lunes, 16 de septiembre de 2019
Bonanza
Cuentan mis viejos que allá por los años 60 más de una vez caminaron no sé cuantos kilómetros para ir a ver televisión a casa de un tío "ricachón" de mi padre. Lo de ricachón no porque tuviera mucho dinero sino porque en esa época tener en casa una TV era un lujo que solo unos cuantos podían permitirse. En cuanto terminaban de cenar salían con toda prisa para llegar a tiempo para ver un episodio de Bonanza en compañía de familiares y vecinos, que se reunían en el salón de la casa de mi tío abuelo para mirar las aventuras de Ben Cartwright y sus hijos y de paso hacer un poco de tertulia sobre lo mal que estaba el mundo por aquella época mientras se tomaban un traguito y compartían lo que cada uno había llevado para comer. Al final de la noche mis padres veinteañeros hacían el camino de regreso pensando en que la vida sería maravillosa el día en que pudieran comprarse aunque fuera a plazos, como todo lo que había en casa, un aparato de ésos y ponerlo en el centro de la sala, y ver Bonanza y la Caldera del Diablo, en pijama como unos señores de postín.
miércoles, 11 de septiembre de 2019
La princesa en la buhardilla
Se llamaba María
y era la clienta mas singular que he tenido, decía que yo era su
"informático"y me llamaba cada vez que tenía alguna pequeña
"tragedia" con su ordenador como que se le desconfigurara el
ordenador, el anti-virus no funcionara o se le perdiera la clave de la cuenta
de correos en un maremagnum de archivos. En ese entonces tenía unos 85 años,
viuda y con un hijo que vivía en el exterior daba la impresión de llevar una
vida solitaria. Por su porte, su cuidada melena, sus ojos
azules y sus ademanes finos podría vivir en cualquier palacio europeo pero
vivía en un minúsculo estudio de Madrid junto a un pekinés endemoniado que no
paraba de ladrar en cuanto yo llegaba.
Era fácil
adivinar que María había tenido tiempos mejores, bastaba con ver sus fotos en
su Argentina natal: una chica rubia guapísima en una recepción o vestida con
traje de equitación siempre al lado de un caballo, su gran pasión. Estaba
escribiendo un libro sobre Equinoterapia, lo único que le preocupaba cada vez
que tenía problemas con el ordenador. "No sabés cómo curan estos
animales", me decía mientras me contaba a grandes rasgos de lo que iba su obra.
Despedirse de ella era toda una odisea porque yo me negaba a cobrarle, me parecía
un honor servirle y alegrarle un poco el día, pero cogía 20 euros y me los
echaba en el bolsillo de la camisa, "te tomás un café en honor mío y ya
está, es tu trabajo".
No volví saber
nada de María pero es imposible no pensar en ella cada vez que veo a una señora
paseando su perro por la ciudad. ¿Estará tan sola como mi clienta? ¿Será otra
princesa atrapada en una buhardilla?
lunes, 26 de agosto de 2019
La foto
Como siempre he bizqueado un poco con el ojo derecho quedar bien en cualquier foto que se me tome de frente es toda una odisea porque tiene que ser desde un ángulo exacto lo cual implica tomar decenas de fotos para terminar escogiendo la menos peor. Eso lo tengo claro desde mi tierna infancia y lo tuve muy presente el día en que el mejor y más célebre fotógrafo de Costa Rica nos tomó la foto de fin de curso de la primaria, pasamos toda la mañana posando una y otra vez, flanqueados por el director y una maestra a la que tenía atravesada porque me pasaba regañando el día entero. No sé cuantas veces el fotógrafo habrá pedido que "el de las gafas" mantuviera la compostura, que no hiciera muecas, que simplemente mirara fijamente la cámara pero me parece que fue inútil porque al final en la fotografía seleccionada salgo con la cabeza agachada, mirando al suelo. El enfado fue mayúsculo entre mis compañeros sobre todo entre los alumnos "alfa", los consentidos de la maestra, que querían tener un recuerdo perfecto de sus años escolares, el único que se rió a carcajadas fue Douglas, mi mejor amigo, que siempre sostuvo que lo había hecho a propósito para boicotear a los creídos de la clase, "qué bueno, les echaste a perder la foto".
jueves, 22 de agosto de 2019
Como en las telenovelas
Hace unos meses un amigo me contaba que siempre se había reído de las telenovelas, que le parecía una exageración todo lo que le pasaba a los protagonistas, que era absolutamente imposible que en la vida real la vida de la gente fuera tan excesivamente complicada. A él, químico de profesión, racional, contenido en sus emociones, reservado en su vida privada y la persona más discreta del universo le resultaba creer todos esos enredos en los que se metían los personajes: nadie con dos dedos de frente se mete con la mujer de su mejor amigo, ninguna mujer se puede enamorar de un farsante que ama a otra, ninguna joven becaria puede creer que el jefe dejará a su mujer para casarse con ella, nadie puede amar a dos personas a las vez, nadie puede ser pareja de alguien a quien no ama y pretender ser feliz. Mi amigo pensaba y pensaba entre risas que eso en la vida real nunca pasaba hasta que el año pasado su madre le reveló que su padre era otro y que se había casado estando embarazada de él. Dice que en el fondo lo sospechaba porque había cosas que no cuadraban para nada y que su vieja cada vez que hablaba del tema cambiaba abruptamente de tema, se enfadaba y que no fue hasta que la amenazó con no volver a verla nunca más que le contó su secreto, un secreto que le pertenecía también a él.
