Mostrando entradas con la etiqueta Familia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Familia. Mostrar todas las entradas

domingo, 14 de junio de 2020

El honor fue mío

Hace unos años tras unos problemas de salud y un largo proceso de rehabilitación cardiaca que obligó a mi viajo a llevarme tres veces por semana a terapia empecé a sentirme una carga familiar, muy preocupado se lo comenté, diciéndole lo incómodo que me hacía sentir todo aquello. Su respuesta, corta y concisa fue:

-"No, para mi es todo un honor."

Él poco dado la filosofía, reservado por naturaleza, me había dado una respuesta sorprendente, yo esperaba un simple "por que es mi deber" ó "por que sós mi hijo" pero me había dicho unas palabras que resumían no solo su relación conmigo sino con todo su entorno, como desde su perspectiva no había logrado ningún éxito sonoro, ni acumular bienes o ser famoso se sentía el ser humano más normal y pequeño del mundo admiraba a mucha gente, se sentía agradecido por ayudar y se sentía profundamente honrado por tener la familia que tenía y los amigos que había hecho a lo largo de los años y hasta por los de sus hijos (a menudo yo fingía enfado cuando lo escuchaba hablar con orgullo de mis amigos o tratarlos de vos, "papá, son mis amigos,"),

Le gustaba ser "invisible" y nunca imponerse.
Cuando repaso el camino que durante 53 años compartimos descubro que jamás me dijo qué hacer, en qué creer, qué estudiar o en que trabajar y mucho menos qué tipo de vida debía de tener, todo lo que hacía le parecía bien, daba la impresión que simplemente era feliz viéndome feliz, riéndose de mis anécdotas, despejándome el camino y dejándome respirar.

Si tuviera que resumir lo que fue mi padre en mi vida, diría que fue como el aire...amable, silencioso, imperceptible pero necesario, y lo bueno del aire es que casi siempre se transforma en viento y sus ráfagas te hacen volar.

Gracias por dejarme volar Papá,
el honor siempre fue mío.

(En memoria de Luisito, 10 de Abril 1938- 13 de Junio 2020)

jueves, 4 de junio de 2020

Madre en préstamo

A los siete años Douglas tenía el corazón partido.

Sus padres no solo se habían divorciado sino que además, su madre se había ido a trabajar a Estados Unidos y eso le había dolido muchísimo a mi compañero de primaria, él no decía nada porque "había que ser valiente y aguantar las ganas de llorar como un hombrecito" -como te decía hasta el cansancio medio mundo- pero se le veía tristón, en clase tenía fama de ser un amargado sobre todo cuando se acercaba alguna festividad como el día de la madre y nos ponían a hacer alguna manualidad para regalar.

-"Maestra, y si uno no tiene mamá, a quien le damos lo que vamos a hacer ¿a la chancera de la esquina?" La clase entera celebraba entre risas ese comentario dicho en plan de broma pero que ocultaba el drama en el que vivía mi pobre amigo, quien no paraba de decirme que era un "dichosote" porque tenía una madre que no solo era la mejor de la Escuela sino que además de "tan linda parecía una artista de cine".

-"Cuando quiera se la presto".
-"Y le puedo decir Mami, también?"
-"Ay, no sé....bueno, está bien pero a cambio me tiene que ayudar con todas las tareas."

Y dicho y hecho. Durante los años siguientes pasé "prestándole" mi vieja, para reuniones o actividades especiales se sobreentendía que si el padre de mi amigo no podía asistir mi progenitora nos representaba dignamente a los dos y si había alguna excursión al campo no me quedaba más remedio que sentar a mi madre en medio de los dos...eran esos días en los que Douglas no paraba de sonreír: "Ay que bonito, Mendes, vino Mami con nosotros, hoy comemos rico y nos chinean a los dos"

No me di cuenta lo que había significado mi madre en la vida de mi amigo hasta que años después cuando me enseñó su álbum de fotos de familia: en la primera página, al lado de sus abuelos, de su padre y de su hermana, en medio de la gente que quería más que nada en el mundo estaba una imagen grande de él y mi vieja el día de nuestra graduación de primaria.

jueves, 20 de febrero de 2020

En el medio tiempo de la Super Bowl

Los cuarentones quieren ser como nosotros pero no nos llegan ni a lo pies. Los cuarenta años son la "adolescencia" de la Edad Adulta, te crees experimentado y sabio pero no, porque no has puesto el 5, no llevas medio siglo viviendo en este planeta de locos en el que nada, absolutamente nada, tiene su lógica. Da igual lo que las religiones te digan, la Vida improvisa, y mucho, con nosotros los seres humanos.

