lunes, 3 de marzo de 2025
Mini Don Juan
Con bastante frecuencia encontraba papelitos con corazancitos entre mis libros y hasta propuestas para quedar después de clases en el parque de enfrente, yo me reía con esos papeles y los guardaba sin darles demasiada importancia pero ellas insistían. Sandra no desaprovechaba ocasión para decirme que su hombre ideal era un muchacho de gafas e intelectual, Yenory en cuanto me veía solo se sentaba a mi lado para contarme sus cuitas mirándome con ojos lánguidos y Silvia, que siempre co-protagonizaba conmigo obras de teatro de campesinos. cada vez que podía me cogía de la mano para pasearme como trofeo frente a todos durante los recreos mientras Rebeca, de la estudiantina- ponía mala cara.
Con todas tenia dudas menos con Zeanne, que a sus quince años era lo más parecido a Jessica Rabbit, curvilínea y romántica empedernida me escribía poemas y me dedicaba canciones en la radio, el chismoso de Adonai -sí, tuve un compañero con ese nombre- no paraba de contarme que tenía todos sus cuadernos con las siglas GxZ y que se pasaba horas hablando de mí.
Al regresar a casa siempre me paraba en el espejo, me miraba de arriba abajo y llegaba a la conclusión que todas las mujeres estaban locas, que yo no era feo pero tampoco estaba como para regar veneno: bizqueaba, era flaco, miope, tenía una narizota y para rematar no sabía jugar al fútbol.
Sí, estaban locas de remate.
miércoles, 15 de enero de 2025
La vida es una canción
Ahora que ya no está me gusta recordar ese olor, en esas mañanas de gloria en las que lo primero que escuchaba del día era su voz cantando. Como cantaba a todas horas, sobre todo a primera hora, podría apostar que lo primero que escuché cuando vine al mundo fue su voz susurrándome alguna canción –posiblemente algún bolero que tanto le gustaban- y estoy convencido que mi primera infancia se pareció bastante a un musical en el que se alternaba la voz de mi madre cantándome y la música clásica que emanaba de una pequeña radio que mi vieja había puesto en mi cuna. Contaba cuando supo que estaba en estado había empezado a leer todo lo habido y por haber para ser una buena madre y una de las cosas que más le impactó fue sobre las propiedades relajantes de la música clásica en los bebés por lo que lo cumplió a rajatabla desde los primeros meses de embarazo arrimando la radio a su barriga para que yo escuchara y "fuera feliz desde antes de nacer".
Y vaya si lo consiguió. Casi sesenta años después sigo feliz, escuchando música a todas horas y más que agradecido con la vida por haber tenido como madre y maestra a esa cantante aficionada para la que la vida siempre fue una sinfonía.
sábado, 11 de enero de 2025
Cuarenta años
El otro día me encontré en el armario la camisa del último uniforme de colegio que usé, estaba firmada por un montón de compañeros del Liceo. Más de cuarenta años la camisa sigue ahí, inpoluta, ajena al paso de los años con un un montón de mensajes de mis amigos de entonces, a casi todos les pude poner cara y recordar la mini historia que teníamos en común, las bromas que nos hacíamos y la complicidad que nos unía. Como la mayoría de mensajes estaban dirigidos a Pepo, mi apodo familiar que suelo usar cuando me siento muy en confianza, mi conclusión fue que durante aquellos años había sido, como decía Mario Benedetti, inadvertidamente feliz.
Tres años antes había llegado a ese Liceo huyendo del bulling del otro. Gracias al cielo mis padres habían tomando muy en serio mi amenaza de no volver a clases en el nuevo curso lectivo sino me cambiaban de colegio. Bendita decisión porque aquel cambio fue como abrir la ventana en una habitación cerrada y oscura para que entrara el sol a raudales. Llegué a un sitio donde me sentía libre, querido por todos y dónde era yo mismo sin ningún temor. De la noche a la mañana me hice popular todos sabían mi nombre o más bien mi apodo y me costaba trabajo llegar a clase porque de camino siempre me quedaba conversando con alguien.
Mi popularidad alcanzó hasta los “delincuentes” del instituto, las ovejas negras a los que los profesores tenían entre ojos por su mala conducta. Me di a querer entre ellos porque si los encontraba fumando en el baño no decía nada, si me tocaba cuidar exámenes -porque me había eximido- los dejaba copiar pero sobre todo porque como era el coordinador del club de teatro si necesitaban mejorar su nota don Fermín, el orientador, siempre los mandaba a hablar conmigo para que los pusiera a hacer algo en la próxima obra y así ganar por los pelos el trimestre.
No volví a ver a ninguno de ellos pero cuarenta años después pude volver a escuchar sus risas…
jueves, 19 de diciembre de 2024
Venirse arriba
Aquella vez antes de subir al avión que me llevaría a Israel me autoregañé preventivamente – como suelo hacer siempre antes de cualquier actividad social importante- estaba yendo a un congreso en representación de mi comunidad en Madrid por lo que tenía que ser formalito, discreto, lo más protocolario posible en mis interacciones con los demás, evitar las grandes demostraciones de afecto, y sobre todo destacar por el saber estar. En realidad no me estaba diciendome nada nuevo porque desde que me empecé a sentir mayor mi espontaneidad en acontecimientos especiales, la reduje a mínimos, totalmente super controlada y vigilada, no como cuando tenía 20 años que era proclive a dar rienda suelta a mi yo con carcajadas estruendosas, queriendo hablar a todo el mundo, y siendo el primero apuntarse a la pachanga si la música se ponía buena.