Así que a sus 42 años la vida de mi amigo se convirtió en una telenovela.
miércoles, 14 de agosto de 2019
El clarinete
Durante años estuvo guardado como una joya, mi abuela lo tenía en la parte más alta del armario donde solía poner las cosas entrañables de su vida, como fotos, una caja de metal pequeña con recuerdos y papeles importantes. Si le suplicábamos mucho nos lo dejaba ver, era el clarinete de mi abuelo, un músico en sus tiempos libres y que tiró la toalla con el arte cuando se puso de moda el cine sonoro porque llevaba años con sus amigos de la orquesta animando las películas de Buster Keaton, el Gordo y el Flaco, Harold Lloyd y por supuesto, Charlie Chaplin. Se habrá sentido desilusionado y de pronto absolutamente inútil porque él y sus amigos no tenían nada que hacer frente a la espectacular música Made in Hollywood. Cuentan que durante una temporada siguió tocando en las veladas del barrio hasta que un buen día, sin saberlo guardó para siempre el clarinete. Hace mucho que mi abuelo no está y que demolieron el cine en el que actuaba pero yo sigo sintiendo una rara nostalgia familiar cuando escucho a alguien tocar el clarinete, me imagino a ese veinteañero, delgadísimo volviendo a casa con su querido instrumento, tarareando alguna canción de la época y pensando que tarde o temprano algún día sería una gran estrella.
lunes, 29 de julio de 2019
Finales felices
El otro día me contaba un amigo de Israel que tiene una tía abuela que nunca ha visto completa "The Sound Of Music" llega hasta la boda y luego se para a seguir con sus cosas porque le deprime ver la llegada de los nazis y que esa pobre gente tenga que salir huyendo, para ella no tiene ninguna gracia y no es un final feliz que una familia tenga que atravesar las montañas huyendo de la barbarie. Visto así, una lógica implacable desde todo punto de vista y a lo mejor algo que habría que aplicar no solo a todas las películas y series de TV -dejar de verlas como queremos recordarlas- sino a cualquier situación que atravesamos por la vida, todo tiene un final implacable pero nosotros decidimos hasta donde llegamos y con qué recuerdos nos quedamos, sea un trabajo, una relación, o una situación que a priori juzgamos desagradable, puede ser que las cosas no vayan como queramos pero tenemos derecho a vivir nuestro propio y muy personal final feliz.
martes, 23 de julio de 2019
Gaudeamus Igitur
Una de las cosas que más me ha costado en la vida fue dejar de ir a la Universidad. Tras terminar la carrera y no tener absolutamente nada que hacer ahí, estuve yendo durante varios años. Llegaba, me daba una vuelta por los edificios y me metía a leer en la biblioteca. Sencillamente no comprendía mi vida sin ir al lugar donde había sido inmensamente feliz; a diferencia de algunos compañeros para los que ir a estudiar era un martirio para mí era el mejor plan, no tanto por lo que aprendía como por la gente maravillosa que tuve la suerte de conocer. Podíamos pasarnos las horas hablando de política o riéndonos de la vida mientras preparábamos una presentación o repasábamos las materias para los finales. El mundo era una seductora promesa, un lugar en el que podríamos llegar a ser cualquier cosas por más descabellada que nos pareciera: presidente del país, escritor famoso, ministro, catedrático, todo, absolutamente todo era posible a nuestros veinte años. Muchos tiempo han pasado desde entonces pero cada vez que puedo intento ir a la Facultad, a caminar en silencio por sus pasillos y a recordarme a mi mismo el universitario que fui y todos esos sueños que la arena del tiempo fue sepultando..
lunes, 22 de julio de 2019
Liberación
Durante años mi amiga se sintió culpable por el fracaso de su primer matrimonio. Como desde siempre había sido alegre y extrovertida, siempre encontraba tiempo para asistir a cualquier actividad familiar o de su círculo de amistades mientras su marido pasaba largas horas en la oficina. Él vivía para trabajar y a duras penas dedicaba tiempo para el ocio, ella se sentía sola y un poco confundida, pensando en que a lo mejor la vida real era esa, dedicar las 24 horas del día a la profesión. Como era de esperar cuando se firmaron los papeles del divorcio no paró de escuchar indirectas y críticas sobre lo poco que se había esforzado en mantener el matrimonio con un hombre modélico, responsable y poco parrandero, y ella misma se atormentaba pensando en lo mismo: en que toda la culpa era suya. A los pocos años su ex marido se volvió a casar para divorciarse tiempo después, la causa: su nueva mujer se había hartado de esas jornadas laborales eternas, de estar al lado de un Workaholic. Dice mi amiga que saber eso fue una completa liberación y que ese día enterró para siempre cualquier complejo de culpa.
viernes, 19 de julio de 2019
El desahucio
Eran la pareja perfecta y lo tenían todo: una de las mejores casas del barrio, una buena posición económica y un hijo guapo aunque un poco díscolo. Durante años fueron los reyes de las fiestas del vecindario, la gente los quería porque eran simpáticos, cariñosos y siempre estaban dispuestos a echar una mano en las buenas causas. Parecía que nada podía ir mal en sus vidas pero no fue así, una mala decisión, la de poner la casa a nombre de su hijo por hacerle un bien, por asegurar su futuro, dio al traste con todo porque el chico inundado en deudas hipotecó la casa. La noticia del desahucio los dejó hundidos, a la "mayor brevedad posible" tenían que abandonar la vivienda, era demasiado para la pareja perfecta, para los que todos auguraban un futuro brillante. Se derrumbaron, ya nada tenía sentido y acordaron dejar juntos este mundo antes de sufrir la mayor humillación de su vida. Él le disparó primero en medio del llanto y luego se quitó la vida. La crónica policial lo registró como el suicidio de una pareja con la única particularidad: el cuerpo de ella apareció cerca de la puerta de la calle, como intentando huir : "Mi amiga no quería morir, amaba la vida", dice mi vieja con los ojos vidriosos cada vez que la recuerda.
lunes, 15 de julio de 2019
Efímeros
Dice mi amigo que le cuesta reconocer en esa mujer silenciosa y distraída a su madre, la que no paraba de bailar en la Feria, la que desde pequeño le enseñó sus primeros pasos de Sevillanas, la de las respuestas ingeniosas para todo, la que se arreglaba con esmero para salir a dar una vuelta por el pueblo del brazo de su marido. Cuesta reconocerla pero sabe que está ahí, y que cuando se tiene Alzheimer el tiempo es oro, cada segundo compartido cuenta porque nunca se sabe qué pasara el próximo día, repetir las veces que sean necesarias los "te quiero mucho", tomarla de la mano, sentir su piel suave, caminar con ella, hacerle cualquier comentario gracioso de los que antes la hacían reír a carcajadas, acariciar su pelo, decirle que mañana será otro día, que todo será distinto, mirarla con ternura y que ella vea tu rostro con atención y que sepa reconocer en él parte de su historia. "Todavía sabe quien soy...hay que aprovechar al máximo", dice mi compañero mientras intenta disimular su tristeza pidiendo otra cerveza.