A partir de los cincuenta tienes la sensación que en todos los aspectos de tu vida estás viviendo el intermedio de la Super Bowl planetaria.  Como Shakira y J.Lo tienes solo QUINCE minutos para darlo todo, ya no se puede permitir uno las mismas tonterías que con veinte, treinta o cuarenta, el tiempo corre raudo, cínico y veloz.

Eres más consciente que nunca que antes de diez años algún problema de salud tendrás, por más que te cuides y vayas al médico porque el cuerpo tiene fecha de caducidad y algo te va a fallar. Así que aprendes a disfrutar del mayor tesoro que tenemos los terrícolas: la salud. Con cinco décadas a las espaldas te sientes un campeón cuando haces ejercicio, cuando vas a todo lado andando y casi nunca te enfermas. Hay que aprovechar, hacer grandes planes y disfrutarlos.

Cuando eres un cincuentón te vuelves más tiquis miquis a "perder" el tiempo con gente que ya nada te significa en la vida. A los treinta daba igual pasar unas vacaciones con gente que no nos gustaba porque teníamos infinitos veranos, ya tendríamos tiempo para pasarlo bien. A los 50, el árbitro está a punto de pitar para finalizar el partido.¿Ir a cenar por compromiso?¿Quedar con compañeros de trabajo que no nos gustan?¿Aguantarse relaciones de pareja que ni fu ni fa?¿De verdad vamos a pasar los últimos quince minutos de nuestra vida sintiéndonos los seres más infelices de la galaxia, desperdiciando un tiempo precioso?

Y es que a estas edades estás más que avisado que nunca que en los próximos años mucha gente de tu entorno que amas sobre todas las cosas se va a ir de este mundo, quisiéramos que fueran eternos, pero sabemos que antes o después estaremos solos frente al mar echando de menos a alguien. Así que vives con intensidad, y a cámara lenta, todos los momentos con tus seres queridos. ¿Enfadarse? ¿Para qué? No hay tiempo que perder, porque cada día nos estamos despidiendo un poquito y como ya nos vamos a ir, nos volvemos contestones, sensibleros y militantes de la vida.

martes, 11 de febrero de 2020

Que nada sea en vano

Iba ser un sábado tranquilo. Ella se había levantado muy temprano para preparar el desayuno, los niños de 5 y 7 años tenían club de fútbol y tenían que alimentarse bien. Como de costumbre costó una eternidad que acabaran todo y que por un rato el par de diablillos se quedaran quietos mientras ella les terminaba de poner los calcetines y las zapatillas. El marido los apuró, ese día le tocaba a él llevarlos, así ella podía disfrutar de un rato de tranquilidad, había hecho planes para tomarse otro café en la terraza mientras leía un libro, la mañana estaba soleada había que aprovechar. Tras besarla, los niños subieron entre risas al coche mientras él le hacía señas de que la llamaría a lo largo de la mañana, por la noche tendrían invitados y había que organizarse. Encantada de tener un ratito para ella se puso a ordenar la casa, a recoger ropa y juguetes, mientras canturreaba una canción.

Quince minutos después sonaba el teléfono, "¿Quien podrá ser a esas horas?" pensaba. Al otro lado la voz nerviosa de un hombre preguntaba si era la casa de su marido, que había tenido un accidente, "¿Ellos están bien?". La pregunta se quedó sin responder porque tras darle la dirección le colgaron a toda prisa. A como pudo se alistó, con las piernas temblando se subió al coche, y mientras conducía empezó a rezar, pensando en que a lo mejor era tan solo susto y que en breve estarían de vuelta a casa todos juntos. Dejó de rezar mientras le abrían paso entre el tumulto de policías, cruz rojistas, periodistas...y cayó de rodillas cuando el vio el coche de su marido aplastado bajo el trailer. No necesitó más explicaciones.

