Desde primer minuto le puse a Carlos, el ligón del hospital. No habían terminado de instalar su camilla y ya tenía un contingente de enfermeras desfilando frente a él, mirándolo con una mezcla de curiosidad, deseo y tristeza. La verdad que era guapo: 27 años recién cumplidos, 1.80 de estatura, pelo negro azabache, ojos verdes, piel blanca como el marfil. Tres meses antes su vida era como la de cualquier joven de su edad, llena de sueños y de ilusiones, una carrera, amigos, novia -la más guapa del pueblo- hasta el fatídico día en que decidió salir a comprar pan en su moto y sin el casco puesto. Una piedra en mitad del camino, y un accidente estúpido: en coma y cuadrapléjico desde entonces. Su historia me la contó su hermano mayor quien con los ojos rojos no cesaba de regañar con ternura a Carlos "Usted si es vago, tan grandote y sigue ahí acostado. Huevón, tiene que irse despertando, que tenemos que seguir mejengueando". Me contó cabizbajo que aunque los médicos le habían dado pocas esperanzas a la familia él seguía hablándole a su hermano como si estuviera despierto porque
con lo terco que había sido no le extrañaría nada que un día de tantos se despertara, se pusiera de pie, mandara a todos al carajo y se fuera tan campante con su moto. "Por eso me paso regañándolo, para que le entre verguenza".
martes, 6 de mayo de 2014
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