miércoles, 10 de julio de 2019
La mirada de los abuelos
Creo que habría que aprender a verse uno mismo con los ojos que nos miraban nuestros abuelos. En mi caso, a mi abuelo paterno cada vez que lo visitaba se le iluminaba la mirada y me recibía con un "qué bueno que viniste" mientras nos sentábamos a ver fotos antiguas. Era una pequeña fiesta en la que me contaba anécdotas de la familia y de la que siempre salía un poco conmovido porque sus ojos denotaban alegría y confianza que el mundo fuera mejor al estar yo en él. Mi abuela materna por otro lado, cuando yo llegaba se escondía de broma porque se "quejaba" que la abrazaba muy fuerte y que el día menos pensado la desarmaba. Siempre me veía con picardía y alegría porque decía que yo era un diablillo que siempre se salía con la suya mientras se reía. Dos miradas completamente distintas pero que se imprimieron en mi memoria, a lo mejor mis abuelos fueron capaces de captar mejor que nadie el fondo de mi alma y no soy tan mala persona ni tan débil, quizá debería comenzar a verme con mucha, mucha esperanza.
domingo, 16 de junio de 2019
Superhéroe
Durante mi infancia una estampa típica era estar yo jugando en casa con amigos y aparecer mi padreen la puerta con su traje de bombero, con toda la cara chamuscada y mi vieja detrás diciéndole que se vaya directo al patio porque sino toda la casa iba oler a humo. Mis amigos se quedaban con la boca abierta mientras yo disimulaba lo orgulloso que me sentía de tener un padre que era absolutamente distinto al resto, un superhéroe: durante el día era el típico empleado bancario gris, de traje y corbata. Durante la noche, un bombero que corría grandes peligros salvando gente. Como si fuera poco, al igual que Batman tenía una radio que captaba las transmisiones del Cuerpo de Bomberos, de la Policía y de la Cruz Roja con lo cual mi viejo estaba al tanto de lo que pasaba en la ciudad, y estar siempre listo para salir correr al rescate, terremotos, inundaciones, incendios...el mundo podía dormir tranquilo porque mi él estaba patrullando por ahí. Hace mucho que dejó de ser bombero pero nunca, nunca ha dejado de ser mi superhéroe favorito.
jueves, 13 de junio de 2019
Al diablo con el diablo
Francamente yo acabé hasta las narices del demonio a los seis años porque a raíz del estreno de la película "El Exorcista" el diablo comenzó a salir hasta en la sopa, en el telediario, en los periódicos, en las conversaciones de adultos y en la de los chicos, todos hablaban de posesiones demoníacas e incluso mi abuela tuvo una vecina que estaba poseída y que repartía ostias e insultos a diestra y siniestra cuando la invadía el maligno. Pasábamos el día asustados y por la noche era imposible conciliar el sueño porque veíamos la imagen de la dichosa niña, sentíamos levitar nuestras camas y escuchábamos voces siniestras que nos llamaban insistentemente, para crear ese atmósfera de terror tampoco ayudó que muchas madres comenzaran a decir que la cría del Exorcista se lo tenía bien merecidito por andar de desobediente, que si le hubiera hecho casa a sus padres y a la maestra el diablo jamás se habría fijado en ella.
Como yo era cualquier cosa menos obediente pasé meses de meses esperando a vomitar verde y a que en cualquier momento la cabeza me empezara a girar 360 grados.
Como yo era cualquier cosa menos obediente pasé meses de meses esperando a vomitar verde y a que en cualquier momento la cabeza me empezara a girar 360 grados.
miércoles, 12 de junio de 2019
La última vez
Hubo una vez que fue la última vez que jugamos con nuestros amigos de infancia. Como de costumbre fueron a buscarnos a casa y salimos más que felices a recorrer el barrio buscando mil aventuras o a sentarnos tranquilamente en el parque para hablar de nuestros temas, para discutir si Superman era más fuerte que el Increíble Hulk. Como todos los días la madre de uno de nuestros amigos nos llamó a merendar y aquellas galletas y refresco nos supieron a gloria, nos sentimos afortunados por tener los mejores amigos del mundo. Como siempre nos dijimos con desgano un "Hasta Mañana" mientras nuestros hermanos desde la puerta nos avisaban que la cena estaba servida y que había que apurarse para acostarse. Esa noche nos dormimos deseando que llegara el verano pronto el verano para pasarnos el día en la calle, para jugar sin parar hasta cansarnos, para no bajarnos de la bicicleta tan solo para comer pero ese verano nunca llegó: los padres de alguien se divorciaron y tuvieron que dejar el barrio, alguien tenía que aprobar el curso y no lo dejaron salir en meses, alguien creció y decidió que era demasiado mayor para jugar. Y así sin saberlo ni pensarlo jugamos por última vez con nuestros amigos de infancia.
miércoles, 5 de junio de 2019
¿Qué vas a ser cuando seas grande?