Vendrían años de mucha soledad, de preguntas sin respuestas, de viajes constantes de ida y vuelta de la rabia al dolor más profundo, de no tener razones para estar en este mundo y luego la redención a través de ayudar a otros, de pensar que de alguna forma tendría que honrar la corta vida de sus pequeños y del gran amor de su vida, de encontrarle sentido a todo . Para que nada hubiese sido en vano.

lunes, 16 de septiembre de 2019

Bonanza

Cuentan mis viejos que allá por los años 60 más de una vez caminaron no sé cuantos kilómetros para ir a ver televisión a casa de un tío "ricachón" de mi padre. Lo de ricachón no porque tuviera mucho dinero sino porque en esa época tener en casa una TV era un lujo que solo unos cuantos podían permitirse. En cuanto terminaban de cenar salían con toda prisa para llegar a tiempo para ver un episodio de Bonanza en compañía de familiares y vecinos, que se reunían en el salón de la casa de mi tío abuelo para mirar las aventuras de Ben Cartwright y sus hijos y de paso hacer un poco de tertulia sobre lo mal que estaba el mundo por aquella época mientras se tomaban un traguito y compartían lo que cada uno había llevado para comer. Al final de la noche mis padres veinteañeros hacían el camino de regreso pensando en que la vida sería maravillosa el día en que pudieran comprarse aunque fuera a plazos, como todo lo que había en casa, un aparato de ésos y ponerlo en el centro de la sala, y ver Bonanza y la Caldera del Diablo, en pijama como unos señores de postín.

jueves, 22 de agosto de 2019

Como en las telenovelas

Hace unos meses un amigo me contaba que siempre se había reído de las telenovelas, que le parecía una exageración todo lo que le pasaba a los protagonistas, que era absolutamente imposible que en la vida real la vida de la gente fuera tan excesivamente complicada. A él, químico de profesión, racional, contenido en sus emociones, reservado en su vida privada y la persona más discreta del universo le resultaba creer todos esos enredos en los que se metían los personajes: nadie con dos dedos de frente se mete con la mujer de su mejor amigo, ninguna mujer se puede enamorar de un farsante que ama a otra, ninguna joven becaria puede creer que el jefe dejará a su mujer para casarse con ella, nadie puede amar a dos personas a las vez, nadie puede ser pareja de alguien a quien no ama y pretender ser feliz. Mi amigo pensaba y pensaba entre risas que eso en la vida real nunca pasaba hasta que el año pasado su madre le reveló que su padre era otro y que se había casado estando embarazada de él. Dice que en el fondo lo sospechaba porque había cosas que no cuadraban para nada y que su vieja cada vez que hablaba del tema cambiaba abruptamente de tema, se enfadaba y que no fue hasta que la amenazó con no volver a verla nunca más que le contó su secreto, un secreto que le pertenecía también a él. Así que a sus 42 años la vida de mi amigo se convirtió en una telenovela.

viernes, 19 de julio de 2019

El desahucio

Eran la pareja perfecta y lo tenían todo: una de las mejores casas del barrio, una buena posición económica y un hijo guapo aunque un poco díscolo. Durante años fueron los reyes de las fiestas del vecindario, la gente los quería porque eran simpáticos, cariñosos y siempre estaban dispuestos a echar una mano en las buenas causas. Parecía que nada podía ir mal en sus vidas pero no fue así, una mala decisión, la de poner la casa a nombre de su hijo por hacerle un bien, por asegurar su futuro, dio al traste con todo porque el chico inundado en deudas hipotecó la casa. La noticia del desahucio los dejó hundidos, a la "mayor brevedad posible" tenían que abandonar la vivienda, era demasiado para la pareja perfecta, para los que todos auguraban un futuro brillante. Se derrumbaron, ya nada tenía sentido y acordaron dejar juntos este mundo antes de sufrir la mayor humillación de su vida. Él le disparó primero en medio del llanto y luego se quitó la vida. La crónica policial lo registró como el suicidio de una pareja con la única particularidad: el cuerpo de ella apareció cerca de la puerta de la calle, como intentando huir : "Mi amiga no quería morir, amaba la vida", dice mi vieja con los ojos vidriosos cada vez que la recuerda.

