domingo, 18 de octubre de 2009

Las cuñadísimas

Notición del año: las Infantas no soportan a Letizia. El País nos despertaba este 19 de octubre con esa “jugosa” información, algo que pasa en todas las familias del mundo y especialmente en las más reales donde las cuñadas son cuñadísimas, señoras y princesas de su hogar.

La historia tiene mucho de trivial y cotidiana y mucho de culebrón latinoamericano: chica de clase obrera, nieta de taxista y periodista –peor imposible- conoce al príncipe –nunca mejor de dicho- de sus sueños, se casa y viven felices para siempre para disgusto de las cuñadas que ven con recelo como la recién llegada poco a poco las va desplazando hasta convertirlas en una anécdota de la prensa del corazón. Y ser desplazado a nadie le gusta, duele y mucho, sobre todo porque ya se sabe que al final reina solo habrá una, le pese a quien le pese.

Yo en lugar de las Infantas en lugar de marginarme discretamente, me abriría paso a codazo y a la menor ocasión trataría de arreglar las cosas como se deben arreglar todas las intrigas en las familias de verdad, al estilo Krystle y Alexis Carrington, es decir a gritos y a golpes en la Zarzuela. Menos mal que ellas son la mar de diplomáticas, la posibilidad de que el vulgo observe alguna escenita o al menos un pisotón “involuntario” de una de las infantas a la princesa en acto público, está descartado…de momento porque por la foto pareciera que doña Elena no solo lo está pensando seriamente sino que además está tratando de convencer a su hermana en plan "¿Has visto la cara que tiene? ¡Venga solo un empujoncito!".

sábado, 3 de octubre de 2009

Nada amarga más que el buen humor

Nada amarga más que el buen humor. Y eso lo comprobé empíricamente, como debe hacerse con todas las cosas de la vida para hablar con la autoridad que solo confiere la experiencia. Y dicho esto paso a confesar mi “traumática” experiencia: durante dos años trabajé en un programa de humor y eso no es ningún chiste. Se trataba de una fórmula en lo que lo básico era transmitir al público ese “buen rollito” tan necesario para enfrentar los baches de la vida, como reza la publicidad de los libros de autoayuda, esos que también dicen que hay que “pensar positivamente y sonreír con amabilidad” aunque estén a punto de fusilarnos.

“¡Divertidísimo! ¡Hilarante! ¡Disparatado!” No, no se referían a una comedia de Mel Brooks, eran algunas de las cosas que la gente me soltaba cuando contaba a lo que me dedicaba, sin lugar a dudas tenía el trabajo más feliz de España y el resto del mundo pero no me sentía ni lejanamente feliz. Tanto buen humor, tanta felicidad, tanto buen rollito tanto de tanto que al final yo, optimista contumaz y hombre de risa fácil terminé con el alma en pena, totalmente deprimido como chico de pompas fúnebres. Ahí descubrí que el buen humor no solo amarga sino que enferma porque al poco tiempo acabé en el hospital. Los médicos me sometieron a mil pruebas y ninguno pudo diagnosticar nunca el origen de mis males pero yo sí…exceso de felicidad.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Mi primera vez

Las primeras veces siempre son inolvidables. Yo por ejemplo a menudo recuerdo mi debut. Fue al final de la tarde un viernes de 1993, al cierre de edición de un periódico en el que trabajaba, estaba tratando de terminar un reportaje sobre Clinton cuando una maquetadora se acercó y con gran sigilo me dijo “creo te puedo dar lo que necesitas”. De inmediato me levanté y corrí hasta el departamento de diseño. Ahí con el más absoluto misterio advirtió “si los jefes nos pillan estamos despedidos”, mientras me contaba que era su primera vez y que se trataba tan solo de una excepción, “hasta el momento solo lo ha probado el director”.