Durante la adolescencia una y otra vez siempre me hacían la misma pregunta, entonces se me consideraba un ser humano en progreso, una promesa en potencia que podía llegar tan lejos como sus sueños, astronauta, científico, piloto...cualquier cosa estaba a mi alcance básicamente porque tenía tiempo de sobra, la vida por delante(yo lo tenía muy claro: quería ser presidente del país, entre otras cosas). Conforme el tiempo pasó, la gente dejó de preguntar sobre mis planes futuros y yo mismo perdí la sana costumbre de hacerme la misma pregunta. Se supone que a los treinta, cuarenta, cincuenta años YA deberíamos ser alguien y tener nuestros sueños más que cumplidos pero como no en mi caso no es así ni de lejos -y me estoy dando cuenta que en muchos aspectos sigo siendo una tábula rasa- de un tiempo a esta parte me paso preguntando qué quiero ser de mayor.
martes, 4 de junio de 2019
Volver a bailar
Estaba lleno de pánico y de tristeza. En un año me había quedado sin trabajo, había terminado una relación, había tenido un infarto, una angioplastia fallida que estuvo a punto de mandarme al cementerio en medio de la incredulidad de mucha gente y de mismos doctores que atribuían mis "achaques" a los nervios y aunque la segunda operación había salido bien me había quedado con el miedo como telón de fondo de mi vida cotidiana. Llevaba una vida sana, caminaba todos los días, seguía al pie de la letra todas las recomendación que me habían dado durante el proceso de rehabilitación pero por las razones que fuera me negaba a bailar. Esa noche sin embargo todo fue distinto, no sé si la culpa la tuvo el vino, la música o las tremendas ganas que tenía de sacudirme esa tristeza que me acompañaba desde hacía mucho pero simplemente la música me envolvió, lentamente me puse a bailar y no paré en toda la noche. Nunca nadie entendió por qué estaba tan feliz y probablemente se habrían sorprendido más que al llegar a casa llorara de alegría. Había vuelto a bailar.
jueves, 30 de mayo de 2019
Al final la vida...
"Al final la vida se encarga de poner todo en su sitio", el otro nos lo decía Roberto, en el tanatorio, frente al ataúd de su padre mientras hacía bromas sobre la pinta que tenía su viejo en la foto que a toda prisa se había colocado en el centro de la sala, "entre Peret y uno de los Chunguitos". Mi amigo se veía triste pero aliviado porque tanto él como sus hermanos habían logrado cuidar y acompañar a su padre los últimos días de su vida, un final impensable hace unos años cuando ninguno de su familia quería saber de él, como tanto antes como después del divorcio le había hecho la vida imposible a su madre habían optado por mantener una relación distante. Durante mucho tiempo fue así hasta que un buen día uno de sus hermanos, sin saber con quien dejar su perro decidió preguntar a su padre, quien accedió más que encantado. Aquello fue el principio de todo, porque la familia descubrió que no solo era buen cuidador de animales sino que estaba deseoso de retomar el contacto. Así que con más frecuencia empezaron a dejarlo a cargo de los perros y a los "¿Quédate un poco más?" siguieron los "¿Quieres quedarte cenar?" los "¿Nos vemos pronto?", "¿Y si pasemos las fiestas juntos?""Te quiero mucho". Y así sin darse cuenta, como milagro cotidiano y cuento de hadas, fueron felices para siempre.
lunes, 27 de mayo de 2019
Perdón abuela
Muchas veces me despedí de mi abuela. Quizá unas diez o quince veces y siempre la parte más difícil de cada viaje ese momento en que nos abrazábamos con la promesa de vernos pronto. Siempre era el mismo ritual, yo con lagrimones y ella dándome ánimos como lo había hecho toda la vida -aquí todos vamos a estar muy bien, porque estamos juntos, el que tiene que cuidarse es usted, que está solito allá- pero esa última vez fue diferente no solo porque ya no se levantaba de la cama y no me soltaba de la mano sino porque me suplicó que esa noche durmiera en su casa porque tenía mucho miedo. Nunca en mi vida la había escuchado decir eso, ella valiente de toda la vida, a la que casi no le gustaba llorar, estaba asustada porque sentía que en cualquier momento se iría de este mundo y cuando eso pasara quería hacerlo rodeada de sus hijos y nietos. Desconozco la razón porque esa noche no me quedé en su casa pero por más que lo pienso no puedo encontrar nada que fuera más importante que ese último favor que me pidió la que había sido el gran amor de mi vida.
Tres meses después de ese día recibí llamada de mi padre diciéndome que esa mañana mi abuela se había ido para siempre.
Tres meses después de ese día recibí llamada de mi padre diciéndome que esa mañana mi abuela se había ido para siempre.
martes, 21 de mayo de 2019
Rebelión
A los doce años lo más importante del mundo es la opinión de los demás y por eso pasaba horas pensando cuál sería el momento más adecuado para dejar de darle la mano a mis padres y mi familia cada vez que salíamos a la calle, francamente quedaba raro que un chaval de mi edad anduviera por ahí agarrado de la mano de sus viejos, podrían pensar que uno era un consentido de miedo, un "mamitas" como se solía decir en aquella época y eso era lo peor del mundo mundial, había que proyectar la imagen de un chico "normal". Un día de tantos dejé de darles la mano, de caminar intencionalmente delante de ellos o detrás, y de no ser tan pegado como había sido con mis viejos, mis hermanas, mi abuela, mis tíos y tías.
Durante algunos años me mantuve fiel a mi decisión para no escandalizar a nadie hasta que un día me desperté pensando en que era una soberana tontería, que me sobraba la opinión de los demás y que mal me iría en la vida si tenía que renunciar a las cosas que más me gustaban por quedar bien con gente que me importaba menos cero. Así que recobré la sana costumbre de volver a ser yo mismo, a caminar de la mano con los que quería, a estampar besos cuando me diera la regalada gana -y a quien quisiera- a fundirme en abrazos y a decirle a la gente que los quería mucho, más de lo que imaginaban. Esa fue mi pequeña rebelión.
