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jueves, 13 de octubre de 2011
Los hombres ya no son lo que eran
Me contaba una amiga divorciada que harta de ser la eterna soltera, la que siempre va sola a las fiestas y cenas, se apuntó a una web de contactos. Tras el temor inicial del “quedirandemi”, ilusionada creó su perfil con una breve y “honesta” descripción: chica de 50 años, profesional y de buen ver busca chico para salir. Agregó un par de fotos, las mejores de sus últimas vacaciones en Ibiza, una con la melena al aire en plan leona y otra más formalita con traje de ejecutiva para reforzar la idea de mujer independiente. Al principio los resultados no se hicieron esperar: mensajitos, piropos, propuestas de noches de pasión y hasta de matrimonio. Se sentía en la gloria porque otra vez estaba en el mercado y no paraba de responder mensajitos picantes. Sin embargo, con el tiempo su ánimo se fue desinflando porque con los chicos que quedaba o querían enrollarse en el momento o casarse ipsofactamente, y la verdad es que tras un traumático divorcio no se está para ninguna de las dos cosas. Así que, visto lo visto, volvió a utilizar los mecanismos tradicionales: pedirle a los amigos que le presentasen tipos atractivos, a hacerse la interesante en mitad de un reunión de trabajo, en el metro a las siete de la mañana mientras intenta no dormirse o cuando hace la compra con chandal y tacón alto -antes muerta que sencilla- con resultados prácticamente nulos, salvo que la mayoría la agrega a Facebook o le manda mensajitos cariñosos por whatsapp, sms, por msn, gtalk, es decir, que sigue en las mismas, en el mundo virtual. Su teoría es que las redes sociales nos están volviendo vagos hasta para ligar y que el arte del cortejo se está perdiendo aceleradamente porque nadie quiere perder tiempo. “Los hombres ya no son lo que eran”, me dice melancólica, al tiempo que saca su Iphone del bolso para devolverle un "toque" a uno de sus pretendientes, un compañero de Pilates con el que nunca ha quedado.
sábado, 9 de octubre de 2010
La crueldad de la gente buena

jueves, 23 de septiembre de 2010
La vida desde un árbol

Casada y convertida en madre de familia los niños fueron la excusa perfecta para seguir subiendo a los árboles, no quedaba tan mal porque estaba jugando con sus pequeños, “eso sí muy de vez en cuando”, puntualizaba para dejar claro que primero estaban sus obligaciones con su marido y sus ocho hijos, “es que nadie se imagina lo que trabajábamos las mujeres en aquellos años, había que salir de la pobreza y no quedaba tiempo para nada”. Convertida en abuela, siguió amando a los árboles y aunque con menos energía se subía unos segundos a las ramas más bajas para cumplir con el mágico ritual. “Hasta que un día no pude más. Fue lo más triste del mundo”, concluía pensativa mirando por la ventana los árboles de su jardín.
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