martes, 21 de mayo de 2019

Rebelión

A los doce años lo más importante del mundo es la opinión de los demás y por eso pasaba horas pensando cuál sería el momento más adecuado para dejar de darle la mano a mis padres y mi familia cada vez que salíamos a la calle, francamente quedaba raro que un chaval de mi edad anduviera por ahí agarrado de la mano de sus viejos, podrían pensar que uno era un consentido de miedo, un "mamitas" como se solía decir en aquella época y eso era lo peor del mundo mundial, había que proyectar la imagen de un chico "normal". Un día de tantos dejé de darles la mano, de caminar intencionalmente delante de ellos o detrás, y de no ser tan pegado como había sido con mis viejos, mis hermanas, mi abuela, mis tíos y tías.

Durante algunos años me mantuve fiel a mi decisión para no escandalizar a nadie hasta que un día me desperté pensando en que era una soberana tontería, que me sobraba la opinión de los demás y que mal me iría en la vida si tenía que renunciar a las cosas que más me gustaban por quedar bien con gente que me importaba menos cero. Así que recobré la sana costumbre de volver a ser yo mismo, a caminar de la mano con los que quería, a estampar besos cuando me diera la regalada gana -y a quien quisiera- a fundirme en abrazos y a decirle a la gente que los quería mucho, más de lo que imaginaban. Esa fue mi pequeña rebelión.

lunes, 6 de mayo de 2019

Nada y todo

A mis cincuenta años no tengo una gran carrera profesional, casa con vistas al mar, coche del año, dinero suficiente en mi cuenta bancaria, pareja que me abrace cuando llego a casa, perro, ropa de marca, vacaciones planeadas en Tahití, un futuro prometedor pero tengo unos padres y hermanas que me siguen enviando besos cada vez que hablamos por teléfono, unos tíos que se enfadan si no tienen noticias mías y amigos maravillosos en tres continentes que siempre me reciben con los brazos abiertos.
Es decir que no tengo nada pero lo tengo todo.

miércoles, 13 de febrero de 2019

Carlitos


Desde los cinco años tenía claro que tenía que no podía darse el lujo de jugar como los otros niños. Como era "pobre", como el mismo decía, no tenía más remedio que acompañar a su madre mientras limpiaba casas a limpiar casas ajenas. Mientras su vieja fregaba suelos, él se dedicaba a sacudir, a limpiar vidrios o hacer cualquier trabajito para que le dieran unas monedas demás. Así fue como conocí a Carlitos, acompañando y asistiendo a su vieja mientras limpiaba la casa de mis padres y correteando conmigo por el barrio.

La verdad que era un chiquillo rubio encantador y divertido, con esa voz de soprano que mantuvo hasta los 15 años y de la que él era el primero en reírse -"¡Qué vocecita la mía!"- era el alma de la fiesta, siempre feliz y encantado de estar con nosotros al punto que siempre decía que si algún día se sacaba la lotería lo primero que haría sería comprarle una casota "Madrina", mi madre, y otra más pequeñita para él, "¿Se imagina que bonito?", decía con un brillo en sus ojos traviesos.

Durante muchos años nos visitó religiosamente cada semana pero fue crecer para comenzar a espaciar más y más las visitas. Lo único que sabíamos por referencias era que no paraba de trabajar en restaurantes, fábricas y en cuanta cosa hiciera falta y que "llevaba una mala vida", según su madre. Nosotros en cada visita lo veíamos más serio,  ya no se reía con esa risa cristalina, ni decía ocurrencias, tenía ese aire melancólico de quienes han sufrido más de la cuenta y según decía no paraba de enfermarse.

Fue así como por vez primera escuchamos hablar del HIV, entonces una enfermedad mortal casi desconocida y de la que se tenía muy poca información. Ante la pregunta nuestra de cómo había que tratarlo porque no sabíamos nada de nada, mi madre fue contundente: "¡Pues con más cariño que de costumbre! ¿que otra cosa va a ser?" 