Durante algunos años me mantuve fiel a mi decisión para no escandalizar a nadie hasta que un día me desperté pensando en que era una soberana tontería, que me sobraba la opinión de los demás y que mal me iría en la vida si tenía que renunciar a las cosas que más me gustaban por quedar bien con gente que me importaba menos cero. Así que recobré la sana costumbre de volver a ser yo mismo, a caminar de la mano con los que quería, a estampar besos cuando me diera la regalada gana -y a quien quisiera- a fundirme en abrazos y a decirle a la gente que los quería mucho, más de lo que imaginaban. Esa fue mi pequeña rebelión.
lunes, 20 de mayo de 2019
Huellas
Esa amiga de infancia con la jugábamos tardes enteras, ese compañero de Instituto que "daba" la vida por nosotros, esa colega de trabajo que tanto nos hacía reír y que nos sacó de un apuro más de una vez, ese amigo del que fuimos inseparables en nuestra adolescencia y con el que escuchábamos rock, esa amiga que fue confidente a la que le contábamos todo, ese grupo de amigos con los que nos íbamos de juerga como si no existiera mañana y con los que nos encantaba estar, ese primer amor...a medida que nos vamos haciendo mayores uno se da cuenta de la gran cantidad de gente maravillosa que hemos dejado por el camino, no por nada especial, sino porque las mismas circunstancias de la vida nos fueron separando sin nosotros darnos cuenta, un día dejamos de verlos y se perdieron en la vorágine del tiempo siempre tan implacable. Ya nos los vemos más pero llevamos impregnados todo esos recuerdos, los abrazos, los brindis y esa infinita ternura con la que nos abrieron su alma.
martes, 14 de mayo de 2019
No, no estaba muerto
La culpa fue del señor al que le dio por morirse una madrugada cuando lo pusieron en mi sitio en el hospital la vez que estuve ingresado y a mi me movieron a otra habitación sin que se percataran mis compañeros de habitación con los que había trabado una amistad entrañable, por aburrimiento acabábamos por contárnoslo todo y tomarnos cariño como me pasó con el señor al que se movió el marcapaso y a todo el mundo se lo enseñaba orgulloso: "Mire donde lo tengo, casi en el hombro...sino me lo arreglan ya termina en la espalda" mientras yo lo regañaba pero por congoja. Mi pobre sustituto en la habitación duró lo que me dura a mi una copa de vino, murió a las dos horas de haber llegado a la habitación mientras todos mis amigos dormían profundamente con lo que a la mañana siguiente se encontraron con una cama vacía y una enfermera recogiendo sábanas con tristeza, "sí el pacientico de aquí se murió en la noche, no aguantó". Mis amigos no lo podían creer, cómo me había muerto yo así tan de repente cuando en la noche había estado haciendo bromas y se me veía tan entero, como siempre me decían. Fue en medio de aquel duelo y del corrillo que se había hecho en la habitación cuando aparecí yo sonriente, más vivo que nunca, con una toalla y el cepillo de dientes en la mano preguntando que de qué estaban hablando tan compungidos y adoloridos. Creo que las carcajadas se oyeron en todo el hospital.
domingo, 12 de mayo de 2019
El loco de turno
Viniendo una noche de Tel Aviv al pueblo donde viví unos meses -a medio camino de Jerusalem- de repente en el bus un señor al otro lado del pasillo y en la parte de atrás comenzó hablar dando voces mitad en hebreo y en ruso, al principio creí que venía hablando solo, que era el loco de turno, pero me di cuenta que me estaba hablando a mi -Atá, ken atá (Tú, si, tú) - en forma muy vehemente, yo me hice el desentendido pero pasó hablando todo el camino.
El momento más escalofriante llegó cuando tenía que bajarme porque el señor se bajó también y empezó a caminar detrás mío dando voces, en un pueblo perdido de Medio Oriente y con la calle vacía eso no presagia nada bueno y más bien parece una escena de "Chuky en Tierra Santa". Salí huyendo despavorido por la calle, dando alaridos, llegué al edificio casi sin respirar, subí al apartamento y puse todos los cerrojos. Al día siguiente cuando abrí la puerta me encontré al señor limpiando el pasillo: era el nuevo conserje y probablemente lo que quería la noche anterior es que lo ayudara a cargar la caja que traía.
El loco de turno fui yo.
El momento más escalofriante llegó cuando tenía que bajarme porque el señor se bajó también y empezó a caminar detrás mío dando voces, en un pueblo perdido de Medio Oriente y con la calle vacía eso no presagia nada bueno y más bien parece una escena de "Chuky en Tierra Santa". Salí huyendo despavorido por la calle, dando alaridos, llegué al edificio casi sin respirar, subí al apartamento y puse todos los cerrojos. Al día siguiente cuando abrí la puerta me encontré al señor limpiando el pasillo: era el nuevo conserje y probablemente lo que quería la noche anterior es que lo ayudara a cargar la caja que traía.
El loco de turno fui yo.
viernes, 10 de mayo de 2019
Boleros
Dicen que la primera información que recibimos del mundo viene de nuestras madres, de los secretos que nos susurraron cuando estábamos por nacer y esas cálidas palabras que nos decían cuando nos acunaban. En mi caso, más que palabras fueron boleros porque mi vieja siempre cuenta que como por aquella época leyó un artículo del Reader´s Digest en el que recomendaban poner música clásica a los bebés desde antes de nacer ella lo cumplió al pie de la letra aunque lo alternaba con boleros, y no solo me los hacía escuchar sino que además me los cantaba porque las canciones de cuna le parecían demasiado sosas. Es decir que las primeras palabras que oí, aparte de las de la familia, fueron de Agustín Lara, José Alfredo Jiménez, Armando Manzanero y Pedro Infante, entre otros, y esas grandes historias de amor, de gente que sabía que cuando se quería de veras era imposible vivir tan separados, que le suplicaba a un reloj que no marcara las horas porque al día siguiente uno de los dos tendría que irse y que tenía la certeza que solamente una vez se ama en la vida. Así estoy.
lunes, 6 de mayo de 2019
Nada y todo
Es decir que no tengo nada pero lo tengo todo.
viernes, 3 de mayo de 2019
Manos entrelazadas
Fue allá por 1978, mis padres habían tenido una crisis matrimonial y aunque la habían solucionado seguían un poco distanciados. A los 12 años uno comienza a entenderlo todo, a percibir que algo no anda bien del todo en la familia y se preocupas porque ve a los padres tristones y no sabe qué hacer para remediarlo pero esa noche todo cambió. Habíamos salido para cenar algo a un pueblo vecino, yo caminaba adelante y ellos detrás, era una noche de luna llena y de pronto con el rabillo del ojo, vi el prodigio, el milagro más grande que hasta entonces había visto: la sombra de mis padres caminando tomados de la mano, en silencio, sin decirse nada y diciéndolo todo.
