Daba igual lo que
estuviera haciendo o que estuviese en mitad de una conversación, cuando mi
abuela escuchaba Anillo de Compromiso el mundo parecía detenerse y
ella parecía perderse en sus recuerdos. Sonreía y movía la cabeza con una
ternura infinita como quien acaricia recuerdos y revive por un segundo un pasado lejano. Mi
abuelo, como mucha gente de su época, fue un pobre de solemnidad que hasta el
último día de su vida aseguró que había conocido a Anita, mi abuela, en un sueño...fue
ver a esa chica guapa paseando por el Parque Central para saber que era ella,
el gran amor de su vida. Y como mi abuelo era de los que creía que cuando el
destino decide a los mortales no nos toca más que obedecer, a los tres meses la
boda se celebró. Aquello fue el inicio de una historia de idas y venidas, de
ocho retoños, de pobrezas y riquezas, de un porvenir dibujado un mantel de
cocina y de muchos veranos entre árboles de mango y de guayaba y la certeza de
tenerse el uno al otro para siempre a pesar de las ausencias, una vida que
parecía evocar en los dos minutos de una canción.
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