martes, 12 de junio de 2018
El taladro
Por una puerta salía mi abuelo a trabajar a un pueblo para regresar hasta el fin de semana y por otro salía mi abuela a empeñar el taladro eléctrico, la "joya" del taller de mi abuelo. Por aquellos días tener que alimentar a ocho chiquillos no era tarea sencilla y el escaso salario que mi abuelo cobraba como electricista de la Compañía Nacional de Fuerza y Luz alcanzaba para lo justo. Si había que comprar uniformes, zapatos o medicinas había que echar mano del ingenio y del bendito taladro eléctrico cuya utilidad insospechada e inconfesada -mi abuelo murió si saber que aquella herramienta pasaba la mitad del tiempo en el Monte de Piedad-sacó a la familia de más de un apuro. Eso, y la tienda de un tío que en secreto daba de "fiado" cuanto fuera necesario para alimentar a la a toda la tribu y convidar algún vecino que estuviera pasando necesidad. Mi abuela, que pasó su vida haciendo piruetas para que la pobreza "no se notara", haciendo equilibrios para llegar a fin de mes, llegaba al Monte de Piedad con su traje de domingo, maquillada como si fuera para una gran ocasión, "aquí se lo traje, me lo cuida mucho, el jueves le devuelvo la plata" y así mientras contaba el dinero suspiraba tranquila, por otra semana más sus hijos comerían bien.
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