Venirse arriba
Aquella vez antes de subir al avión que me llevaría a Israel me autoregañé preventivamente – como suelo hacer siempre antes de cualquier actividad social importante- estaba yendo a un congreso en representación de mi comunidad en Madrid por lo que tenía que ser formalito, discreto, lo más protocolario posible en mis interacciones con los demás, evitar las grandes demostraciones de afecto, y sobre todo destacar por el saber estar. En realidad no me estaba diciendome nada nuevo porque desde que me empecé a sentir mayor mi espontaneidad en acontecimientos especiales, la reduje a mínimos, totalmente super controlada y vigilada, no como cuando tenía 20 años que era proclive a dar rienda suelta a mi yo con carcajadas estruendosas, queriendo hablar a todo el mundo, y siendo el primero apuntarse a la pachanga si la música se ponía buena.
Mi misión era sencillamente ser un tipo serio y formal.
Llegué con firme propósito de no dar el brazo torcer a mí mismo pero empezó a quebrantarse en cuanto puse un pie en Jerusalén, una ciudad que siempre me produce una alegría casi infantil, y me entran unas unas ganas locas de disfrutarla. Las “grietas” en mi propósito se agrandaron aún más cuando conocí al grupo con el que iba a compartir durante una semana, todos de distintos países y con la mejor energía de pasarlo bien por lo que en treinta segundos llegué a la conclusión que el terreno estaba despejado para mi espontaneidad pero tenía que evitarlo a toda costa.
Tras los vinos de la cena de aquel primer día y la visita grupal a un bar en el Shuk de la ciudad en el que tenían la música a todo volumen mientras unos chicos no paraba de ofrecer shoots de Arak a quienes se atrevieran a mover el esqueleto empecé a sospechar que mi misión de ser serio y formal iba a fracasar estrepitosamente y lo confirmé en cuanto un compañero se arrancó a bailar, me arrastró con él a la “pista”y acabé bailando y brindando con todos los trausentes que pasaban. El resto fue historia porque la fama de parrandero no me la quité en los días posteriores y la gente del congresó empezó a preguntarme con toda la naturalidad del mundo cómo había estado por cómo estado la juerga del día anterior.
Y como mi fama me precede, a mi regreso a Madrid en cuanto entré al templo el presidente de la comunidad, que en ese momento estaba celebrando, empezó a reírse, al final de la Tefilá se acercó para felicitarme porque le habían enseñado mis videos bailando y los asistentes le había comentado que lo había dado todo en la noche jerosolimitana, “mejor representación no pudimos tener, la gente quedó encantada contigo”.
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