domingo, 18 de mayo de 2008

Insultos a la carta

Si un extraño me insulta en la calle me descojono de risa porque nunca he podido entender esa manía que tiene mucha gente de insultar a ilustres y pobres desconocidos. Como los buenos culebrones latinoamericanos bien nos han enseñado solo nos pueden insultar y ofender correctamente quienes conocen nuestros secretos: que a la sufrida protagonista su verdadera madre le diga que es una “regalada” (“una cualquiera” en castellano ibérico de toda la vida) es algo que puede traumatizar a la heroína y hacer sufrir a los telespectadores durante varios capítulos, pero que en el autobús alguien la insulte por un simple pisotón solo puede ser utilizado en la trama para confirmar la bondad de la víctima y los malos malísimos que son los demás. Después del corte de publicidad nadie se acordará de ese incidente ni de la cara del figurante que insultaba, y Yajaira Patricia, o como se llame, seguirá sufriendo por el amor imposible de Carlos Emilio. Toda una filosofía que ha marcado mi vida y que explica porque ante las ofensas en la calle siempre me río, sobre todo porque algunos son tan chapuzas que por querer insultar lanzan piropos como la vez que tras darle un empujón en el metro a una señora me gritó con clara intención de insultar y ofender: "hay que ver como sois los latinoamericanos, venis a España y como sois guapos y sexys os creis lo reyes del mambo". ¡Así da gusto que te insulten!

Publicada en Si se puede

viernes, 9 de mayo de 2008

Muerte o locura

¿Qué haría si me sacara la lotería? Morirme o volverme loco de felicidad. Solo cabrían esas dos opciones si me ocurriera algo tan insólito e extraordinario como ganarme el gordo de la lotería porque digan lo que digan, nadie puede pasar de la noche a la mañana de pobre a rico y seguir viviendo como si nada. Algo tiene que pasarte y una de las opciones es que te mueras de felicidad. Si eso sucediera me moriría con la pícara sonrisa de quien se salió “con la suya” y para decepción de mis herederos invertiría toda mi fortuna en pagarme un funeral como Dios manda, con plañideras orquesta sinfónica incluida y una lápida que dijera “Nació en cuna de paja y murió en tumba de oro”.

Por supuesto que también estaría una posibilidad menos trágica y que simplemente me volviera loco de alegría, algo absolutamente normal en mi pueblo donde la gente queda “pa allá” siempre que le dan una buena noticia (a las penas estamos muy bien acostumbrados). Como la felicidad hay que compartirla dedicaría mi dinero a fundar sambódromos en lugar de escuelas en todas las ciudades de España para que todo el mundo aprendiera a mover el esqueleto y se pasara las horas enteras bailando conmigo y compartiendo mi locura.

Columna Publicada en "Si se puede"

lunes, 5 de mayo de 2008

La vez que descubrí España

Tenía la sensación de haber llegado al país más exótico del mundo sobre todo después de que buscando una carnicería entrara al Museo de Jamón y viera a la gente tomándose su cafetín con toda la tranquilidad en medio de jamones, chorizos y charcutería me parecía lo más “primitivo” que había visto en mi corta vida así que mi primera conclusión fue que los españoles estaban locos de remate, locos y de mal humor por que había que ver las voces que daban. Como en mi pueblo la gente por lo general suele hablar más pausado y quedo, aunque estén a punto de matarse, tenía la impresión que había llegado a un sitio en el que todos estaban verdaderamente enfadados. Aunque debo reconocer que con lo que más flipaba era con el acento: como todas las películas de romanos que yo había visto de crío las doblaban en España me parecía de coña que todo el mundo hablara aquí como Jesucristo, Herodes y Moisés y cada vez que escuchaba una conversación me costaba trabajo no dejar volar mi imaginación. Menos mal que el tiempo pasó y acabé por acostumbrarme a todo, ahora me parecen más exóticas otras culturas y ya me siento parte del paisaje urbano de Madrid.

Columna publicada en Sí se puede, marzo 2008

lunes, 28 de abril de 2008

Avestruces

Tras dos derrotas electorales consecutivas lo normal es que se cuestione la autoridad del líder, que las bases, a menos que sean masoquistas, empiecen a estar un poco mosqueadas de ir de derrota en derrota — en política la resignación cristiana pasó de moda— y que otros jefazos “desinteresadamente” pidan la jubilación anticipada del perdedor. Es lo más natural del mundo, es el juego de la democracia y los partidos políticos son organizaciones vivas, formadas por personas que al menos en teoría, tienen el legítimo derecho de cuestionar a sus líderes.