Mi misión era sencillamente ser un tipo serio y formal.
Llegué con firme propósito de no dar el brazo torcer a mí mismo pero empezó a quebrantarse en cuanto puse un pie en Jerusalén, una ciudad que siempre me produce una alegría casi infantil, y me entran unas unas ganas locas de disfrutarla. Las “grietas” en mi propósito se agrandaron aún más cuando conocí al grupo con el que iba a compartir durante una semana, todos de distintos países y con la mejor energía de pasarlo bien por lo que en treinta segundos llegué a la conclusión que el terreno estaba despejado para mi espontaneidad pero tenía que evitarlo a toda costa.
Tras los vinos de la cena de aquel primer día y la visita grupal a un bar en el Shuk de la ciudad en el que tenían la música a todo volumen mientras unos chicos no paraba de ofrecer shoots de Arak a quienes se atrevieran a mover el esqueleto empecé a sospechar que mi misión de ser serio y formal iba a fracasar estrepitosamente y lo confirmé en cuanto un compañero se arrancó a bailar, me arrastró con él a la “pista”y acabé bailando y brindando con todos los trausentes que pasaban. El resto fue historia porque la fama de parrandero no me la quité en los días posteriores y la gente del congresó empezó a preguntarme con toda la naturalidad del mundo cómo había estado por cómo estado la juerga del día anterior.
Y como mi fama me precede, a mi regreso a Madrid en cuanto entré al templo el presidente de la comunidad, que en ese momento estaba celebrando, empezó a reírse, al final de la Tefilá se acercó para felicitarme porque le habían enseñado mis videos bailando y los asistentes le había comentado que lo había dado todo en la noche jerosolimitana, “mejor representación no pudimos tener, la gente quedó encantada contigo”.
martes, 17 de diciembre de 2024
El galán
Por supuesto, como todos mis intentos de ser famoso, aquello pasó sin pena ni gloria: ninguna agencia publicitaria me descubrió y fuera de Silvia, nadie me pidió modelar ni siquiera unos calcetines. Sin embargo, la persona más inesperada del mundo casi se va de espaldas cuando me vió en uno de los reportajes de moda, la hermana de mi abuela materna, Tia Merce, que no solo salió corriendo a comprar los ejemplares que pudo para distribuirlos entre familiares sino que se puso a llamar a cuanta gente pudo –incluida mi madre y mi abuela- para contarles lo orgullosa que estaba de tener un sobrino tan galán. Mi tía me lo celebró durante años e incluso en la última carta que me envió pocos años antes de morir volvió a recordar ese momento, y la alegría que se había llevado al verme en la portada de ese suplemento y ver qué por fin, alguien de la familia era famoso.
viernes, 13 de diciembre de 2024
Mi secreto
Cuando viví en Israel –que para mí tiene las mejores puestas de sol del mundo - pude retomar esa costumbre diaria gracias a que por un tiempo viví en un estudio que estaba en un sexto piso y que tenía una terraza enorme con una vista impresionante. Si estaba fuera de casa pegaba carrera y llegaba justo a tiempo para abrir una botella de vino, poner música y estar largo rato admirando la tremenda belleza de una puesta de Sol en Medio Oriente.
Meses después cuando me mudé a Tel Aviv sentí que me saqué la lotería cuando descubrí que el Ulpan Gordon, donde estudiaba hebreo, estaba en primera línea de playa, a unos cinco kilómetros de mi casa, así que me acostumbré a salir más temprano de lo habitual y recorrer toda esa distancia andando por la arena sin zapatos, deteniéndome de vez en cuando para contemplar esas puestas de sol y pensar que lo estaba haciendo desde el mismo lugar en que muchos profetas las vieron y juraron estar frente a frente con el Creador.
Llegaba al Ulpan con arena hasta las cejas pero más que feliz porque sentía que una vez más me había salido con lo mío y había logrado robarle un espacio a la rutina para sentirme más vivo que nunca.
jueves, 12 de diciembre de 2024
Instantes
A cualquier hora del día era fácil encontrarlo con su radio de transitores escuchando uan estación de radio que se dedicaba exclusivamente al género. Cuando la escuchaba parecía desconectarse de este mundo y volar a otro universo. De vez en cuando movía la cabeza siguiendo el ritmo o sino con su bastón, moviéndolo lentamente al compás de cualquier sinfonía. Cuando llegaba a mi casa siempre hacía lo mismo: tomaba posesión de su butaca preferida, al lado mío, y me pedía “complacencias” – lo de la música clásica era “mal de familia” porque en casa solíamos tener bastante "hits" de siglos pasados- casi siempre: Carnaval de Camille Saint Saëns, la Novena Sinfonía de Bethoveen o la Obertura 1812 de Tchaikovsky, su preferida. Sonreía al escucharla y siempre me contaba que había sido escrita con toda la intención que los cañones que se escuchan fueran de cañones de verdad -¿se imagina qué bonito?- me miraba con dulzura mientras decía “¡Ay qué belleza! Escuche los violines…el piano”. Era curioso porque estábamos rodeados por mi abuela, mis padres, mis hermanas y mi Tia pero esos instantes musicales eran estrictamente un asunto de abuelo y nieto, un mundo en el que por unos instantes solo existíamos la música, él y yo.
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