La culpa fue del señor al que le dio por morirse una madrugada cuando lo pusieron en mi sitio en el hospital la vez que estuve ingresado y a mi me movieron a otra habitación sin que se percataran mis compañeros de habitación con los que había trabado una amistad entrañable, por aburrimiento acabábamos por contárnoslo todo y tomarnos cariño como me pasó con el señor al que se movió el marcapaso y a todo el mundo se lo enseñaba orgulloso: "Mire donde lo tengo, casi en el hombro...sino me lo arreglan ya termina en la espalda" mientras yo lo regañaba pero por congoja. Mi pobre sustituto en la habitación duró lo que me dura a mi una copa de vino, murió a las dos horas de haber llegado a la habitación mientras todos mis amigos dormían profundamente con lo que a la mañana siguiente se encontraron con una cama vacía y una enfermera recogiendo sábanas con tristeza, "sí el pacientico de aquí se murió en la noche, no aguantó". Mis amigos no lo podían creer, cómo me había muerto yo así tan de repente cuando en la noche había estado haciendo bromas y se me veía tan entero, como siempre me decían. Fue en medio de aquel duelo y del corrillo que se había hecho en la habitación cuando aparecí yo sonriente, más vivo que nunca, con una toalla y el cepillo de dientes en la mano preguntando que de qué estaban hablando tan compungidos y adoloridos. Creo que las carcajadas se oyeron en todo el hospital.
martes, 14 de mayo de 2019
domingo, 12 de mayo de 2019
El loco de turno
Viniendo una noche de Tel Aviv al pueblo donde viví unos meses -a medio camino de Jerusalem- de repente en el bus un señor al otro lado del pasillo y en la parte de atrás comenzó hablar dando voces mitad en hebreo y en ruso, al principio creí que venía hablando solo, que era el loco de turno, pero me di cuenta que me estaba hablando a mi -Atá, ken atá (Tú, si, tú) - en forma muy vehemente, yo me hice el desentendido pero pasó hablando todo el camino.
El momento más escalofriante llegó cuando tenía que bajarme porque el señor se bajó también y empezó a caminar detrás mío dando voces, en un pueblo perdido de Medio Oriente y con la calle vacía eso no presagia nada bueno y más bien parece una escena de "Chuky en Tierra Santa". Salí huyendo despavorido por la calle, dando alaridos, llegué al edificio casi sin respirar, subí al apartamento y puse todos los cerrojos. Al día siguiente cuando abrí la puerta me encontré al señor limpiando el pasillo: era el nuevo conserje y probablemente lo que quería la noche anterior es que lo ayudara a cargar la caja que traía.
El loco de turno fui yo.
El momento más escalofriante llegó cuando tenía que bajarme porque el señor se bajó también y empezó a caminar detrás mío dando voces, en un pueblo perdido de Medio Oriente y con la calle vacía eso no presagia nada bueno y más bien parece una escena de "Chuky en Tierra Santa". Salí huyendo despavorido por la calle, dando alaridos, llegué al edificio casi sin respirar, subí al apartamento y puse todos los cerrojos. Al día siguiente cuando abrí la puerta me encontré al señor limpiando el pasillo: era el nuevo conserje y probablemente lo que quería la noche anterior es que lo ayudara a cargar la caja que traía.
El loco de turno fui yo.
viernes, 10 de mayo de 2019
Boleros
Dicen que la primera información que recibimos del mundo viene de nuestras madres, de los secretos que nos susurraron cuando estábamos por nacer y esas cálidas palabras que nos decían cuando nos acunaban. En mi caso, más que palabras fueron boleros porque mi vieja siempre cuenta que como por aquella época leyó un artículo del Reader´s Digest en el que recomendaban poner música clásica a los bebés desde antes de nacer ella lo cumplió al pie de la letra aunque lo alternaba con boleros, y no solo me los hacía escuchar sino que además me los cantaba porque las canciones de cuna le parecían demasiado sosas. Es decir que las primeras palabras que oí, aparte de las de la familia, fueron de Agustín Lara, José Alfredo Jiménez, Armando Manzanero y Pedro Infante, entre otros, y esas grandes historias de amor, de gente que sabía que cuando se quería de veras era imposible vivir tan separados, que le suplicaba a un reloj que no marcara las horas porque al día siguiente uno de los dos tendría que irse y que tenía la certeza que solamente una vez se ama en la vida. Así estoy.