Por eso llama la atención que la existencia de divisiones internas en el PP se haya convertido en el “notición del siglo” -como si las discrepancias dentro de un partido político no fueran tan cotidianas como la vida misma- y que sus dirigentes sigan empeñados en presentar a su organización como un bloque monolítico orgánico aglutinado en torno a un único caudillo como si estuviéramos en una época y galaxia muy lejana.

Uno no entiende, por ejemplo, que habría de malo que Esperanza Aguirre reconociera de una vez por todas sus roces con el Alcalde de Madrid y que está francamente interesada en ser el relevo de Rajoy, que otros sectores admitieran sentirse marginados por las últimas decisiones del candidato y que todos juntos (como hermanos) entonaran el “mea culpa” sin ningún complejo y sin temor a parecer demasiado débiles, demasiado democráticos. Es lo menos que pueden hacer por esos 10 millones de electores que los votaron.

jueves, 24 de abril de 2008

Recordar para olvidar

Mientras aquí el PP se pasó toda la campaña electoral acusando al presidente de Gobierno de dedicar demasiado tiempo a temas como la memoria histórica que no interesan a "la gente” —esa masa misteriosa que siempre se invoca para justificar posiciones injustificables —viene ahora el poeta argentino Juan Gelman, ganador del Cervantes de este año, a decirnos precisamente lo contrario, que hay que recordar, que “ya no vivimos en la Grecia del siglo V antes de Cristo en que los ciudadanos eran obligados a olvidar por decreto” como lo han pretendido muchos sectores en su austral país y en esta España nuestra, tan moderna y tan anclada a su pasado aunque no lo quiera.

"Hay recuerdos que no necesitan ser llamados y siempre están ahí y muestran su rostro sin descanso. Es el rostro de los seres amados que las dictaduras militares desaparecieron". Una vez más la voz de poeta nos convoca y nos da ese tirón de orejas que de vez en cuando necesitamos para seguir siendo humanos y saber que estamos en deuda con generaciones anteriores cuyo esfuerzo y sufrimiento no debería ser olvidado en nombre de la democracia, la constitución o el interés de “la gente”.

Eso lo sabe bien Gelman que en 1995 le escribía una desgarradora carta a su nieta desaparecida junto a sus padres durante la dictadura argentina, y que gracias al empeño o “necedad” de los que no quieren olvidar, recuperaría años más tarde:

"Me resulta muy extraño hablarte de mis hijos como tus padres que no fueron. No sé si sos varón o mujer. Sé que naciste...
Ahora tenés casi la edad de tus padres cuando los mataron y pronto serás mayor que ellos. Ellos se quedaron en los 20 años para siempre. Soñaban mucho con vos y con un mundo más habitable para vos. Me gustaría hablarte de ellos y que me hables de vos. Para reconocer en vos a mi hijo y para que reconozcas en mí lo que de tu padre tengo: los dos somos huérfanos de él. Para reparar de algún modo ese corte brutal o silencio que en la carne de la familia perpetró la dictadura militar. Para darte tu historia, no para apartarte de lo que no te quieras apartar. Ya sos grande, dije".


¡Felicidades Maestro!

martes, 15 de abril de 2008

Cotillas

En estos días he pensado mucho en Socorro. Doña Soco, una entrañable vecina de mi barrio que aparte de su afán por servir a los demás se distinguía por ser una cotilla o vina (como dicen en mi pueblo) de vocación: no había acontecimiento alrededor de su casa o a varias manzanas de ella (o a kilómetros a la redonda como decían las malas lenguas) que no se le escapara, donde estaba la noticia ella aparecía “por casualidad” con la compra a cuestas (teníamos la sospecha que su carrito era de utilería y estaba vacío), dispuesta a recabar toda la información posible en tiempo récord. Si por alguna razón las cosas no quedaban claras no tenía inconveniente alguno en hacer una visita a los protagonistas con la excusa de llevarles un caldito o unas galletitas hechas por ella misma y así poder confirmar el notición del siglo y contarlo al resto de los mortales que, dicho de paso, también se morían de ganas por saber lo que había ocurrido.

