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lunes, 26 de agosto de 2019

La foto

Como siempre he bizqueado un poco con el ojo derecho quedar bien en cualquier foto que se me tome de frente es toda una odisea porque tiene que ser desde un ángulo exacto lo cual implica tomar decenas de fotos para terminar escogiendo la menos peor. Eso lo tengo claro desde mi tierna infancia y lo tuve muy presente el día en que el mejor y más célebre fotógrafo de Costa Rica nos tomó la foto de fin de curso de la primaria, pasamos toda la mañana posando una y otra vez, flanqueados por el director y una maestra a la que tenía atravesada porque me pasaba regañando el día entero. No sé cuantas veces el fotógrafo habrá pedido que "el de las gafas" mantuviera la compostura, que no hiciera muecas, que simplemente mirara fijamente la cámara pero me parece que fue inútil porque al final en la fotografía seleccionada salgo con la cabeza agachada, mirando al suelo. El enfado fue mayúsculo entre mis compañeros sobre todo entre los alumnos "alfa", los consentidos de la maestra, que querían tener un recuerdo perfecto de sus años escolares, el único que se rió a carcajadas fue Douglas, mi mejor amigo, que siempre sostuvo que lo había hecho a propósito para boicotear a los creídos de la clase, "qué bueno, les echaste a perder la foto".

viernes, 3 de octubre de 2008

Pesadillas escolares

Aunque nunca me tragué el cuento de que la escuela era el templo del saber -sobre todo porque a la que yo asistía tenía pinta de todo menos de templo y la asociaba con cualquier cosa menos con la sabiduría- debo reconocer que la vuelta al ‘cole’ siempre me hacía ilusión, porque era época de estrenos: me compraban uniforme nuevo y zapatos negros de charol –que en esa época eran lo último entre los escolares–, libros de texto nuevos que olían a tinta y papel y que, menos los de matemáticas, traían preciosas ilustraciones y, lo más importante, había posibilidad de cambiar de maestra y con un poco de suerte, de compañeros, lo cual era altamente estimulante.

No era que la maestra no me gustara, pero como tenía como cien años, era la mar de sosa, me tenía fichado porque pasaba hablando todo el tiempo mientras ella hacía dictados y encima, no dejaba de recetarnos ejercicios de aritmética, soñaba con que pasaba a mejor vida, aunque por lo visto era inmortal.

Con mis compañeros no me llevaba mal del todo, pero como odiaba el fútbol y me aburrían a muerte las conversaciones sobre jugadores, partidos y balones, me veían como un bicho raro, por lo que siempre al inicio de curso tenía la lejana esperanza de que en la Escuela decidieran prohibir ese deporte. Está visto que tuve que resignarme.


I do, I do, I do

Aquella vez mi vieja decidió que para la celebración del Día del Padre en casa de mi Tío German había que hacer algo distinto y divertido as...