Mi balón y yo

Yo para ser sincero le llevaba más ganas al premio de consolación, una caja de galletas de chocolate, pero quiso la vida que a los once años me ganara el juguete más exótico que he tenido para disgusto de Perera, eternamente gilipollas, cuya madre se había currado el traje en forma impecable con la esperanza de que su retoño como de costumbre se luciera. Menos mal que la “seño” decidió echarlo a suertes y el agraciado resultó ser este servidor que la víspera, el solito, se las había apañado para improvisar un traje.
Fue mi primera y única victoria frente a Perera pero me bastó con ver su cara y sus lágrimas de cocodrilo cuando me dieron el balón para sentirme el chaval más feliz de la tierra aunque no tuviera la mínima idea de cómo usar un balón y menos de jugar baloncesto. Aquel balón estuvo en mi vida durante más de cinco años, la mayoría en el armario porque, todo hay que decirlo, nunca supe qué hacer con él. Para mi la única utilidad que tenía era recordarme mi triunfo frente al “pesao” de la clase fuera de eso no lo encontraba ninguna utilidad a un balón (y de baloncesto).
Comentarios