Esa noche fui el chico más feliz de todo el universo, mis padres volvían a estar juntos.
miércoles, 24 de abril de 2019
El árbol
Era un pino y estaba frente a la casa de mi vecina. Quizá medía unos ocho metros pero para mi era enorme y el mejor sitio para arreglar el mundo junto a mi amiga. A los 9 años uno tiene mucho que conversar ,y sobre todo qué pensar, y los adultos suelen ser de poca o nula utilidad porque son incapaces de ver las cosas tal como son y comprender qué es lo más importante del vida.
Sentados en las ramas más altas pasábamos horas hablando de lo que queríamos ser cuando fuéramos grande o de lo bueno que sería ir un día irnos a vivir Disneylandia. El árbol era nuestro y eso lo sabían perfectamente los otros niños que no se atrevían a subir salvo invitación nuestra pero lo hacíamos de mala gana, para evitar que en casa nos regañaran.
Cualquiera que quisiera hablar con nosotros siempre sabía que estábamos ahí, sentados en el árbol, charlando y oteando el horizonte porque desde esa altura dominábamos todo el panorama y sabíamos perfectamente quien estaba estrenando patines y no nos lo había dicho, o cual padre era el primero en llegar casa. Acabábamos el día llenos de raspones y con las manos llenos de savia pero más que felices de poder ver el sol colarse por entre las ramas del pino, de poder sentir el viento en nuestra piel y de tener un lugar en el que sentirnos libres.
martes, 16 de abril de 2019
Exiliados
En cinco minutos me hice amigo de los recién llegados al barrio. Eran dos chicos que vivían en la segunda planta del edificio y como suele pasar cuando tienes ocho años, en cinco minutos éramos compiches, los mejores amigos del mundo mundial. A mi me intrigaban montones porque hablaban distinto y parecían tristes de solemnidad. La misma impresión me daba su casa: ningún sofá en el que sentarse, ninguna mesa en la que comer, ningún adorno solo maletas, una guitarra en un rincón, una bandera de Chile y un póster de Salvador Allende pegados en la pared. Mi casa tan llena de cosas, tan cálida, y la casa de mis amigos tan fría y vacía, me daba la sensación que algo faltaba en la vida de esos niños y de sus padres de mirada tan melancólica. ¿Qué pasaba con esa familia? Cuando le pregunté a mi vieja, me dijo que no pasaba nada. "Pobrecitos. Es que son exiliados".
Esa fue la primera vez que escuché esa palabra en mi vida y comprendí de inmediato lo que era el exilio: una casa vacía en alguna parte.
Esa fue la primera vez que escuché esa palabra en mi vida y comprendí de inmediato lo que era el exilio: una casa vacía en alguna parte.
lunes, 15 de abril de 2019
La hora de los novios
Por aquella época todos los enamorados de Costa Rica sintonizaban "La hora de los novios" un programa tan cursi como su nombre en el que un locutor con voz dramática leía poemas de Pablo Neruda, ponía canciones románticas horteras de Claudio Baglioni
y atendía al aire llamadas de radioescuchas que entre lagrimones y voz temblorosa declaraban su amor o desamor a esa persona tan especial. Eso lo sabía muy bien Zeanne. A sus 16 años era el símbolo sexual del Instituto por su voluptuosidad, mientras otras chicas a esa edad seguían siendo niñas, era curvilínea y con una melena larga que le daba un aire absoluto de "femme fatale". Todos los chicos suspiraban por ella pero ella -según su mejor amigo- solo suspiraba por mi. Durante mucho tiempo mantuvo estoicamente su amor en secreto hasta que un día se hartó y decidió declararlo en vivo y en directo a todo el territorio nacional llamando al programa para dedicarme una balada romántica. Para la mala suerte de Zeanne yo nunca escuchaba la radio, por lo que no me di me enterado y al día siguiente cuando llegué al colegio pensé que todos estaban locos de remate porque cuando me la topé por el pasillo se puso roja como un tomate y salió corriendo y mis compañeros no paraban de cuchichear y de reírse hasta que uno me contó toda historia. Nunca le dije a ella que no había escuchado la dedicatoria pero tampoco dije nada de nada con lo cual, irónicamente, su amor murió el mismo día que lo declaró y desde ese momento dejó de hablarme para siempre.
viernes, 12 de abril de 2019
Mala compañía
Como nunca me gustó el fútbol y no me importaba en absoluto decirlo frente a mis compañeros de escuela y de colegio siempre me tomaron por un bicho raro. En mis tiempos la prueba absoluta de masculinidad de cualquiera "alfa macho" de 8 o 15 años era que te gustara el fútbol, que supieras "mejenguear" y que los lunes pudieras comentar los partidos del domingo hasta la saciedad. Como me repantinflaba el era incapaz de decir el nombre de cualquier jugador y mucho menos de patear un balón. Así que mis años de estudiante se limitaron a estar en clase de Educación Física perennemente en la banca, cuidando las mochilas de los compañeros, hablando con el que ese día había amanecido enfermo y el resto del día aguantando las indirectas de algunos de mis compañeros sobre lo raro que era yo.
Durante muchos años aguanté el estigma de ser el diferente del grupo hasta que en segundo año de colegio apareció Arnoldo, al que todos hacían a un lado porque era mayor, había repetido el curso, llegaba tarde todos los días, a sus 16 años fumaba, no tenía una novia sino dos, respondía con insolencia a cualquiera y, lo que más me gustaba, trataba a todos los compañeros como pringados,era oficialmente el chico malo al que todos evitaban -había toda clase de leyendas sobre él: que si se había escapado del reformatorio, que si lo habían echado de tres colegios, que si fumaba mariguana- menos yo porque me parecía el único normal de la clase y como se sentaba a mi lado terminamos por hacernos amigos. Aquello fue "mano de santo", los días de bulling se esfumaron, como era amigo del mafioso, los compañeros comenzaron a pensar que yo no era tan ingenuo ni tan afable, ni tan pijo y que más valía tenerme respeto,era peligroso. La mala compañía me salvó.