Dicho esto y en medio del mayor misterio nos sentamos frente al ordenador, digitó una clave y el primitivo módem comenzó a emitir unos extraños ruidos. “Nos estamos conectando” y se puso a explicarme lo que estábamos haciendo: “Vía teléfono vamos a acceder a los archivos de la biblioteca del Congreso de Estados Unidos para buscar la imagen que necesitamos”. Aquello me dejó atónito y empecé a preocuparme que estuviéramos haciendo algo ilegal, me parecía cosa de espías andar cotilleando por los archivos de instituciones sin ninguna autorización. Por fin, cuando yo ya empezaba a sudar a chorros del agobio que tenía apareció en pantalla un magnífico infográfico de la trayectoria política de Bill Clinton, justo lo que necesitaba. “Lo dejo descargando, mañana lo tendremos”, me dijo con aire triunfal al despedirse.

Llegué a casa perplejo. Con incredulidad mis padres escucharon mi historia con todo lujo de detalles y de cómo en cuestión de minutos habíamos “entrado” al Congreso de EE.UU. “Eso suena a delito, ¡mucho cuidado!” sentenció mi hermana la juez mientras cenábamos y me hacía prometerle que no volvería hacerlo nunca más.

Así fue mi primera experiencia con Internet.

sábado, 19 de septiembre de 2009

La vida a dos manos

Cuando uno es adolescente los padres nos parecen lejanos y nos avergonzamos un poco de ellos. Cuando uno es viejo los padres nos parecen parte de nosotros mismos y nos enternecen hasta la médula. Cada vez que voy a mi pueblo, una vez al año, me encanta observar esa complicidad que en cincuenta años de relación han ido tejiendo, pueden pasar horas sin dirigirse la palabra pero uno intuye que en cada gesto, que en cada mirada algo se están comunicando…vaya a saber que estarán “pensándose” pero en tema de enamorados es mejor no inmiscuirse y es que después de jubilados mi padre reconoció que “habían vuelto a ser novios”.

Su historia de amor es simple: ella, dependienta de farmacia que todos los días pasa a toda prisa por el Cuerpo de Bomberos. Él, joven bombero que la mira embelesado y piensa que es la chica más guapa del mundo y que hay que invitarla a salir. Ella que se resiste durante meses y huye por la puerta trasera cada vez llega el “gordo” con flores a esperarla a la salida del trabajo. “Es que era un pesado, insistía demasiado”, dice mi madre con una sonrisa de coqueta adolescente. “Y menos mal que lo hice”, le responde mi padre con aire triunfador. Ella se da por vencida, acepta esa primera cita y así inician esa vida a dos manos, como decía el maestro Benedetti, que los ha llevado por encuentros y desencuentros, por enfermedades, abundancia (casi nunca), problemas económicos (casi siempre), triunfos y fracasos.

¿Quién iba a decir que iban a llegar tan lejos? Pienso cada vez que los veo caminar de la mano cada vez más lentamente. Me gusta caminar detrás de ellos, saber que soy parte de su historia…

domingo, 6 de septiembre de 2009

Cualquier tiempo pasado no fue mejor

Mi abuela adoraba la vida moderna. Eso lo recordé hace unos días cuando la lavadora de casa de buenas a primeras decidió "jubilarse" y pasé una hora lavando ropa a mano y pensando en las comodidades de la vida moderna y en cómo mi abuela era capaz de pillarse un cabreo si alguien se atrevía a decir que "cualquier tiempo pasado fue mejor". "¿Cómo la gente se atreve a decir esas cosas" Solía preguntarse y a continuación hacía un repaso por su larga vida de privaciones y de trabajo arduo para crear ocho hijos en medio en medio de crisis económicas, guerras y de enfermedades. "¿Cómo va a ser mejor levantarse a las cinco de la mañana para preparar el almuerzo del marido y de los hijos mayores que ya trabajaban? ¿Cómo va a ser mejor tener que cargar a tu niño en brazos hasta el hospital porque se muere de asma, los caminos son de tierra y el hospital más cercano está a cuatro kilómetros?¿Cómo va ser mejor cargar la ropa hasta un río, lavar durante horas de horas y repetir el mismo ritual día tras día?" comentaba con vehemencia y así echaba abajo cualquier añoranza del pasado. Para ella la vida moderna era una maravilla y aprovechaba la mínima ocasión para elogiar los electrodomésticos, los coches, los aviones y cuanto invento hiciera mejor la vida de la gente. "Ahora se vive mejor y punto"solía decir como conclusión para que nadie se atreviera a contradecirla.

