín.

lunes, 8 de abril de 2019

Mi abuela y la TV

Cuando mi abuela veía la tele, el espectáculo era ella. Si había una persecución policial jaleaba a los defensores de la ley Cuando mi abuela veía la tele, el espectáculo era ella. Si había una persecución policial jaleaba a los defensores de la ley "¡Corran, que si no se les escapa...está escondido en la bodega!" y cuando lo atrapaban aplaudía con satisfacción: "¡Que bien, todo sapo muere estripado!" Durante los telediarios si salía Margaret Thatcher o Golda Meir movía la cabeza en gesto afirmativo y daba golpecitos en la mesa, "¡Sí señor, eso es lo que hay que hacer y punto!" Si por el contrario salía un político que le caía mal solía proferir algún insulto "Viejo más mentiroso, usted es un sinverguenza" o si salía algún grupo musical hacía el ademán de ponerse a bailar y movía las manos con alegría. Cuentan que la vez que participé en un debate en TV -la cosa más surrealista que he hecho en mi vida-  durante las dos horas mi abuela no se levantó de la silla y cada vez que hablaba mi contrincante golpeaba la mesa "¿Pero que se cree ese traspalmejas hablándole así a mi nieto?" y cuando yo lo rebatía, no paraba de aplaudir con orgullo. Mi abuela vivía la televisión. A lo mejor por eso es que cada vez que veo a la gente frente al TV sin hablar, sin decir ni mú, mirando atentamente con gesto serio, siento que nos hemos vuelto muy aburridos y que al universo y a la vida les hace falta algo: les falta mi abuela.



¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...