Siguió visitándonos hasta que no tuvo fuerzas para levantarse. El último recuerdo que tengo es la sonrisa que nos dedicó cuando entramos a la habitación en la casa de la señora que lo cuidaba y las palabras con las que nos recibió mientras nos cogía de la mano: "¡Ay pero que bonito, si son mis hermanitos!". Carlitos murió poco tiempo después...y yo lo lloré como suelo llorar mis pérdidas, de a poquitos pero durante mucho tiempo pensando en que pocas veces -o nunca- sabemos lo que realmente significamos en la vida de otra gente, para ese chiquillo rubio de la voz de soprano no éramos unos conocidos más o los patrones de su madre, siempre fuimos su familia.



martes, 2 de octubre de 2018

Que la pobreza no se note

Hasta sus últimos días mi abuela siempre decía que una de las cosas de las que más orgullosa se sentía era que sus hijos siempre habían usado zapatos. Un sentimiento que cuesta entender sino uno no se traslada a esos años en los que casi todos eran pobres de solemnidad y andar con zapatos eran un privilegio de los "ricachones", que con sus zapatitos lustrosos cada día salían a conquistar al mundo mientras la mayoría de los mortales andaba por la vida con los pies desnudos.

Contaba mi abuela que desde que jovencísima se convirtió en madre decidió que aunque la criticaran por querer aspirar a algo más -"me decían que qué me creía- y el dinero no alcanzara, sus hijos llevarían siempre zapatos porque que la vida calzado se disfrutaba más.

Detrás de ese gesto, a lo mejor banal para una madre de 8 hijos, que tenía que hacer equilibrios para llegar a fin de mes, se escondía el deseo de mi abuela de mantener siempre la dignidad, de demostrar que por más mal que se estuviera pasando a nadie le tenía que importar, los apuros económicos y las penas se quedaban en casa y pasara lo que pasara la pobreza nunca se tenía que notar:
"Usted con zapatos limpios y  siempre con la cabeza bien alta, ¿me entendió?"
Si, abuela, siempre, siempre.

jueves, 14 de junio de 2018

Y sin embargo la vida

Tras perder el trabajo de mi vida, finalizar una relación de más de 14 años, un infarto y dos angioplastias (una fallida) solo quería morirme cuanto antes. En el hospital pasaba los días enteros pensando en eso y en casa de mis padres intentando dejar todo lo más acomodado posible y haciendo una lista mental de lo que tenía que poner en orden antes de partir. Acabado, con el corazón partido y remendado en el sentido más literal del término, solo me quedaba esperar la hora. Sin embargo la vida comenzó a hacer de las suyas, a sacar sus mejores encantos, a seducirme con una familia que no tenía ninguna duda que saldría adelante y mi viejo que estaba encantado de acompañarme a rehabilitación tres veces por semana para poder contarme anécdotas de camino, con amigos que me llamaban para ver el atardecer y si había que llevarme en brazos no importaba nada, con médicos que se reían a carcajadas con mis preguntas, con entrenadores personales que creían más en mi que yo mismo, con gente que me llamaba de Madrid, Estados Unidos o Israel para hacer planes conmigo. Nunca fue la vida más bella y más seductora, se suponía que iba a ser la peor época de mi vida y fue simplemente maravillosa.

martes, 12 de junio de 2018

El taladro

Por una puerta salía mi abuelo a trabajar a un pueblo para regresar hasta el fin de semana y por otro salía mi abuela a empeñar el taladro eléctrico, la "joya" del taller de mi abuelo. Por aquellos días tener que alimentar a ocho chiquillos no era tarea sencilla y el escaso salario que mi abuelo cobraba como electricista de la Compañía Nacional de Fuerza y Luz alcanzaba para lo justo. Si había que comprar uniformes, zapatos o medicinas había que echar mano del ingenio y del bendito taladro eléctrico cuya utilidad insospechada e inconfesada -mi abuelo murió si saber que aquella herramienta pasaba la mitad del tiempo en el Monte de Piedad-sacó a la familia de más de un apuro. Eso, y la tienda de un tío que en secreto daba de "fiado" cuanto fuera necesario para alimentar a la a toda la tribu y convidar algún vecino que estuviera pasando necesidad. Mi abuela,  que pasó su vida haciendo piruetas para que la pobreza "no se notara", haciendo equilibrios para llegar a fin de mes, llegaba al Monte de Piedad con su traje de domingo, maquillada como si fuera para una gran ocasión, "aquí se lo traje, me lo cuida mucho, el jueves le devuelvo la plata" y así mientras contaba el dinero suspiraba tranquila, por otra semana más sus hijos comerían bien.