Y la verdad abuela que en eso tambien tenías razón.

martes, 18 de agosto de 2009

Mi balón y yo

Yo también tuve un balón (y de baloncesto). Para muchos no es ninguna hazaña, ni siquiera digno de mención porque a lo largo de su vida tienen bolas a montones de todos los colores y tamaños pero yo solo tuve uno (y de baloncesto). Nada raro para alguien que como yo de niño tenía fama de “intelectual” me regalaban libros, coches, aviones, legos, libros, patines pero a nunca nada relacionado con deportes y menos un balón (y de baloncesto). Llegó a mi vida de la forma más singular del mundo, gracias a un concurso escolar de trajes regionales que como primer premio daban el susodicho balón.

Yo para ser sincero le llevaba más ganas al premio de consolación, una caja de galletas de chocolate, pero quiso la vida que a los once años me ganara el juguete más exótico que he tenido para disgusto de Perera, eternamente gilipollas, cuya madre se había currado el traje en forma impecable con la esperanza de que su retoño como de costumbre se luciera. Menos mal que la “seño” decidió echarlo a suertes y el agraciado resultó ser este servidor que la víspera, el solito, se las había apañado para improvisar un traje.

Fue mi primera y única victoria frente a Perera pero me bastó con ver su cara y sus lágrimas de cocodrilo cuando me dieron el balón para sentirme el chaval más feliz de la tierra aunque no tuviera la mínima idea de cómo usar un balón y menos de jugar baloncesto. Aquel balón estuvo en mi vida durante más de cinco años, la mayoría en el armario porque, todo hay que decirlo, nunca supe qué hacer con él. Para mi la única utilidad que tenía era recordarme mi triunfo frente al “pesao” de la clase fuera de eso no lo encontraba ninguna utilidad a un balón (y de baloncesto).

miércoles, 29 de julio de 2009

Química y Física

Juanita. Así se llamaba y estoy seguro que todos los que estuvimos en el instituto nos acordamos de ella. Era la profesora de Química y el mito erótico en el alumnado: treinta y pocos, rubia platinada, cuerpo de escándalo, divorciada y una habilidad única para hablar de sexo en clase. Ella se las ingeniaba para, a propósito de la tabla periódica, hablar de la inexplicable atracción dos cuerpos, del intercambios de flujos y de lo importante era que “hacerlo bien, con ganas y responsablemente”. Cuando hablaba del tema los chicos nos poníamos rojos como un tomate, las chicas intercambian miradas reprobatorias y ella tan campante seguía con la clase: “Alguien puede decirme ¿cuál es el número atómico del Samario?” Silencio absoluto en clase, todo el mundo en otro planeta pero a ella no le importaba. Así era Juanita.

Como la vida es cruel después de Juanita tocaba la clase de Física con la profesora Lidiette que no era, para decirlo elegantemente, tan agraciada como su antecesora y el que sus clases se programaran después de las de química siempre nos pareció una broma macabra del director. Treinta y muchos aparentando cincuenta, morena, cabello cortísimo, delgada tirando a escuálida, hortera, eternamente amargada y fama de que en su curso nadie aprobaba. En su clase solo se hablaba de vectores, de las leyes de Newton, de la relatividad pero nunca de sexo. Las dos horas transcurrían entre el tedio, la monotonía y los suspiros de resignación de todos los que pensábamos que el mundo sería distinto poblado de Juanitas.

¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...