Durante muchos años aguanté el estigma de ser el diferente del grupo hasta que en segundo año de colegio apareció Arnoldo, al que todos hacían a un lado porque era mayor, había repetido el curso, llegaba tarde todos los días, a sus 16 años fumaba, no tenía una novia sino dos, respondía con insolencia a cualquiera y, lo que más me gustaba, trataba a todos los compañeros como pringados,era oficialmente el chico malo al que todos evitaban -había toda clase de leyendas sobre él: que si se había escapado del reformatorio, que si lo habían echado de tres colegios, que si fumaba mariguana- menos yo porque me parecía el único normal de la clase y como se sentaba a mi lado terminamos por hacernos amigos. Aquello fue "mano de santo", los días de bulling se esfumaron, como era amigo del mafioso, los compañeros comenzaron a pensar que yo no era tan ingenuo ni tan afable, ni tan pijo y que más valía tenerme respeto,era peligroso. La mala compañía me salvó.
jueves, 11 de abril de 2019
Bailando se entiende la gente

Como quien es buen bailarín suele ser buen amante, y no viceversa, para desgracia de muchos, en el baile se pone todo el empeño para no defraudar, y cada movimiento se transforma en una metáfora del amor: primero, un intercambio de miradas para saber hasta dónde podemos llegar; luego, un lento acercamiento hasta sentir los latidos del corazón del otro; después, el vaivén de los cuerpos, y finalmente, si se tiene suerte, el inicio de algo tan imprevisto como la historia del mundo. En mi pueblo decimos que para ser felices, las parejas deberían hablar menos y mover más el esqueleto, que bailando se entiende la gente.
martes, 9 de abril de 2019
Breve historia de amor
Se conocieron como se conocían los corazones usados por aquellos tiempos, por un escueto anuncio de 200 caracteres en el Segunda Mano en el que no se prometía nada pero se esperaba todo. Acudieron puntuales a la cinta con apenas referencia el uno del otro más que estatura, color de ojos y algún clave para reconocerse "iré con chaqueta azul", "yo con mochila roja", se reconocieron con la misma rapidez que se reconocen los náufragos de un mismo barco, recorrieron las tabernas de la ciudad, y a la tercera copa de vino perdieron la cuenta de cuantos llevaban , fumaron nerviosamente sin parar mientras no cesaban de mirarse a los ojos y de contarse cosas que solo se cuentan a quien no se piensa volver a ver en la vida, a la despedida un abrazo y un "¿Nos volvemos a ver? y un "Claro que si", pronunciado con escepticismo, un breve SMS al día sigueinte y una nueva cita en el que los dos eran ya "viejos" conocidos, de nuevo las confidencias y las palabras que se dicen a quienes esperamos volver a ver durante mucho tiempo. 200 caracteres, quince años, 180 meses, 5475 días de idas y venidas y el portazo final de uno que dijo "hasta aquí" y de otro que al que no le quedó más remedio que olvidar para siempre.
lunes, 8 de abril de 2019
Mi abuela y la TV
Cuando mi abuela veía la tele, el espectáculo era ella. Si había una persecución policial jaleaba a los defensores de la ley Cuando mi abuela veía la tele, el espectáculo era ella. Si había una persecución policial jaleaba a los defensores de la ley "¡Corran, que si no se les escapa...está escondido en la bodega!" y cuando lo atrapaban aplaudía con satisfacción: "¡Que bien, todo sapo muere estripado!" Durante los telediarios si salía Margaret Thatcher o Golda Meir movía la cabeza en gesto afirmativo y daba golpecitos en la mesa, "¡Sí señor, eso es lo que hay que hacer y punto!" Si por el contrario salía un político que le caía mal solía proferir algún insulto "Viejo más mentiroso, usted es un sinverguenza" o si salía algún grupo musical hacía el ademán de ponerse a bailar y movía las manos con alegría. Cuentan que la vez que participé en un debate en TV -la cosa más surrealista que he hecho en mi vida- durante las dos horas mi abuela no se levantó de la silla y cada vez que hablaba mi contrincante golpeaba la mesa "¿Pero que se cree ese traspalmejas hablándole así a mi nieto?" y cuando yo lo rebatía, no paraba de aplaudir con orgullo. Mi abuela vivía la televisión. A lo mejor por eso es que cada vez que veo a la gente frente al TV sin hablar, sin decir ni mú, mirando atentamente con gesto serio, siento que nos hemos vuelto muy aburridos y que al universo y a la vida les hace falta algo: les falta mi abuela.
miércoles, 13 de febrero de 2019
Carlitos
Desde los cinco
años tenía claro que tenía que no podía darse el lujo de jugar como los otros
niños. Como era "pobre", como el mismo decía, no tenía más remedio
que acompañar a su madre mientras limpiaba casas a limpiar casas ajenas.
Mientras su vieja fregaba suelos, él se dedicaba a sacudir, a limpiar vidrios o
hacer cualquier trabajito para que le dieran unas monedas demás. Así fue como
conocí a Carlitos, acompañando y asistiendo a su vieja mientras limpiaba la
casa de mis padres y correteando conmigo por el barrio.
La verdad que era
un chiquillo rubio encantador y divertido, con esa voz de soprano que mantuvo
hasta los 15 años y de la que él era el primero en reírse -"¡Qué vocecita la
mía!"- era el alma de la fiesta, siempre feliz y encantado de estar con
nosotros al punto que siempre decía que si algún día se sacaba la lotería lo
primero que haría sería comprarle una casota "Madrina", mi madre, y
otra más pequeñita para él, "¿Se imagina que bonito?", decía con un
brillo en sus ojos traviesos.
Durante muchos
años nos visitó religiosamente cada semana pero fue crecer para comenzar a
espaciar más y más las visitas. Lo único que sabíamos por referencias era que
no paraba de trabajar en restaurantes, fábricas y en cuanta cosa hiciera falta
y que "llevaba una mala vida", según su madre. Nosotros en cada
visita lo veíamos más serio, ya no se
reía con esa risa cristalina, ni decía ocurrencias, tenía ese aire melancólico
de quienes han sufrido más de la cuenta y según decía no paraba de enfermarse.