viernes, 20 de abril de 2018

La vida, tan chiquitica


En sus últimos días mi abuela siempre se quejaba de lo corta que había sido su vida. Apenas había tenido tiempo para ser la niña pícara que adoraba subirse a los árboles, la aprendiz de maestra que soñaba con dedicarse a la educación toda su vida, la joven esposa,  la madre de ocho chiquillos que la mantuvieron ocupada durante toda su vida y la feliz abuela que disfrutaba de la compañía de sus nietos. ¿Por qué irse tan pronto con tan solo 90 años? ¿Por qué dejar a los suyos en la mejor etapa de su vida? Todo había transcurrido a velocidad vertiginosa, era absolutamente injusto...para ella y para todos los seres humanos.

Cuando tienes veinte o treinta años hay más tiempo que vida y sabes que lo que no hiciste hoy lo harás mañana, a los cuarenta empiezas a percatarte que a hay muchas cosas que probablemente nunca harás en la vida, a partir de los cincuenta empiezas a volverte un poco nostálgico, a mirar las cosas con la ternura de un viajero que sabe que a lo mejor no volverá andar más a pisar ese camino, a fijarte más en la sonrisa de quienes amas porque en el fondo sabes que antes o después tendrás que decir adiós. Cierras los ojos y lo único que deseas con toda tu alma, como mi abuela, es que la vida no sea tan pero tan "chiquitica"

miércoles, 4 de abril de 2018

Fotógrafos

En una época en la que pasamos la mitad del tiempo haciéndonos selfies y la otra intentando quedar bien en las fotos que nuestros amigos publican en las redes sociales  tendemos a olvidar a quien tomó la fotografía, a ese gran ausente que por mil razones no quiso o no pudo aparecer en esa instantánea para inmortalizar ese momento y que la mayoría de las veces tendría más de mil razones para ser retratado. El que no sale en la foto es parte de la historia, incluso a veces el más importante, los álbumes de nuestra vida están llenos de fotos que alguien nos hizo porque estaba viviendo un momento especial o porque ese día nos vio más bonitos de lo habitual y quiso capturar ese instante. Ese abuelo que fotografió a sus nietos mientras jugaban, esa hija que decidió que su madre estaba guapísima para la cena de Año Nuevo y que había que retratarla para la posteridad, esa pareja que en el último verano te tomó una foto mientras mirabas distraído el mar porque te vio radiante,  el hermano que pensó "vengarse" y  mientras roncabas disparó la cámara, la amiga que aceptó no salir en la foto de tu cumple para tomarte tu mejor ángulo. Todos merecían salir en la foto, muchos ya no están con nosotros pero esas imágenes son un recuerdo imborrable que en un tiempo no muy lejano fueron parte del retrato de nuestras vidas.

sábado, 31 de marzo de 2018

Papalotes

Conseguir una cuerda resistente, retazos de tela y portarme bien. Eran los tres requisitos que me pedía mi tío para llevarme a volar "papalotes". A mis cinco años me sentía el chico más afortunado del planeta porque si había algo que me gustaba era volar papalotes y estar con mi tío que no paraba de hacerme reír con sus ocurrencias, mejor que ir a Disneylandia. La ceremonia siempre era la misma: armar la cola con retazos, comprobar que la cuerda era lo suficientemente resistente y lo mejor de todo, comprar el papalote más vistoso de la tienda aún sabiendo que duraría poco porque bastaba una mala caída a tierra para romper el papel del que estaba hecho, duraban poco, apenas para verlos volar en el horizonte  y sentirse infinitamente feliz por un instante. Los papalotes eran efímeros pero la alegría que te daban duraba semanas, cada vez que recordabas el momento triunfal en el que veías ascender el papalote entre saltos de alegría y la eterna sonrisa de mi tío, tan fugaz como ese mágico momento. Mi tío murió trágicamente a los treinta y pocos, pasó brevemente por nuestras vidas era un poco como esos papalotes, estaba hecho para alegrar por unos "minutos" este mundo tan gris, para vernos sonreír y soñar con un mundo mejor.