lunes, 6 de mayo de 2019
Nada y todo
Es decir que no tengo nada pero lo tengo todo.
viernes, 3 de mayo de 2019
Manos entrelazadas
Fue allá por 1978, mis padres habían tenido una crisis matrimonial y aunque la habían solucionado seguían un poco distanciados. A los 12 años uno comienza a entenderlo todo, a percibir que algo no anda bien del todo en la familia y se preocupas porque ve a los padres tristones y no sabe qué hacer para remediarlo pero esa noche todo cambió. Habíamos salido para cenar algo a un pueblo vecino, yo caminaba adelante y ellos detrás, era una noche de luna llena y de pronto con el rabillo del ojo, vi el prodigio, el milagro más grande que hasta entonces había visto: la sombra de mis padres caminando tomados de la mano, en silencio, sin decirse nada y diciéndolo todo.
Esa noche fui el chico más feliz de todo el universo, mis padres volvían a estar juntos.
miércoles, 24 de abril de 2019
El árbol
Era un pino y estaba frente a la casa de mi vecina. Quizá medía unos ocho metros pero para mi era enorme y el mejor sitio para arreglar el mundo junto a mi amiga. A los 9 años uno tiene mucho que conversar ,y sobre todo qué pensar, y los adultos suelen ser de poca o nula utilidad porque son incapaces de ver las cosas tal como son y comprender qué es lo más importante del vida.
Sentados en las ramas más altas pasábamos horas hablando de lo que queríamos ser cuando fuéramos grande o de lo bueno que sería ir un día irnos a vivir Disneylandia. El árbol era nuestro y eso lo sabían perfectamente los otros niños que no se atrevían a subir salvo invitación nuestra pero lo hacíamos de mala gana, para evitar que en casa nos regañaran.
Cualquiera que quisiera hablar con nosotros siempre sabía que estábamos ahí, sentados en el árbol, charlando y oteando el horizonte porque desde esa altura dominábamos todo el panorama y sabíamos perfectamente quien estaba estrenando patines y no nos lo había dicho, o cual padre era el primero en llegar casa. Acabábamos el día llenos de raspones y con las manos llenos de savia pero más que felices de poder ver el sol colarse por entre las ramas del pino, de poder sentir el viento en nuestra piel y de tener un lugar en el que sentirnos libres.
martes, 16 de abril de 2019
Exiliados
En cinco minutos me hice amigo de los recién llegados al barrio. Eran dos chicos que vivían en la segunda planta del edificio y como suele pasar cuando tienes ocho años, en cinco minutos éramos compiches, los mejores amigos del mundo mundial. A mi me intrigaban montones porque hablaban distinto y parecían tristes de solemnidad. La misma impresión me daba su casa: ningún sofá en el que sentarse, ninguna mesa en la que comer, ningún adorno solo maletas, una guitarra en un rincón, una bandera de Chile y un póster de Salvador Allende pegados en la pared. Mi casa tan llena de cosas, tan cálida, y la casa de mis amigos tan fría y vacía, me daba la sensación que algo faltaba en la vida de esos niños y de sus padres de mirada tan melancólica. ¿Qué pasaba con esa familia? Cuando le pregunté a mi vieja, me dijo que no pasaba nada. "Pobrecitos. Es que son exiliados".
Esa fue la primera vez que escuché esa palabra en mi vida y comprendí de inmediato lo que era el exilio: una casa vacía en alguna parte.
Esa fue la primera vez que escuché esa palabra en mi vida y comprendí de inmediato lo que era el exilio: una casa vacía en alguna parte.
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