Fue así como por
vez primera escuchamos hablar del HIV, entonces una enfermedad mortal casi desconocida
y de la que se tenía muy poca información. Ante la pregunta nuestra de cómo había
que tratarlo porque no sabíamos nada de nada, mi madre fue contundente: "¡Pues con
más cariño que de costumbre! ¿que otra cosa va a ser?"
Siguió
visitándonos hasta que no tuvo fuerzas para levantarse. El último
recuerdo que tengo es la sonrisa que nos dedicó cuando entramos a la habitación
en la casa de la señora que lo cuidaba y las palabras con las que nos recibió mientras nos cogía de la mano:
"¡Ay pero que bonito, si son mis hermanitos!". Carlitos murió poco tiempo después...y yo lo lloré como suelo llorar
mis pérdidas, de a poquitos pero durante mucho tiempo pensando en que pocas
veces -o nunca- sabemos lo que realmente significamos en la vida de otra gente,
para ese chiquillo rubio de la voz de soprano no éramos unos conocidos más o
los patrones de su madre, siempre fuimos su familia.
martes, 5 de febrero de 2019
Nunca me olvides
Fue en el Supermercado, un día cualquiera, cuando él la miró fijamente preguntándole quien era. En un primer momento ella creyó que se trataba de una broma, a lo largo de 40 años de matrimonio su marido a menudo le gastaba alguna broma para hacerla sonreír -"es que estás más guapa cuando te enfadas"-sin embargo esta vez fue diferente, había algo en su mirada y en su voz completamente distinto, no rompió en una carcajada ni le dio un abrazo travieso, caminó desorientado por el pasillo mientras ella lo perseguía, "Cariño, ¿a donde vas? Soy tu esposa", mientras él repetía con insistencia en que había perdido el camino a casa. Aquello fue tan solo el principio de una cadena de despistes a los que el médico, dos semanas después , puso nombre: "su marido tiene Alzheimer".
A ella le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo, a los 75 años se es demasiado joven para olvidar una vida y sobre todo una historia de amor. El primer beso, la luna sobre el mar en la Luna de Miel, el minúsculo apartamento de recién casados, los bailes de fin de año (cómo bailaban), la llegada de los hijos, las cálidas tardes de verano en la playa, las despedidas cuando él se marchaba a trabajar a otra ciudad, la alegría del reencuentro, la ilusión del primer nieto...toda una vida a punto de esfumarse.
Habían prometido amarse toda la vida y no olvidarse nunca y ahora precisamente él estaba a punto de hacerlo...
A ella le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo, a los 75 años se es demasiado joven para olvidar una vida y sobre todo una historia de amor. El primer beso, la luna sobre el mar en la Luna de Miel, el minúsculo apartamento de recién casados, los bailes de fin de año (cómo bailaban), la llegada de los hijos, las cálidas tardes de verano en la playa, las despedidas cuando él se marchaba a trabajar a otra ciudad, la alegría del reencuentro, la ilusión del primer nieto...toda una vida a punto de esfumarse.
Habían prometido amarse toda la vida y no olvidarse nunca y ahora precisamente él estaba a punto de hacerlo...
lunes, 14 de enero de 2019
Una canción para mi abuela
Daba igual lo que
estuviera haciendo o que estuviese en mitad de una conversación, cuando mi
abuela escuchaba Anillo de Compromiso el mundo parecía detenerse y
ella parecía perderse en sus recuerdos. Sonreía y movía la cabeza con una
ternura infinita como quien acaricia recuerdos y revive por un segundo un pasado lejano. Mi
abuelo, como mucha gente de su época, fue un pobre de solemnidad que hasta el
último día de su vida aseguró que había conocido a Anita, mi abuela, en un sueño...fue
ver a esa chica guapa paseando por el Parque Central para saber que era ella,
el gran amor de su vida. Y como mi abuelo era de los que creía que cuando el
destino decide a los mortales no nos toca más que obedecer, a los tres meses la
boda se celebró. Aquello fue el inicio de una historia de idas y venidas, de
ocho retoños, de pobrezas y riquezas, de un porvenir dibujado un mantel de
cocina y de muchos veranos entre árboles de mango y de guayaba y la certeza de
tenerse el uno al otro para siempre a pesar de las ausencias, una vida que
parecía evocar en los dos minutos de una canción.
lunes, 7 de enero de 2019
La madre suicida
A los ocho años,
Juanito, mi compañero de Escuela ya no daba más de sí, todos los lunes llegaba
a la Escuela tristón, pensativo y ojeroso. Durante meses yo pensaba que mi
amigo estaba aquejado de una terrible enfermedad y le tenía toda la
consideración y estima que se le tiene a quienes van a dejar este mundo en
breve hasta que un día me confesó que su madre padecía de depresiones y a
menudo intentaba suicidarse. Al parecer no escatimaba esfuerzos en todos sus intentos, y fin de semana de por
medio se tomaba un cóctel de pastillas, intentaba ahorcarse, se cortaba las
venas y hacía lo imposible por poner fin a su vida.
A mi en lo
personal, como amigo de Juanito, me importaba un comino que la señora cayera
fulminada por un rayo pero me parecía injusto que el pobre chico viviera un eterna
pesadilla, en una constante zozobra y más me enfadaba que los compañeros se
burlaran de él porque lloraba por cualquier cosa, en el fondo yo sabía que mi
amigo era más valiente que ninguno porque a su tierna edad, mientras su
progenitora estaba en el hospital o sedada en casa, él tenía que apañárselas
para prepararse la comida, planchar el uniforme y luchar por tener una vida
normal como si nada pasara.
Juanito, que era
una eminencia en muchas cosas, era un fan de la película "El Mago de
Oz". Podía pasarse horas de horas hablando de la historia y de cómo
Dorothy era una tonta de cuidado porque pudiendo quedarse en la Ciudad
Esmeralda siendo feliz con sus amigos había escogido regresar a su casa en
Kansas. "¿Quien la entiende?" me se decía mirándome detrás de esas
gafotas, "yo ni loco vuelvo".
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