Como vivíamos enfrente de ella en casa nos acostumbramos a que ante cualquier movimiento “sospechoso” nuestro como meter maletas en el coche, traer un sofá nuevo o la llegada de una visita, la cortina de su salón se movía ligeramente y por una esquina de la ventana aparecían sus ojillos inquisidores, según Soco nadie se daba cuenta pero todos sabíamos que estaba ahí ejerciendo su “derecho a la información” pero no nos importaba, estábamos resignados a vivir en una especie de "Gran Hermano" perpetuo emitido en exclusiva para disfrute de nuestra adorable cotilla.

He pensado mucho en esa vecina porque con la llegada de las redes sociales como My Space, Hi5, los más variopintos blogs y un kilométrico etcétera de plataformas de internet, me he convertido en una especie de versión cibernética de doña Socorro solo que menos generosa y más egoísta: porque todo lo que averiguo no lo comparto con nadie (lo cual atenta contra el principio sagrado del cotilleo: "hay más placer en contar un chisme que en averiguarlo"). Por lo visto la gente se ha vuelto muy confiada y hoy en día cuenta con lujo de detalles aspectos privados de su vida que ni muertos revelarían en persona pero si en el “anonimato” de Internet con un Nick o nombre falso pero siempre acompañados de decenas de fotografías de viajes, fiestas y celebraciones…todo un festín para nosotros los cotillas de la red.

Lo que a Socorro le habría llevado años y arduo trabajo averiguar hoy se puede saber con un simple click en el sitio indicado. Por ejemplo, navegando por la red he descubierto por “casualidad” que la pareja ideal de la facultad, los tortolitos eternos, al final se separó como consta en el perfil de mi ex compañera, que mi vecino que va de duro por la vida lee poesía en sus ratos libres y que busca novia – “a ser posible entre 25 y 30 años”-, que la chica de la farmacia los fines de semana canta jazz, que el instructor de gimnasio colecciona búhos, y que yo desde 1990 debo no sé cuantas pelas a una asociación de estudiantes que tuvo la cortesía de colgar la lista de morosos en su blog.

Así cada vez que visito todos esos maravillosos sitios virtuales en la que la gente lo cuenta todo de todo, pienso en lo inmensamente feliz que sería mi vecina si a sus 75 años decidiera aprender a usar Internet ¡Pobre doña Socorro, no sabe lo que se está perdiendo!

jueves, 3 de abril de 2008

Bombero de los de antes

Mi padre siempre se muere de risa cada vez que le cuento que desde unos años para acá los bomberos se han transformado en objeto erótico y que exhiben sus carnes en revistas y calendarios. Lógico, él fue bombero voluntario durante más veinticinco años y jamás sospechó que esa profesión de típico “pringado” en aquella época tuviera el más mínimo glamour, estaban lejos de ser los superatletas de hoy, se consideraba un trabajo como cualquier otro en el que solo había que ser un poco más valiente que el resto de los mortales para lanzarse a las llamas.

“Valiente y un poco loco” explica mi madre que nunca estuvo muy convencida que mi padre dedicara su tiempo libre a un pasatiempo tan peligroso mientras que los maridos se sus amigas dedicaban el tiempo libre a ver la tele, a lavar el coche o hacer bricolaje. Era ilógico pero acabó por acostumbrarse a ver a mi padre saliendo a horas intempestivas, a las largas esperas y las llegadas felices con el traje oliendo a humo, el casco chamuscado y el brillo en los ojos de quien ha cumplido con su deber. Mi madre resignada, él encantado y yo más: tenía un padre que no era como los demás, que no me daba la tabarra con el fútbol y encima me dejaba jugar con el casco de bomberos (que era de los de verdad y no de plástico como el de los vecinos).

De esa época dorada le quedan muchos recuerdos y el rastro de una severa quemadura en su mano izquierda de la que siempre habla con orgullo como si se tratara de una medalla, la culpa de todo la tuvo una iglesia en llamas y un santo que literalmente se le vino encima a finales de la década del cincuenta. Un injerto de piel, varios días en la UVI y semanas de recuperación lo dejaron “como nuevo” pero no tanto como para que se olvidara de su sueño y durante veinte años más siguiera acudiendo puntual a su cita con incendios, inundaciones y catástrofes varias que ponían los pelos de punta a todos menos pero que a él le chiflaban.

Sin embargo reconoce que lo mejor de esos años fue conocer a mi madre que trabajaba en la farmacia al lado de la Estación de Bomberos. Fue verla pasar un día para descubrir otra clase de fuego que aún hoy casi cincuenta años después sigue vivo, “¿Quién lo iba a decir? Yo sentado en la banca de la estación esperando un incendio o alguna calamidad, y me encontré a tu madre”, dice con picardía.

¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...