miércoles, 10 de enero de 2018

La última vez

Hasta los treinta uno vive con la idea que hay más tiempo que vida y que siempre habrá una segunda oportunidad para decirle a alguien "te quiero", para pasársela bien con la familia o amigos, para triunfar...pasados los cincuenta la ecuación cambia, uno se da cuenta que el tiempo se va agotando y que hoy puede ser la última de vez que brindamos con nuestros amigos, que visitamos nuestro lugar favorito, que comemos ese plato que nos vuelve loco o que abrazamos a quienes amamos.
Hoy puede ser nuestra última vez...

lunes, 30 de enero de 2017

Nostalgia

En la familia la llegada de mi tía de Estados Unidos significaba un torbellino de alegría. Ella para mí era una especie de Mary Poppins que siempre venía cargada de regalos y de divertidas anécdotas de la vida en Nueva York que me hacían soñar, lo mejor de todo era que durante el tiempo que durara su visita era más libre que nunca porque los horarios de la casa se trastocaban, mis padres estaban distraídos atendiendo a mi tía por lo que podía hacer lo que se me antojara, vivía en el paraíso. Fue en una de sus visitas que con seis años por primera vez conocí una extraña sensación que comenzó justo cuando nos acercábamos al aeropuerto para despedirla y ví a lo lejos el avión de la PanAm, de pronto sentí un nudo en el estómago, unas ganas incontenibles de retroceder en el tiempo y una tristeza profunda, mi madre lo diagnosticó de inmediato: eso se llama nostalgia. Lejos estaba de imaginar que esa sensación me acompañaría a lo largo de mi vida.

martes, 6 de mayo de 2014

Guapo

Desde primer minuto le puse a Carlos, el ligón del hospital. No habían terminado de instalar su camilla y ya tenía un contingente de enfermeras desfilando frente a él, mirándolo con una mezcla de curiosidad, deseo y tristeza. La verdad que era guapo:  27 años recién cumplidos, 1.80 de estatura, pelo negro azabache, ojos verdes, piel blanca como el marfil. Tres meses antes su vida era como la de cualquier joven de su edad, llena de sueños y de ilusiones, una carrera, amigos, novia -la más guapa del pueblo-  hasta el fatídico día en que decidió salir a comprar pan en su moto y sin el casco puesto. Una piedra en mitad del camino, y un accidente estúpido: en coma y cuadrapléjico desde entonces. Su historia me la contó su hermano mayor quien con los ojos rojos no cesaba de regañar con ternura a Carlos "Usted si es vago, tan grandote y sigue ahí acostado. Huevón, tiene que irse despertando, que tenemos que seguir mejengueando". Me contó cabizbajo que aunque los médicos le habían dado pocas esperanzas a la familia él seguía hablándole a su hermano como si estuviera despierto porque
con lo terco que había sido no le extrañaría nada que un día de tantos se despertara, se pusiera de pie, mandara a todos al carajo y se fuera tan campante con su moto. "Por eso me paso regañándolo, para que le entre verguenza". 

martes, 24 de septiembre de 2013

Comida Casera

Es una batalla perdida. No hay forma de llevar a mi madre a un restaurante a comer comida casera. Da igual que se le diga que es un lugar bonito, que está decorado como las casas antiguas, que es la última moda del jet set de mi pueblo -que también lo tenemos- que es sana y barata. No y no. Para ella la comida casera es invento de marketing, de gente desesperada que no haya qué inventar y que para comer "comida casera" ella se prepara un buen plato de frijoles o una sopa de pollo por mucho menos dinero y con ingredientes de mejor calidad y santas pascuas. "Si me sacan de casa es para probar algo que no como todos los días", así de contundente es mi vieja que, moderna como la que más, no termina de entender cómo de la noche a la mañana la gente ha "descubierto" que comer como antaño es lo mejor que hay, se ha vuelto nostálgica y quiere ir a restaurantes horriblemente decorados como las casas de los abuelos -había que ver el mal gusto que se tenía entonces - comiendo en platos de lata o en hoja de plátano y con camareros fingiendo ser campesinos. "Comida casera es la que uno hace en casa y punto. La otra es como Mac Donald". Hay que ver mi madre cómo es.

¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...